“Sin of forbbiden love" (tercera y última parte)
Capítulo 3
1.-
Como casi todas las noches, desde que Carla empezó a vivir en su casa, el Georges dejó que su cuerpo cumpliera la obligación que tenía al ser novio y futuro esposo de ella. Aunque tenía que reconocer que al menos ese acto -que su corazón le hacía ver que era una traición al amor que sentía por Diane-, lo ayudaba a calmar un poco la frustración por no poder poseer a su hermana. Pero esa noche había sido diferente, al menos para él, porque Carla yacía laxa en su cama con la respiración acompasada signo de estar sumida en el mundo de los sueños, en cambio Goerges, no. Sentía que su cuerpo se consumía por el calor, tenía una erección que dolía como el demonio y que sólo podía calmarlo la persona que se encontraba a poca distancia de su cuarto. No aguantando más el calor, bajó de la cama con cuidado de no despertar a la joven de cabellos dorados, salió del cuarto dirigiéndose a la ducha, donde pretendía aliviar su muy grande problema con agua fría, pero lo único que había logrado era que la temperatura de su cuerpo aumentara. A buena hora se había dañado el termostato y en vez de agua templada, salió agua caliente. Soltó una serie de improperios mientras salía del baño con sólo una toalla tapando su desnudez, iba seguir su camino de regreso al cuarto -tal vez Carla se había despertado, dándose cuenta que él no estaba, y si era así, aprovecharía para utilizarla, de nuevo. Quizás si cerraba los ojos y se imaginaba a su hermana...-, cuando escuchó un sonido proveniente de la planta baja, sus pies y sus oídos l fueron guiando hasta la cocina, donde no halló nada «Probablemente provenía de la calle» pensó en referencia al sonido, a la vez que se acercaba a una de las ventanas, asomándose, suponiendo que pudo haber sido un gato. De pronto, algo llegó no sólo a sus oídos, sino a cada parte de su ser: Un bajo pero perceptible gemido, y no precisamente de dolor.
Georges se dio vuelta rápidamente, encontrandose centímetros de él, a una Diane casi desnuda, su pecho subía y bajaba de manera errática, y la luz de la luna que se filtraba por la ventana, le permitían apreciar que el gris de sus iris se perdían por la dilatación de sus pupilas. Su hermana estaba excitada, tanto o incluso podía creer que hasta más que él. Y eso sólo significaba una cosa: Los dos estaban en las puertas del infierno, y no harían nada para alejarse, al contrario, esta vez no habría nadie que los detuviera de consumirse en las llamas, cometiendo así, un pecado...
Por su parte, Diane miraba a su hermano con intensidad, mientras respiraba con dificultad y sentía que estaba tan excitada que creía que podía llegar al éxtasis con tan sólo mirar la creciente erección que él tenía y que, para su satisfacción, sabía muy bien que era por ella. Segundos o tal vez minutos después, observó cómo Georges se dirigía con pasos gatunos hacia ella. Cerró los ojos anticipando la cercanía de su hermano, dejando de respirar cuando sintió la respiración de él en sus labios, los que abrió para poder llevar oxígeno a sus pulmones, invitándolo inocentemente a probarlos.
Georges delineó suavemente los labios de su hermana, saboreandolos, deleitándose con el sabor a fresas que poseía y que tanto había extrañado.
El corazón de Diane empezó a golpear en su pecho, tanto por el contacto como por el recuerdo -ahora nítido- que se presentaba en su mente. Ahogó un grito cuando su hermano, en un movimiento rápido, la cargó haciendo que ella enredara las piernas alrededor de sus caderas y las manos detrás de su cabeza, mientras que él colaba su lengua entre su boca, acariciando la suya con pericia, como había hecho la primera vez, y como en esa ocasión, Diane comenzó a gemir mientras que su cuerpo se estremecía de placer.
Georges la llevó hasta el mesón -donde nadie acostumbraba a comer-, sentándola, quedando él entre sus piernas y dejó de besar su boca, empezando a trazar un camino húmedo desde su mandíbula hasta su oído. Diane sólo podía jadear, no creyéndose que eso en verdad estaba pasando y, además, con su hermano. Pero lejos de sentirse la persona más enferma del mundo, se sentía feliz de que al fin el hombre que ella amaba la estuviera acariciando como tanto había anhelado.
—No sabes... cuantas veces... deseé volver a probar tus labios —Georges le susurró en el oído con algo de dificultad.
—Entonces... fue real. —Diane afirmó en un jadeo, más para ella que para él, sintiendo cómo su hermano mordía el lóbulo de su oreja mientras deslizaba su mano por unas de sus piernas.
