Héroes muertos: El cazador británico
Batallón Cazadores Británicos. Batalla de Carabobo
La Legión Británica, ahora llamada Cazadores Británicos, se batían en férreo duelo contra la infantería del batallón Burgos, para cubrir la retirada de la primera división al mando del temible León de Payara, el general José Antonio Páez, dando tiempo a reorganizarse en su flanco. Poco a poco eran diezmadas las fuerzas británicas entre gritos, bayonetazos y explosiones.
—¡Aguantad mis valientes! ¡Aguantad! —Gritaba el coronel Thomas Ildeston Farriar, nativo de Manchester, Gran Bretaña.
Los británicos, formados en cuatro grandes bloques, soportaban las descargas de fusilería del batallón de veteranos Burgos, quienes deciden bajar de las alturas privilegiadas y atacar a bayoneta la férrea resistencia británica.
—¡Coronel! —Gritó el capitán Matheus McJulius, —los españoles se nos vienen encima.
—Calen bayonetas, —ordenó el coronel —¡A la carga! —gritó eufórico.
El choque entre aquellos batallones estuvo acompañado de gritos, tintineos y sangre, los españoles, fieros guerreros en los combates cuerpo a cuerpo, intentaban sobrepasar a los cazadores británicos, más estos, con amplia experiencia en las guerras napoleónicas, soportaban las constantes embestidas, logrando hacer que los españoles retrocedieran.
En otro intento de desplazar a la legión británica, el Burgos cargo nuevamente a bayoneta, esta vez, apoyados por los batallones Barbastro y Hostalrich, quienes atacan con sendas cargas de fusilería.
—¡Argh, me dieron! —dijo el capitán McJulius, cayendo muerto a los segundos.
—¡Sigan resistiendo!¡Que no pasen! —gritaba el coronel alentando a las valientes fuerzas británicas.
Repentinamente, el coronel sintió un toquesito caliente en su pierna, al ver, su muslo derramaba sangre, había sido alcanzado por una bala. Impertérrito y decidido, ordenó una carga a bayoneta calada, la cual hizo retroceder.
El batallón de cazadores se hallaba diezmado, el coronel sabía que no podrían aguantar otra embestida, Los Bravos de Apure de Páez no llegaban y los españoles se preparaban para otra embestida. Los gritos de dolor se hacían insoportables, la sangre de los ingleses era tanta, que se había formado un lodo pantanoso. 150 británicos habían encontrado su descanso eterno en aquellos campos.
—¡Formación en linea! —mandaba el coronel al ver que los españoles se preparaban para una descarga. 500 percutores sonaron al unisono, una sola orden rompería la incertidumbre de británicos y españoles por igual.
—¡Fuego! —dispararon ambos ejércitos causando bajas en sus filas. —¡Fuego a discreción! —ordenaba el coronel con su mano derecha en su brazo izquierdo, pues otra bala le había alcanzado dándole cerca del hombro.
—¡Sire, estamos perdidos, no resistiremos más! —Dijo el capitán Henry Watts al coronel Ildeston.
—Lo sé capitán, lo sé, queda usted al mando. —respondió el coronel, que ahora se cubría la barriga, otra bala le había alcanzado, desplomándose en los brazos del capitán.
—Sigan disparando, resistan. —ordenaba el capitán mientras intentaba salvar a su oficial superior. Ya era inminente la caída del batallón Cazadores cuando la tierra empezó a temblar levemente.
Miles de gritos, similares a los que hacen los aborígenes americanos se aproximaban, una estampida de caballos y lanceros venía en auxilio de los hijos del Rey Arturo. Era el centauro Páez y sus legiones que llegaban en auxilio. El choque de ambas divisiones fue cataclismico y sin piedad, logrando los patriotas, hacer retroceder a los realistas.
—Mi coronel, no muera, ha llegado el general Páez con la ayuda, estamos salvados. —dijo el capitán mientras intentaba despertar al agonizante coronel.
Días después, ya ganada la batalla en los campos de Carabobo, el coronel Ildeston lanzaba una última mirada al sol que jamás volvería a ver, inhalaba un ultimo respiro, lo invadía un último recuerdo de aquellos parajes de Manchester: su esposa y sus dos pequeños hijos dándole el último adiós a un padre que, buscando empleo militar y pan para su familia, cayó en aquella gloriosa jornada del 24, justo en las fiestas de San Juan.
Juan Carlos Díaz Quilen
Héroes Muertos: Memorias de Carabobo
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Tiempo que no leíamos sus impresionantes artículos históricos. Bienvenido de vuelta.
Gracias areperos.
Me encantó, como siempre
Gracias hermano!!!!