EL GATO GUARDIÁN
La mía no, no señor. No, no se la iban a llevar. Siempre le ponía su candado y la pegaba a la reja de la casa. ¡Muchacha, cuidado!, decía siempre, mamá. Que si a Pedrito, Juanito, Sultanita y Perencejo les habían quitado sus bicis, pero a mí no, no señor. Esa mañana salí como de costumbre. ¡Fuera, piaso e´gato!, grité y este salió disparado. Sí, Mefistófeles, gato negro y perezoso que se había instalado en la casa. Primero, llegó con timidez, comiendo los desperdicios que le daban. Después, se quedó como amo y señor de la casa. Mamá, le puso ese nombre tan horrible.
Esa tarde, al llegar a casa, hice lo de siempre. De repente, escuché desde mi cuarto un zaperoco, gritos, golpes y quejidos. Corrí para ver qué pasaba y, lo encontré tirado en el piso, al ladrón, al ladrón de bicicletas, con la cara rasguñada. ¡Quítenmelo, quítenmelo!, lloriqueaba. ¡Mala suerte, mala suerte!, repetía. Y los muchachos: ¡Agárrenlo, agárrenlo! El gato engrinchado frente al ladrón.
Desde ese día, “Mefis”, se hizo famoso en el barrio. Todos lo querían y ponían comida frente a sus casas. Yo, por mi parte, agarré alambre y una tabla. En ella escribí: “CUIDADO CON EL GATO”.