Quijote de la mancha: lengua, cultura e ilustración (parte I).
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Toda lengua es la expresión de la actividad práctica de una nación. Sin embargo, la vida propia de una lengua únicamente se expresa en una obra literaria, la cual sintetiza no solo la forma de ser, sino también el obrar de tal pueblo.
Muy bien lo tenían aprendido los romanos. Los hijos de loba permitían a los pueblos conquistados tener su religión, costumbres y ritos, con la única excepción de profesarlos en latín. Asimismo, todo trámite político o jurídico se hacía en latín. Al cabo del tiempo, la lengua romana era el centro de la cultura.
Entre esas obras tenemos la clásica Ilíada y la Odisea de los griegos, la cual muestra dos momentos del espíritu de esa cultura, el momento heroico, temerario y juvenil, que tiene como protagonista a Aquiles en la Ilíada. En la Odisea, el momento de la prudencia, sapiencia y las grandes conquistas, realizado por el rico en ingenio: Ulises.
Dante en Italia, pues solo a un italiano se le ocurriría hacer una comedia del mismísimo infierno. Goethe en Alemania, un doctor racional incapaz de sentir, vende su alma a Satanás con tal de poder sentir y expresar emociones.
La lengua española tiene, nada más y nada menos, que Don Quijote de la Mancha, de Miguel de Cervantes. Una obra que expresa esa forma tan propia de ser de los que hablamos este idioma tan rico y profundo.
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¿Qué espíritu encontramos en Don Quijote? El de la diversidad, la consciencia de saber lo que se hace y se piensa; el de la crítica y el de la sensibilidad perspicaz y penetrante. Las aventuras de Don Quijote son las peores de caballerías, pues en estos relatos el epicentro de toda la historia es el caballero, esto es, un solipsismo que exalta exageradamente al caballero.
Pero “el caballero de la triste figura” es una parte más de las múltiples aventuras, y si bien es cierto que es el hilo de Ariadna; también es igual de cierto que él es parte del laberinto. Ir al mundo a buscar aventuras es ir a escuchar a los otros, a comprenderlos.
Esto último es el reflejo de la historia de la península ibérica, si es cierto lo que afirma Carlos Fuentes, en su ensayo el espejo enterrado. Los ibéricos convivieron con los Celtas y Fenicios; luego bajo el dominio político y cultural de los Griegos y los romanos, haciéndose uno con ellos. Finalmente, convivieron primero con los judíos y luego con los árabes.
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No solo se unieron la gastronomía, las leyes y costumbres; sino que, además, se unió la lengua y la cultura. Si la lengua española y el quijote de Cervantes no son el espíritu de la diversidad, de la sensibilidad penetrante y aguda, dudo que otra obra en el mundo pueda serlo. El español es un idioma para sentir, para comprender a los otros.
En la parte II de este escrito explicaré porque el don quijote de la mancha es la consciencia del hacer y el pensar; la dignidad de los hechos y, sobretodo, la imposibilidad de ser ilustrados al modo racionalista y frío de los alemanes, tal como Kant, o el de los franceses, tal como ocurrió en la revolución francesa.
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