El fútbol se muere
“Jugar sin hinchada es como bailar sin música” postuló Eduardo Galeano.
Oyeron bien, se nos va el fútbol. De hecho, hay quien afirma que el fútbol murió en 1994 cuando una multinacional como Nike, hasta ese momento marca exclusiva de baloncesto, empezó a producir anuncios protagonizados por Ronaldo o Cantona. A lo mejor, el marsellés nos quería decir algo más cuando, en el instante previo a colocarse el cuello de la camiseta, afirmaba: “au revoir”. Y esto es lo triste, que no se trata de una muerte súbita sino de una enfermedad que lleva mucho tiempo propagándose ante la pasividad del grueso de los aficionados. Bienvenidos al “fútbol moderno” o, para que nos entendamos, al “fútbol negocio”.
Antes de seguir, he decir que soy aficionado del Atlético de Madrid desde que tengo uso de razón. Muy aficionado. Radical. De los que canta, vibra, salta, siente, viaja, grita, llora, vuelve a cantar, sufre, anima, y así. Para mí eso es el fútbol y así es como me gustaría que todo el mundo lo entendiera. De hecho, a aquellos a los que lo único que les gusta es ver a veintidós jugadores pateando un balón en el rectángulo de juego, les diría que seguramente se hayan equivocado de deporte.
He tenido la suerte de haber vivido en Londres una temporada y gracias a eso, he podido comprobar que la esperanza no está del todo perdida. El aficionado inglés medio se muestra lleno de pasión a la hora de apoyar a su equipo y combativo, cuando toca, ante las impertinencias de algunos presidentes de conjuntos ingleses. Además, la Federación inglesa de fútbol (The Football Association ) intenta mantenerse impasible ante las tentaciones de un fútbol global que hace tiempo dejó atrás las prioridades de los aficionados locales en favor unas pocas élites cuyos países carecen de cultura futbolística, ya sean yanquis, chinos o árabes.
Por otra parte, en España, aquellos aficionados que nos declaramos contrarios al nuevo modelo de fútbol impuesto, somos tachados de delincuentes. Aquí hace mucho tiempo que renunciamos a beber cerveza dentro de un estadio, a que sean aficionados locales los que ocupen los asientos y no turistas, a luchar por precios dignos para la mayoría de los aficionados y, en general, al fútbol. Personalmente, tengo la suerte de que mi equipo cuenta con uno de los mejores grupos de animación del panorama europeo, el Frente Atlético, que me permite seguir disfrutando del fútbol de grada que tanto me gusta. Sin embargo, en la mayor parte de España, la mayoría de aficionados tiene que conformarse con el recuerdo melancólico de tiempos pasados.
No hace mucho, discutía con un amigo sobre todo esto. Él me decía que realmente no me gustaba el fútbol y que aferrarse a un equipo de una forma tan radical era una estupidez. No se lo negué. Si me gustara el fútbol, seguramente preferiría ver la final de un Mundial en vez de un Atlético de Madrid – Albacete. Al fin y al cabo, lo que sentimos por nuestro equipo no deja de ser un sentimiento; y como todo sentimiento, es irracional. Quizá el único que diga estupideces sea aquel que pide una explicación racional ante algo irracional.
El fútbol morirá cuando acaben con nosotros, los últimos románticos.