─ ¡Ah, mira! Aquí también esta ese muchacho, el que cortejaba a Luisa, mira, aquí hay otros amigos que no reconozco.

─Vaya vieja…, si son muchos años.

─Voy por las galletas Viejo, ya vengo… ¿Cómo quieres el café?... Esa manía mia de preguntarte, si ya lo sé: fuerte, fuerte y bien azucarado, no sé por qué no te has enfermado, vaya manías las tuyas… ya vengo.

El viejo se acercó a la ventana y se asomó a la calle, miró hacia un lado, donde había un pequeño parque con un frondoso guayacán y un banco algo desvencijado.

─ ¿Allí está Vieja, nuestro banco, solo como siempre, ¿por qué será que no hay niños jugando? Añoro cuando los hijos de Quique corrían por encima del banco…

─Y tu refunfuñabas, por que no te dejaban leer. Y si alguna pareja venía los corrías.

─Ya no lo hago Vieja.

─Claro, ya no viene nadie, y para ver a un viejo como tú mejor se van a la plaza, es más bonita y más vistosa.

─A mí me gusta así, podemos tomar el café con galletas sin interrupciones. Y Quique… ¿a dónde se fue?

─ ¿No te acuerdas?… aquella noche, íbamos como ahora, a tomar el café en el banco, tu habías puesto la mesita del dominó.

─Por cierto… ¿que se hizo esa mesita?

─A veces pienso que es mejor olvidar, como tú lo haces Viejo... aunque no sé si es cierto… hubo una llamada y Luisa atendió, recuerdo que gritó y rompió a llorar, le preguntamos que pasaba y ella solo lloraba... fue un accidente Viejo… ¿seguro no te acuerdas? Vino mucha gente a ver al Quique, él era muy querido.

─Quique tenía un carro muy grande, un farlain 500, muy largo, claro... siempre llegaba con los nietos, eran tremendos, venían y me halaban los cabellos, como les gustaba molestarme.