Crímenes contados: centro y periferia desde la violencia y el crimen en nuevos autores del relato negro venezolano (5)
En el ámbito latinoamericano, el escenario urbano como lugar del crimen adquiere notas particulares: son escenarios privilegiados en sus representaciones la caótica barriada del margen y el complejo urbanístico sobrepoblado. Son las ciudades grandes los escenarios por excelencia de las representaciones criminales. Para Leonardo Padura Fuentes (Miedo y violencia: la literatura policial en Hispanoamérica, 2003), la nueva novela policial “centra su interés en los mundos citadinos y contemporáneos en los cuales conviven el crimen y la vida, la violencia y la realidad más rampante y esencial de un universo abocado a todas las crisis políticas, económicas, morales y culturales” (p. 15). La recurrencia a un espacio particular como lugar de las ficciones, y, por su puesto, sus conexiones referenciales, forman parte de la construcción de un imaginario, y sus incidencias simbólicas modelan mundos y mitos desde los cuales la realidad es leída e interpretada.
Esta determinación espacial es muy importante tanto para el desarrollo de la diversidad de las representaciones del género como para aquellas que ocupan las lindes. En esta proliferación de narraciones los espacios que empiezan en el callejón se diversifican. Así, podemos hablar de una novela carcelaria; o una novela de guerrilla, donde no sólo las calles, sino también el campamento de la selva será importante; la novela que cuenta el universo marginal de los ranchos del cerro o las favelas, pero también los territorios ctónicos de los bajos de los puentes, los túneles del metro o la red de alcantarillas.
En nuestro país, el lugar emblemático de las representaciones criminales ha sido, más frecuentemente, la urbe capitalina. Y con marcada densidad dramática sus márgenes y los bajos fondos del centro. Sus lugares más sórdidos, con los discursos que la cruzan, y sus personajes más oscuros han dejado una marcada huella en el relato negro de las últimas dos décadas.
Un autor como Rodrigo Blanco Calderón trabaja las posibilidades del género en este sentido. En su libro Una larga fila de hombres (2005) (5), plantea los temas de la escritura, la sexualidad, el amor y la muerte desde la mirada desencantada de la Caracas cotidiana, impersonal y sórdida, potencialmente violenta. Los relatos “Una larga fila de hombres”, y “Uñas asesinas” en particular, exploran los tópicos de interés que recientemente hemos apuntado. El primero es la historia de Miguel, un psiquiatra forense muy culto y aparentemente pacífico perturbado por un conflicto de identidad sexual que lo conduce a una agresión brutal.
Aunque su acento se coloca en el drama del personaje, su viraje a la manera del Doctor Jekill de Stevenson, aparece por supuesto la peligrosa Caracas nocturna, la que recurrentemente se retrata en las páginas de sucesos. En un mirador, lugar de encuentros sexuales pero también de muerte, Miguel hace su contribución de sangre. Pero es el cuento “Uñas asesinas” más representativo en el sentido que apuntábamos.
Narrado desde la perspectiva irónica (y a veces ingenua) de un joven citadino, tiene como anécdota estructuradora el enigma de los asesinatos en serie de indigentes ocurridos en Caracas en el 2004. En su diario apunta, junto a los temas que lo inquietan, como la sexualidad, el deseo de aventuras, la escritura, anotaciones sobre el estado de las investigaciones de estas muertes y las coteja con su propia investigación.
Lo que comienza como un juego imaginario de especulación intelectual, lo llevará a un encuentro cercano con el asesino, y, en el proceso, a la comprensión de la ciudad como el lugar donde la violencia se multiplica y se vuelve inexplicable:
Cuando no hay una conexión entre una serie de crímenes y el criminal más allá de la perpetración del crimen, estamos jodidos. Ahí sí estamos jodidos. Ese vacío es imposible de llenar. Es un punto ciego que sólo podemos observar, una y otra vez, con una repetida fascinación y espanto. (p. 112)ciego que sólo podemos observar, una y otra vez, con una repetida fascinación y espanto. (p. 112)
Más allá de la historia que versiona crímenes de la ciudad, relatos de este tipo son los que dibujan su topografía desde su lado menos amable, el de la violencia urbana, cebada con frecuencia en los más débiles de sus habitantes.
La violencia urbana como elemento fuerte en la constitución de las ficciones criminales es una de las marcas reconocidas del género negro; y una marca que ha atraído múltiples análisis sociológicos, pues, al igual que Chandler en “El simple arte de matar” (1944/1980), los estudiosos han reconocido en el crimen de las ciudades modernas “la moneda de lo que llamamos civilización” (p. 26). En consecuencia, un hecho notorio se apunta cuando esas ficciones desplazan su foco de atención a los lugares no urbanos y a las periferias, pues, tal hecho tiene, en sus conexiones referenciales y en su constitución simbólica, determinaciones humanas de mucho peso.
5. En todos los casos, las citas de las obras de ficción que forman parte de la muestra que estudiamos serán identificadas sólo con el número de página, en el entendido de que el dato se presentó con claridad la primera vez que aparecieron en el texto.
Parte 4(Aquí encontrarán los enlaces a las partes anteriores).
La fotografía de fondo en el titular fu hecha con mi teléfono LGPhoenix3 y modificada con la app Photoshop Express
Gracias por la compañía. Bienvenidos siempre.
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