Nostalgia del lápiz

Hay relatos que, aún siendo sencillos, albergan una historia de cambios y evolución. Así es este que dejo para su consideración. Las fotos son propias.

Yo siempre escribí a lápiz, cuando digo lápiz pienso en los lápices " móngol", los primeros que tuve fueron de esa marca.

Luego conocí la máquina de escribir, eso fue amor a primera vista, la mía era una pequeñita que uno podía llevarla a todas partes; pero de todos modos seguía escribiendo a mano, con mi lápiz; luego transcribía en "mi novia remintong, portátil".

Mi relación con la computadora nunca fue buena, además, fue una época de mi vida donde tuve secretarias que hacían ese trabajo por mí.

Así fue cómo el lápiz siguió presente en mi vida, en mi escritura.

En los últimos veinticinco años, mi compañera ha trascrito todos mis escritos, de mi cabeza a la mano, de la mano al cincel de grafito que ha sufrido conmigo en el papel, de allí ya no eran más míos, volaban a los predios de la araña que los devora.

Ahora empecé a escribir directo, no de la computadora, sino en el teléfono; comencé mandando mensajes de texto, y sin darme cuenta mi dedo índice mordió el anzuelo de la tecnología.

Esta mañana abrí la gaveta de mi mesita de noche, y estaban allí, solitarios y mudos, con sus puntas afiladitas, como queriendo gritar: "Aquí estamos, somos nosotros, acuérdate de tus primeras letras, nuestro cuerpo está manchado del sudor de tus manos, conocemos tus lágrimas, tus cuentos, no nos pagues así".

Cerré la gaveta, los metí en su última morada y, con mucho dolor, canté mi despedida.