La carta de triclino
Querido presidente,
soy yo quien le escribe,
despues de padecer todas las calamidades de mi tierra natal,
que no mencionaré aquí,
para no fastidiar su magnanima atención,
estudié durante muchos años el violin,
buscando una actividad que me permitiera
no padecer el hambre que sufren mis cooprovincianos
vendedores ambulantes de higos, empanadas, pan casero,
amen de los diarios y revistas que se editan en la ilustre capital
y que llegan allá por toneladas,
produciendo un momentanio olvido y la felicidad de todos,
y a eso de media mañana,
ya vienen los de las proviencias cercanas,
ya mas ricos con sus altoparlantes,
barata la papa baralaalaa, no imposible entender nada
bueno da igual.
a la siestita ya cuando se han acabado los ruidos
dices, ah bueno voy a dormir un ratito
y empiezan las motos, tooodo el dia sin parar las motos
todo el dia las motos, sin parar,
hasta la noche, que se paran las motos,
y entonces empiezan los curucitos con las mismas canciones en la guitarra, mas o menos afinada,
cantando las 3 o 4 canciones que se saben y toda la noche,
toda la noche!
hasta la llegada de mas vendedores ambulantes.
Yo tenía la cabeza siempre llena de esos ruidos,
que me impedían estudiar el violín,
que era, no sé, tal vez lo que más me gustaba hacer, me permitía darle algo distinto a mi gente.
con la cabeza llena de todos esos ruidos, me vine a Buenos Aires,
y ahora! ahora acá en Buenos Aires, todos tocan el violin señor presidente!
que podemos hacer para resolver esto,
le ruego me conceda un poquito de su atención,
firma su gran amigo,
Triclino.