Anécdota ZEN
Hui – Neng, maestro y padre del zen (638 – 713), atravesó el polvoroso camino de la vida con uno de sus discípulos, sin pronunciar palabra alguna. Al final de sus días preguntó a su compañero de viaje si había aprendido algo del silencio.
Este, con arrogancia, respondió: “Sí, desde luego, el silencio es estar en silencio”. Repuso el maestro: “Permanecer en silencio no es perdurar en el silencio. El silencio auténtico es dialogar con la existencia, ser uno con nosotros mismos. Usted no asimiló nada de mi silencio porque no experimentó conmigo la vida, lo festivo cuando la mariposa danza su armonía, cuando el silbar del labriego es agradecimiento a la jornada.
”Tampoco lo luctuoso de ella al revelar el sufrimiento humano de un animal y de la planta. Mientras cruzábamos la senda nunca escuchó la esencia de mi silencio. Esperé que pronunciara alguna palabra respecto al entorno. Guardó un mutismo abrumador. Mientras atravesábamos el murmurio del agua, nunca dijo nada frente al sufrimiento ajeno.
Fue egoísta con la vida, con la muerte. No le vi asombro ante lo bello, ni ante las crueldades del mundo que nos rodea. Fue indiferente a la fiesta de la existencia. Pasó insensible junto al cadáver del perro. Siguió de largo sin mirar el árbol muerto.
Silencio que se traducía en gritos contra mí, hacia el instante que era diálogo con la creación. Mudez que menguaba la armonía de mi alma.
”Regrese, deseo morir solo en este paraje inundado de silencios, de palabras donde se acopia la alegría, la tristeza, himnos de un mismo haz de sentimientos.
”Regrese y aprenda a platicar con el polvo, con la piedra, con el árbol, con la gota que corre, consigo mismo, con el humano que sufre, con el hombre que danza el aire que lo rodea. Grite que el silencio encaja de manera exacta en el éxtasis, en la muerte. Sea indulgente y entregue lo mejor de su esencia vital, en el más profuso silencio, el que es luz en la voz de la sabiduría”.