Luego le besé la sonrisa. Mirándola directamente a los ojos grises pregunté «¿Me dejas hacerte sexo oral?». Asintió. La toqué en su intimidad y se sonrojaron sus mejillas, que se tornaron de color rosado claro.

Recordé nuestra primera vez. Ese vestido blanco era incómodo de levantar y el porche de ese salón de fiestas estaba polvoriento, pero el hecho de escondernos para amarnos era totalmente excitante.

Bajé por su silueta dejando un rastro de besos en su cuerpo. Pasé por sus senos, recorrí su abdomen plano, pero mi lengua se conectó con su espalda y una descarga eléctrica la atacó cuando lamí esa parte de su ser donde estaba demasiado húmedo. Se mordió los labios. Mi lengua jugaba en círculos, ella solo tuvo tiempo de soltar un gemido apagado y sintió el éxtasis invadir su cuerpo.

No me detuve. Me dejó entrar entre sus piernas y así me volví uno con ella. Su interior estaba tibio y me cosquilleaba.

«No te muevas todavía… Dame un segundo.» Me dijo. Yo obedecí y eso era lo que nos había traído hasta esa cama.

«Hazlo» ordenó.

Mis caderas se empezaron a mover lentamente, sus uñas rasgaban mi espalda y su corazón latía tan fuerte que podía sentirlo. Las embestidas fueron cada vez más intensas.