Cuento popular: Los tres perezosos
Había una vez en la que un padre, al borde de la muerte, decidió realizar un testamento para repartir sus bienes entre sus tres hijos. Al llegar el notario, el viejo enfermo le pidió que le entregara su único bien, un burro de carga, al más holgazán de sus hijos, aunque le advirtió no sería esta tarea fácil.
Cuando el anciano murió finalmente, el notario decidió revelar la herencia, pero al ver que los hijos no aparecían decidió esperar un poco más. Meses después, los hijos del viejo seguían sin aparecer, por lo que el notario salió en busca de aquellos perezosos, y al encontrarlos exclamó:
– ¡Tú! El más grande de todos. Dime cuan perezoso eres.
– Es que me canso mucho, buen señor – murmuró el joven con lentitud.
– No me interesa, habla o te llevo a prisión – le dijo el notario.
– Está bien. Hubo una vez que mi casa se incendió por completo, y aunque me estaba ahogando del humo y me quemaba con el fuego, me costaba tanto levantarme, que mis amigos tuvieron que entrar a rescatarme.
– ¡Vaya! Eso sí que es ser perezoso – contestó el notario y se dirigió al segundo de los hermanos – Ahora sigues tú jovenzuelo, cuéntame algo.
– Pues no quiero ir a la cárcel, así que le contaré de la vez que caí al mar, y aunque me estaba ahogando me sentía tan cansado que unos pescadores tuvieron que entrar al agua para salvarme.
– ¡Qué nivel de pereza! – mencionaba asombrado el notario.
Finalmente, correspondía el turno para el más joven de los hermanos.
– Pues a mí me da igual, señor notario. Yo no tengo ganas de hablar, así que puede llevarme preso y quedarse con el burro de mi padre.
– Entonces tú serás el que reciba la herencia, pues no he visto semejante pereza como la tuya.
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