Mi padre en verdad me ama
Romanos 8:14–17 porque todos los que son guiados por el Espíritu de Dios, los tales son hijos de Dios, porque no habéis recibido el espíritu de servidumbre para estar otra vez en temor, sino que habéis recibido el Espíritu de adopción por el cual clamamos Abba Padre. El Espíritu mismo da testimonio a nuestro espíritu que somos hijos de Dios y si hijos también herederos de Dios y coherederos con Cristo, si s que padecemos juntamente con Él para que juntamente con Él seamos también glorificados.
Adriana nunca había sabido lo que era tener un hogar estable. Abandonada por su madre al poco tiempo de nacer, se había pasado toda la infancia viviendo con una familia u otra. Los últimos dos años había vivido en un hogar para niños, con un maravilloso matrimonio a cargo del grupo de chicas. Eso debió hacerla sentir más en familia, pero las otras chicas eran reservadas, como si supieran que no tenían esperanza de encontrar una familia de verdad. Simplemente estaban esperando hasta cumplir los 18 años para poder irse de allí.
Luego aparecieron los esposos Sandoval. Adriana siempre había tratado de ser la niña perfecta, que alguien quisiera adoptar. Pero ahora, por primera vez en su vida, Adriana no tenía que desear ser diferente ni esforzarse por caber dentro del molde de alguien. Los esposos Sandoval realmente querían una niña de 13 años. La amaban tal como era. Y justo antes de Navidad, la hicieron parte permanente de su familia, adoptándola.
Como creyentes, pertenecemos a Dios y su familia. ¿Quién puede disfrutar de un sentido más grande de pertenecer a alguien que los hijos de Dios? El apóstol Juan escribió: “Mirad cuán grande amor nos ha dado el Padre para que seamos llamados hijos de Dios. ¡Y lo somos!” (1 Juan 3:1).
Nota que en cuanto Juan escribió la palabra “hijos” ha de haber pausado mientras recibía el impacto de esa verdad, porque le puso el broche de oro a ese pensamiento con una exclamación. Si Juan estuviera hoy aquí, es posible que lo diría de esta manera: “¡Qué maravilla! ¡Somos verdaderamente hijos de Dios! ¡Es increíble!”.
Quizá estés pensando: “Pero sólo somos adoptados. No es como si fuéramos hijos verdaderos de la familia de Dios”. ¿Tú crees que por el hecho de ser adoptados por Dios somos hijos de segunda categoría?
Presta atención a cómo mi viejo amigo Dick Day considera las adopciones. Después de tener cinco hijos nacidos de ellos, Dick y su esposa Charlotte fueron a Corea y adoptaron un sexto niño, Jimmy. Dick dice: “Ese pequeño Jimmy es mi hijo. Tiene los mismos derechos y privilegios que los otros cinco chicos. Tiene el mismo acceso a nuestra herencia, nuestro tiempo y nuestro amor”. ¿Y sabes qué? Jimmy se considera hijo de Dick y Charlotte tanto como sus hermanos.
Nuestra adopción como hijos de Dios es una verdad que merece nuestro entusiasmo. Podemos decir estas palabras con entusiasmo y asombro: ¡Qué maravilla! ¡Soy verdaderamente un hijo de Dios! ¡Verdaderamente soy de él!
ORACIÓN:
Padre, gracias por hacernos tus hijos, en el nombre de Jesús, amén.
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