¿Que me das a cambio?
Wendy entró a toda prisa al lugar que hace pocos minutos había divisado, y se detuvo en seco al darse cuenta que era un Bar de mala muerte.
El bar estaba lleno de personas, de hombres para ser más exactos, y a leguas se podía intuir que todos estaban borrachos y hasta drogados; y habían dejado de hacer lo que estaban haciendo para reparar en ella. Wendy se estremeció con terror al no gustarle lo que se reflejaba en sus miradas, pero lo disimuló haciendo cómo si hubiera temblado por el frío, frotando sus manos entre sí para luego soplarlas. Se recogió el enmarañado cabello en una cola de caballo, y se obligó a adoptar un semblante sereno. No dejaría que aquellos carroñeros olieran su miedo y se dieran cuanta que era la primera vez ella entraba en un bar.
Wendy caminó con paso firme hacia la barra, consciente de todos los pares de ojos que no se perdían ni uno sólo de sus movimientos. Pero ella no se dejó intimadar -al menos no lo mostró-, siguió caminando hasta finalmente detenerse y tomar asiento en uno de los taburetes. Miró a todos con una expresión altiva, aunque por dentro se estuviera muriendo de los nervios, y le dijo al cantinero.
-Sirvame lo más fuerte que tenga.
El cantinero miró a la chica menuda -pero bonita cabía decir-, que le había hecho su mejor intento por sonar segura y se rió.
-En este bar no se le vende licor a menores de edad -le dijo con tono petulante.
Wendy lo miró con mala cara.
-¿Quién le dijo que soy menor? -le dijo irritada. Cómo odiaba que la gente la juzgara por su estatura.
El cantinero volvió a reír.
-Vamos, Niña. A mí no me engañas. A lo mucho tendrás 18.
-Tengo 21 años -le aclaró ella-. Además, él único que aparenta una edad inmadura e infantil es usted. ¿Cuántos años tiene? ¿6? -Lo miró con superioridad y fingido egocentrismo.
Los presentes no pudieron evitar corear un "Wow" a la vez que reían, por la respuesta que le había lanzado Wendy, cosa que le hizo sentirse más segura.
El cantinero borró su expresión divertida y la miró con seriedad.
-Niña, aquí yo soy él jefe y si quieres algo tienes que pagarme por delantado. -le dijo él cambiando de tema, lo que hizo que la seguridad de Wendy flaqueara, esta vez no sabiendo qué responderle al estúpido del cantinero que insistía en llamarla niña. Porque la verdad es que no traía ni un solo centavo encima. Si había pedido algo en primer lugar, era para demostrarle a los presentes que ella no era una novata en un bar, y que sabía perfectamente a donde se estaba metiendo.
Él cantinero le sonrió de medio lado y le dijo en voz baja:
-Si quieres te doy la bebida, pero eso sí, después me tienes que dar algo a cambio, muñeca. -sacó un vaso y una botella de uno de los estantes, colocándolos encima del mesón. Tequila, la especialidad de la casa. ¿Trato o te retiras? -le preguntó y esta vez la risas que se escucharon a fondo fue a favor del cantinero.
Wendy no respondió enseguida. Se quedó mirando cómo el idiota servía en el tequila en un pequeño vaso del tamaño de su dedo índice. Tragó grueso, ella no quería quedar cómo una mocosa, pero si aceptaba sabía perfectamente que perdería. Ella no había bebido otra clase de alcohol en su vida que no fuera cerveza, y eso había sido nada más una sola vez y por equivocación. Dudaba que fuera capaz de tomarse tan siquiera un sorbo de esa bebida que ella había escuchado era fuerte.
El cantinero la miraba con sus penetrantes ojos color wiskey mientra sonreía y eso sólo la hacía dudar de su respuesta.
-¿Miedo? -preguntó él con un tono burlón, apoyando su espalda contra una pared que tenía detras de él, en tanto sacaba un cigarrillo de su bolsillo y se lo llevaba a la boca.
«Estúpido, arrogante» pensó Wendy. No dejaría que él la siguiera humillando. Inspiró profundamente y, ante la mirada estupefacta del cantinero, agarró el vaso rápidamente y se bebió el contenido de un sólo trago.
-¡Mierda! -exclamó el cantinero dejando caer el encendedor con el que se había quemado por haberse quedado viéndola cómo idiota con la boca abierta.
