Las leyes del río

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“Día de verano” representa la metáfora del río, nítida y desdibujada como suele ser el mismo río; la corriente que nos muestra, tal como lo pregonó el viejo Heráclito, que lo único certero en este mundo es el cambio, las transformaciones que, por otra parte, todo lo convierten en un destino siempre inevitable.

Día de verano Fuente

Esas pinceladas que parecieran realizadas al desgaire solo nos sugieren que la placidez del paisaje es una apariencia que puede estar a punto de desaparecer, que no merece la pena acentuarla con la nitidez de inequívocos trazos ni de refulgentes colores porque se trata de una ensoñación que, como tal, el artista no tiene derecho a convertirla en una profusión de matices que el tiempo se encargará de diluir. Es mejor, por lo tanto, representarla desde un primer momento con la indeterminación del río que nunca nos dice si se va o si se queda.

Por esta misma razón, la barcaza no es una barcaza sino el palco desde donde la indecisa tranquilidad de dos mujeres se encarga de reiterar el ser o no ser de cada trazo. El rostro de la dama que no mira hacia el río se encuentra mejor definido con respecto al de su acompañante; en esta, podemos apenas observar el esbozo de cada elemento en su cara; ella contempla el discurrir del agua y esa actitud la convierte en un evanescente perfil casi confundido con la corriente que siempre se está yendo porque jamás renuncia a continuar buscando su destino hasta encontrarlo; pero una vez que lo consigue, se le acaba el camino y su identidad, deja de ser un río; por ello al mirar la corriente su rostro casi se diluye con la alegoría del cauce que busca empedernido su final. La otra, la del traje blanco, aunque sus rasgos sean un poco más precisos, pareciera de todas formas sentenciada por las indeterminaciones del paisaje. Su decisión de no mirar el agua solo contribuye a retrasar lo inevitable.

Así, dentro de una escala decreciente establecida por el agua, tenemos la mujer de rostro más definido que no mira hacia el río, la de rasgos menos precisos que observa la corriente y, por último, los patos nadando dentro del agua y, por tal razón, prácticamente consustanciados, deshaciéndose en ella, porque su condición natural los empuja a precipitarse hacia esa esfumación de los trazos conscientes de la parábola fluvial. La barca, los sombreros, y los demás elementos carentes de vida están igualmente sometidos, aunque no con la misma intensidad, a las leyes del río.

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Invito a la amiga @lisimar.

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