La primera vez que escogí la vida.
El mar me puso en frente la decisión entre la vida y la muerte. -¡Será que me dejo llevar o lucho por esta realidad?- pensé, mientras trataba de mantener la cabeza fuera del agua para poder respirar.
El día estaba nublado, el mar caribe estaba como siempre, cálido, la orilla se veía lejana, las olas eran enormes, no tocaba el fondo, no sabía si venían muchas olas juntas o si sólo eran pocas. Pensé en Mamá, en el sufrimiento que le generaría perder a su hija mayor, ahogada. Algo me decía que lo mejor era devolver la materia que compone mi cuerpo al universo, y otra cosa totalmente distinta, pero de la misma naturaleza me decía que mis allegados no soportarían mi decisión, que harían cualquier cantidad de suposiciones y nunca llegarían a la raíz de lo que en verdad hubiese pasado.
Había ido a aquel pueblo maravilloso porque nos habían invitado a participar en las fiestas patronales que se celebran el ocho de diciembre de cada año, los lugareños nos trataron muy cálidamente al grupo de personas que le íbamos a cantar a la virgen de la Inmaculada Concepción. Dormiríamos en un preescolar que quedaba a una buena distancia de la iglesia; la iglesia quedaba de camino a la playa, en realidad todo el pueblo quedaba de camino a la playa, Cuyagua sólo tiene dos calles que luego se funden en una larga camineria, que al igual que el río desemboca en el mar caribe.
Habíamos llegado al pueblo antes de que comenzara a llover, desempacamos, ordenamos el equipaje y designamos el área para dormitorio de chicas y chicos. Llovió, y algo que nunca olvidaré es que esa lluvia olía a pescado fresco. Jugué a la pelota mientras el resto del grupo se terminaba de alistar para ir a la playa, cuando todos los que íbamos a bañarnos estuvimos listos, nos emprendimos en una caminata de más o menos media hora. Llegamos, lo primero que noté fue el río, bueno, la desembocadura del río. Era la primera vez que veía algo así en persona. Para ir a la zona donde uno se puede bañar, hay que atravesar a pie el río,son sólo cuatro o cinco metros, y no es muy profundo, el agua llega a la cintura. Se sentía la diferencia de temperatura entre el agua de mar que tocaba mi piel gracias a la fuerza de las olas y el agua de río que bajaba a causa de la pendiente. Frío de montaña, calor de mar.
Nos metimos al mar, que rico el mar caribe, rico en todos los sentidos. Es tan pleno, tan lleno, que nos deja un poco de sí mismo a cada ser vivo que lo visita y se baña en sus aguas. Todo pasó muy rápido, sólo me estaba bañado, trataba de evitar que las olas no me arratrasen hacia la orilla o hacia la parte honda. Vino una ola muy grande, decidí meterme por debajo, y lo hice.
Cuando se está debajo de una ola, es agradable, el cuerpo sigue la masa de agua, la conciencia entra en un estado especial, la gravedad no se siente por algunos segundos, y uno se siente pleno, fluyendo con el universo, sumergido en el pensamiento puro, líquido. Este trance se interrumpió por la necesidad de respirar. No sabía dónde estaba la superficie, y dónde estaba el fondo. Boté todo el aire que tenía, lo hice por reflejo, y fue hasta entonces que supe dónde estaba la superficie del agua. Sentí las burbujas en mi cara. También por reflejo inspiré, pero no había aire.
Agua salada dentro de la nariz, agua salada en la garganta. Y ahí estaba, hasta ese punto me había llevado mi gran amigo el mar, elegir entre la vida, la fuerza, la lucha, llevar la contraria o simplemente dejarse llevar, seguir en ese estado agradable. En momentos como ese no hay crisis existencial ni depresión que puedan más que esa sensación de estar al borde de la tranquilidad fría y total de la muerte. Tenerla cerca, presencia vacía, estar y no estar. Reculé, elegí la vida.
Ajá, había elegido, y ahora ¿Cómo salía de esa situación?. Vi venir a Marco, estaba a cinco metros de mí, llegó desde la orilla. -¡¿Puedes salir sola?!, ¡¿Necesitas ayuda?!-. Me gritó. Claro que necesitaba ayuda, tenía los ojos, los senos nasales y la garganta irritados, había tragado mucha agua salada, además estaba cansada de tanto brasear en contra de la corriente. -¡No!,¡no puedo salir sola!, ¡necesito ayuda Marco!- le grite con lo que me quedaba de voz.
-¡Ve en sentido paralelo a la orilla!, ¡Si nadas hacia ella, no vas a llegar ni a la mitad del camino!-. Las olas eran enormes, lo veía entre el intervalo de las mismas. Cuando por fin llegó hasta donde yo estaba, me dijo: -hay que seguir así, en paralelo-. Era él el que nadaba, yo estaba tan cansada que no podía dar brazada, pero quería vivir. Es cierto eso que dicen que cuando una persona está determinada a hacer algo, así no tenga más que la ropa que lleva puesta, lo hará, contra viento y marea.
Pasaron varios minutos, había comenzado a lloviznar, la situación se sentía casi controlada. Nos había ocupado y no preocupado, cuando escuchamos un grito agudo.
-¡Auxilio!, ¡auxilio!, ¡nos estamos ahogando!-. Otras dos compañeras estaban abrazadas, y sólo podíamos ver sus cabezas cuando las olas subían.
No imagino lo desesperante que debió haber sido esa situación para Marco, creer que salvaba a una y que en realidad se le ahogaran dos compañeras. Llegaron dos surfistas, una chica y un chico, cada uno en su respectiva tabla. Marco me dejó con el chico (que tenía unos ojos color gris cromo) y fue a buscar a las otras dos chicas junto con la surfista. El surfista, me acercó hasta la orilla, en el trayecto entre la parte profunda me dio consejos sobre qué hacer en ese tipo de situaciones. -No te bañes cuando haya llovido, el mar se revuelve y se traga a la gente, cuando te das cuenta estás en lo hondo y te cansas porque casi nadie tiene condiciones para aguantar al mar bravo, y si te pasa como ahorita... no nades hacia la orilla, siempre trata de ir en paralelo, o sea, en diagonal, no importa que te tardes más-. Cuando pude tocar el fondo con los pies me dejó caminar hasta la orilla y fue a ayudar a buscar a las otras chicas.
En total fuimos cinco chicas las que pudimos haber perdido la vida ese día, todas pertenecientes al grupo invitado. La gente me preguntaba si estaba bien, yo les decía que si, fui la primera en salir. Uno de los lugareños me dio agua potable bien fría, le agradecí el gesto. Pasé el resto de la tarde en el río hablando con mi amiga Marcia y con su compañero Leonardo , tratando de sacarme el agua salada que me había empapado hasta el alma.
Hacia el final de la tarde, decidimos que debíamos bañarnos en el río porque así nos bañaríamos todos a la vez, y aún teníamos el compromiso de cantarle a la virgen. Hasta ese momento fue que caí en cuenta de todo lo que había pasado. Me cayó el alma al cuerpo, sentí la vida en mí, tanto fue así, que me entró un arranque y corrí. Corrí desde la mitad de la caminería hasta el río con la alegría de una niña que hace su actividad preferida. Nos bañamos con el agua fría de montaña, al terminar, emprendimos la caminata de regreso. Emprendí, el camino a casa.