Georges, preso por el deseo que lo estaba consumiendo en ese momento, ni siquiera prestó atención a lo que ella le dijo. Dejó de torturar la oreja de la morena, para luego, con su lengua, dientes y labios, comenza un camino descendente por su mejilla, mandíbula, mentón y cuello...
—Cada día he querido hacer esto —Georges hacía pausas entre lamidas, mordidas y besos, hablándole con tono de voz sexual. Sí, sexual, porque Diane sentía que cada palabra iba directo al sur de su cuerpo, causando que arqueara su espalda y apretara las piernas, dejándole sentir el calor y la humedad de su sexo a su hermano—. Está vez no me conformaré con un beso —continuó hablando, subiendo un poco más la mano por su pierna, separándose un poco para seguir por la parte interna de su muslo, peligrosamente cerca de su centro, mientras que su otra mano se aventuraba por debajo de su franelilla, acariciando su vientre, dejando la piel sensible por allí por donde sus dedos pasaban. Detuvo sus caricias, pero no hizo ademán de quitar las manos de donde las tenía.
»Mirame —ordenó al tiempo que dejaba de chupar su cuello y subía su cabeza a la altura de la de ella. Diane lo obedeció inmediatamente. Los ojos grises, vidriosos e intensos de ella, inmediatamente se anclaron en los bosques en llamas de él—. Esta vez iré por todo Dian. Así que si no quieres, será mejor que me lo digas ahora. Porque una vez que continúe, no habrá nada que me detenga. Ni siquiera tú. —concluyó con determinación a lo que ella le contestó imitando su seguridad:
—Y quién dice que quiero que te detengas.
Esas simples palabras hicieron que el corazón de Georges dejara de latir por un momento para luego comenzar a bombear con fuerza, llevando más sangre a su hichando miembro. Las manos siguieron su camino: una, alcanzando uno de los senos de Diane al que abarcó en su totalidad, mientras que la otra, hacía a un lado la tela del short, descubriendo su objetivo. Georges gimió de satisfacción al descubrir la humedad.
—Ummm... estás tan húmeda —Le decía a la vez que sus dedos resbalaban una y otra vez entre sus pliegues, explorandola, excitandola, expandiendo su humedad en todo su centro, deleitándose con el sonido de los pequeños gemidos que emitía su hermana—. Pareces un mar y yo quiero ahogarme en la profundidad de tus cauces —continuó mientras que la palma de su mano jugueteaba con el pezón de ella, enviando oleadas de calor a su sexo —. Y estás tan caliente, que arderé hasta convertirme en cenizas con sólo rozarte —Las palabras de Georges causaron que la morena cerrara instintivamente las piernas sintiéndo como un estremecimiento placentero la recorría de pies a cabeza—. Déjame quemarme Dian, déjame probar a qué sabe el cielo y déjame saber que sólo en tu cuerpo estaré a gusto de que me consuma el infierno. —concluyó, mientras tomaba la labios de ella en un beso hambriento, apasionado y cargado de muchas promesas...
De repente, Diane cortó el beso bruscamente y al ver el desconcierto en el rostro de su hermano, se quitó la prenda que cubría su torso, dejando en libertad sus dos montañas níveas, adornadas por unas cimas rosáceas. Georges dejó escapar un sonido gutural ante la acción de su hermana y, sin perder tiempo, dejó que su boca se cerrará en una de las areolas, comenzando a azotar suavemente el pezón con su lengua, mientras con su otra mano seguía masturbandola.
— ¡Georges...! —jadeó ella, al sentir cómo uno de los dedos de su hermano se abrió camino en su estrecha cavidad, causando que sus caderas se movieran por inercia, circularmente encima de la mano de él...
Y, mientras los dos hermanos se exploraban mutuamente, dejando de lado la frustración, los miedos, el qué dirán, la ignorancia de no saber lo qué uno sentía por el otro y se juraban amarse para siempre, aceptando que su amor era puro, de esos que transcienden y que un sentimiento así no podía ser pecado...
Una mujer de cabellos dorados, largo hasta al final de sus senos, ojos marrones y piel bronceada, veía con asco y horror la escena de su futuro esposo, entrando y saliendo de su futura cuñada. Las mejillas de Carla estaban empapadas y unas de sus manos tapaba su boca impidiendo que se escaparan los sollozos, mientras que, con la otra mano, sostenía su vientre. Sus pies nadaban en un charco de sangre.
N/A:
Bueno, aquí les traigo el último capítulo de esta pequeña historia. Espero les haya gustado. Gracias por leer. Pronto estaré subiendo más historias, las que ya tengo escritas, y algo nuevo. Quiero escribir algo nuevo, but no tengo mucho tiempo 😥
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