Noche disonante.
Le aclaraba con desesperanza que yo no era más que un hombre
pero no paraba de gritar imprecaciones.
Farfullaba una cantidad de cosas que, producto quizá de mi estupor, resultaban inteligibles.
Quería deshacerme de todo inmediatamente, pues el escándalo me resultaba tormentoso.
Hice un ademán para quitármela de encima, pero por el contrario, no cedió.
Esto pareció avivar más la llama de su ira.
─Basta ya. Quítate de encima. ―Alcancé a decirle con esfuerzo.
Me faltaba un poco el aire y mis pensamientos empezaban a desordenarse.
Ella, por el contrario me tenía sujetado por el cuello de la camiseta y la jalaba intentando hacerla jirones. Su respiración honda y fuerte, resonaba como la de una bestia.
En toda mi distensión creí recordar porqué había comenzado todo.
Unas horas antes, cinco para ser preciso, había marchadome con la promesa de ir a por leche para el crío y comprar otras cosas que faltaban en casa desde hacía días. Era fin de mes y las cosas habían estado bastante mal desde el inicio del mismo.
La comida escaseaba y muchas veces no comíamos más que una sola vez.
Entretanto, cada sol traía consigo una carga pesada. La imposibilidad de cada día confabulaba para que nuestras humanidades fueran diluyéndose con el pasar de las jornadas.
Por mi parte, a ratos no era yo, y muchas veces sentía como mi mente que mayormente estaba ocupada en las labores, compartía habitación con voces que no estuvieron conmigo nunca antes.
No sabría decir desde hace cuánto tiempo llevaba sucediéndome esto, pero llevaba rato notándolo.
Algunas veces, lo achacaba a que solo era la mente divagando, pero otras tantas... No tenía la certeza de ello y temía en silencio.
Retomando lo dicho, había salido y sin haberlo meditado terminé en un bar a unos escasos kilómetros de casa. El ambiente oscuro y la música disonante me parecieron adecuados para como me hallaba en ese momento y tomé asiento. El lugar no me era para nada desconocido, pasaba una vez cada tanto por el sitio, aunque siempre era para un trago puntual que se sucedía comúnmente con mi pronta partida. Sin embargo, hoy me sentía extraño, ajeno hasta de mí. Una especie de hondura parecía ensancharse a mis adentros. Me hallaba urgido de extravío.
Agrietado, llenaba mi boca con tragos sucesivos. Saqué un cigarrillo que fumé cavilosamente y volví a encender otro mientras ignoraba cuanto sucedía a mis alrededores.
Sentía que el pecho henchido terminaría por reventar pero intentaba ignorarlo.
―“No es como que vaya a estallar en trozos de carne y tripas delante de todos” ─me dije. Aunque de suceder así, seguro que éstos no tardarían más que unos segundos en volver a sus asuntos, pensé y reí cínicamente de ello.
―Viéndolo bien, sería hasta gracioso que sucediera. ―Terminé por añadir.
El rostro del tiempo demudado, iba progresivamente desfigurándose.
Habiendo perdido cuenta de la hora, y de mi bolsillo; me encontraba un poco aturdido, más aún seguía consciente de mi existencia. Esto último me molestó un poco.
Pedí un par de tragos más, y un tercero.
Al rato, cuando avisaron que estaban por cerrar… Caí en cuenta de me había olvidado de todo.
Pagué la cuenta, y sin dejar propina emprendí mi camino.
Era más de la medianoche y las calles estaban desoladas. La brisa fuerte y la oscuridad ancha, cubrían el techo de estos miserables recovecos del mundo.
Caminando amilanado y a un ritmo meditabundo, iba mi alma trémula por las calles.
Mi mirada encontraba unas veces el piso y otras se perdía en el horizonte.
Abrí la puerta del edificio luego de tontear con las llaves en mi mano, y la azoté tras de mí sordamente.
Subí el primer escalón y seguí mi escalada hasta llegar a casa.
Dentro esperaba Magda con cara de cansancio e irritación.
Me miró de arriba a abajo y luego de unas lágrimas, arrojó algo que impactó contra la pared.
Me pareció que se trataba de un vaso, pero la verdad es que no me importaba saberlo.
Enojada, amargas lágrimas caían por sus mejillas como graves ofensas que no paraban de sucederse. Me pedía explicaciones, por la leche para el niño, la comida y los enseres.
―¿Acaso te perdiste a mitad de camino, desgraciado? ―Gritó.
―No. ―le escupí secamente― e hice ademán para entrar a nuestra habitación.
No había vuelto en sí del todo cuando empezó a golpear mi pecho fuertemente entre insultos y maldiciones.
No le daba yo respuesta alguna. Parecíame todo tan surreal y absurdo, probablemente a causa de mi mente embotada. Estampándome contra la pared me golpeaba en el rostro mientras me asía por la camisa. Recobré el sentido ligeramente y le pedí que se quitara de encima, me sentía cansado.
No parecía atender razones y mis pensamientos se desordenaron.
Le arrojé por encima de un mueble y calló sorprendida ante el.
Asustada y agitada, me gritaba insultos mientras intentaba levantarse. Logré agarrarle nuevamente y todo se tornó borroso.
Con la visión nublada, solo veía una pantalla negra mientras mi cuerpo seguía en movimiento.
Pude oír un puñetazo seco impactar y luego un calor cubrió mis nudillos.
Estos, como encendidos… Siguieron golpeando; alaridos sordos les seguían pero estos, iban cediendo con cada golpe. Estalló en un llanto casi mudo al que se le escapaban algunos gemidos, pero un par de golpes más terminaron por ahogar todo sonido hasta que finalmente tendida, Magda quedó hecha un ovillo tembloroso.
El cerebro inflamado que hace unos segundos chocaba contra las paredes de mi cabeza empezaba a desinflarse, había sucedido todo muy rápido y súbitamente volvía a aclararse mi visión.
Arrastré los pies con lo poco que me quedaba de fuerza y entendimiento y con una inclinación leve me dejé caer sobre la cama.
Unos segundos más tarde, dormí plácidamente.
kline