-Oh, el nenito no sabe encender un cigarro -se burló Wendy con la voz un poco ronca. La garganta le quemaba, pero era un ardor de victoria.
Los presentes volvieron a reír, ante el marcador que la favorecía a ella.
«2 a 1 idiota» Celebró internamente.
El cantinero chasco la lengua irritado y se inclinó para recoger el encendedor del piso mientras pensaba que no se iba a quedar tan tranquilo después de la humillacion que la niñita le había hecho pasar.
-¿Cómo piensas pagarme, mocosa? -le dijo de mala gana, sirviendo otro trago de alcohol.
Wendy lo miró cómo si no lo entendiera.
-¿Disculpa? -dijo ella- ¿Eres ciego o qué? ¿Acaso no viste que me bebí el trago? No te debo nada.
El cantinero se volvió a reír de ella y caminó hasta inclinar su cuerpo encima de la barra, quedando su rostro a centímetros del de ella.
-Al parecer aquí la única con una discapacidad eres tú: Yo dije, que te daría el trago sin pagar a cambio de algo, no que te lo dejaría gratis si conseguías tomártelo.
Wendy palideció al repasar mentalmente lo que él le había dicho, dándose cuenta él tenía razón. Se maldijo internamente por ser tan estúpida. ¿En qué diablos se había metido? Se preguntó con el corazón comenzandole a latir violentamente.
El cantinero pareció leerle el pensamiento, porque otra vez dibujó en su rostro esa sonrisa arrogante. Se maldijo de nuevo por no haber notado que él nada más le había tendido una trampa y ella había caído como boba. Aún así se apartó un poco de él y trató de relajarse.
-¿Qué es lo que quieres? - preguntó, fingiendo no importarle lo que él le pudiera pedir.
El cantinero la miró con una expresión que Wendy pudo interpretar que como que no se esperaba que ella se mostrara tan dispuesta. Wendy le sostuvo la mirada sin pestañear. No sabía por qué, pero de alguna manera era cómo si a ella le molestara que el idiota que tenía al frente dudara de su capacidad.
El cantinero, al ver que ella no se retractaba, optó por seguirle el juego hasta ver hasta donde llegaría la niñita con sus ínfulas de muy atrevida. Sonrió.
-Quiero un beso -le dijo y Wendy abrió la boca descolocada, sonrojándose de una manera que, aunque infantil, él tenía que admitir que le gustaba-. Claro, que si no pue...
Pero el cantinero no pudo terminar de hablar, ya que Wendy intuyó que él otra vez iba a salir con un comentario humillante, y una fuerza la dominó, haciendo que ella acortara los centímetros que los separaban de él, tomándolo de su camisa bruscamente, y halándolo hasta hacer que sus bocas chocaran, generando una descarga que los recorrió a ambos en cada ínfima parte de sus cuerpos.
Él la tomó por la parte de la nuca, incapaz de quedarse sin profundizar el beso, además de que le quería enseñar a esa mocosa quién era el que mandaba en ese lugar.
Wendy dejó escapar un gemido sonoro al sentir la lengua del cantinero enlazarse con la suya, y sólo se dio cuenta de locura que acaba de cometer al escuchar los silbidos de entusiasmo que llenaban el entorno.
De manera brusca separó al cantinero de su boca, empujándolo por el pecho y luego plantándole una cachetada que le volteó la cara, haciendo que los presentes dejaran el alborto.
El silencio en el que se sumerge el bar sólo es cortado por la inspiraciones aceleradas de Wendy, que se acaba de dar cuenta que cometió otra locura, al ver primero cómo sus cinco dedos quedaron marcados en rojo en la mejilla del cantinero, para luego ver cómo él gira su rostro lentamente hacia ella.
Wendy palidece ante la mirada furiosa que él le dedica, dejándole en claro que de esta no iba a salir ilesa.
-Dijistes un beso... no un intercambio de saliva -le dice intentado sonar segura sin conseguirlo.
Él escucha su patético intento de excusa, pero ha decidido no seguirle el juego. Estaba demasiado cabreado. La mejilla le ardía una barbaridad y de lo único que tenía ganas era de volver a sumergirse en esa boca que era capaz de irritarlo y excitarlo a partes iguales.
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