Natalie estaba cansada. Las chicas y ella habían pasado toda la tarde recolectando flores y frutas para llevarlas a la granja y, de ahí, a la ciudad.

Sus piernas se encontraban bien, pero sus manos le dolían por el movimiento repetido de asir los frutos de la temporada más veces de las que podía contar. Cada vez que cerraba los ojos, sólo veía ramas, espinas, fresas y manzanas y flores de todos los colores. Sabía que necesitaba pensar en otras cosas para eliminar tanta vegetación de su mente.

Fue ahí cuando se le ocurrió una idea.

Una vez que reunió a Sara, a María y a Lucrecia, entre las cuatro buscaron a Julián, el primo menor de María. Natalie murmuraba unas súplicas que esperaba que fuesen cumplidas.

El joven estaba hablando con otros peones y, al verlas llegar, las saludó. Una vez cerca de él, Natalie le invitó a merendar con ellas. Julián les caía muy bien y no parecía necesitar descansos.

Una vez que los cinco hubieron comido, Julián empezó con su espectáculo de comedia.

Los chistes eran originales, sin palabrotas y siempre, tomando a gente conocida como personajes de los mismos. Las mujeres habían descubierto los toques de comediante de Julián hacía unos meses atrás mientras paseaban por la villa. Lucrecia, quien bebía un poco de leche, acabó ahogándose con el blanco líquido y tosiendo y riendo a la vez.

Tras unas palmadas en la espalda, los cinco siguieron caminando y riendo hasta llegar a sus casas. Desde entonces, cada vez que las chicas se reúnen, llaman a Julián para que las entretenga. El joven era muy aplicado en su educación: se aprendía chistes cada vez que tenía la oportunidad y, también, se inventaba unos cuantos.