Antes de las 7, Ana ya estaba en la oficina. Sin desayunar y con solo una taza de café en el estómago, encendió el computador y se quitó la chaqueta. Aquel día debía preparar la presentación que su jefe expondría a sus otros socios y aunque pasó toda la noche en vela, no pudo culminar los gráficos y las láminas. Así que sin perder el tiempo, comenzó a teclear rápidamente esperando que las dos horas que faltaban para que la oficina abriera, le alcanzaran para hacer todo lo que le faltaba por hacer.

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Pero por lo visto, todos estaban pendientes de aquella presentación porque todo el personal llegó antes de tiempo y cada uno se puso a trabajar en lo que tenían pendiente. El estrés se sentía en el ambiente: golpes en las puertas, un frío silencio, la gente caminado de un lado a otro. Muchos de los que estaban allí no habían desayunado como Ana y como ella, tampoco habían dormido.

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Cuando el jefe llegó, el ambiente se convirtió en una carrera frenética: todos estaban apurados haciendo sus tareas. De repente, se escuchó un alarido y otras personas gritaron. Todos corrieron a socorrer a Ana que se encontraba tirada en el piso. Llamaron a los parámedicos y se llevaron a Ana, la cual simplemente estaba muy descompensada. Cuando los paramédicos salieron, el jefe ordenó que otra persona ocupara el escritorio de Ana y terminara el trabajo porque la presentación sería aquella mañana. La tensión, la angustia, volvió a la oficina y todos olvidaron el incidente que había sufrido Ana, la cual debía incorporarse al día siguiente.

HASTA UNA PRÓXIMA HISTORIA, AMIGOS