Soledad

in #cervantes7 years ago (edited)

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Afuera llovía torrencialmente. Sentada en el diario -a poco tiempo del cierre- golpeaba el teclado ligeramente hambrienta, mareada por las seguidas tazas de café, entregada con natural infelicidad a la revisión disciplinada de las palabras. Párrafos y párrafos escritos por otros. Estaba corrigiendo:

La delincuencia organizada está detrás de la muerte de una militante psuvista. La víctima es María Pérez de 58 años, costurera de oficio y miembro de las Unidades de Batalla Bolívar-Chávez (Ubch).

Estremecida, siguió leyendo. A un lado, desordenados, los diarios tostados por el sol, amarillentos, viejos de años, apilados entre las sillas despatarradas y sin colchoncillos. “Esto es para ti”, vio la mano de largas uñas rojas, entre su cara y la pantalla del ordenador. Extendió la suya emocionada. “Disculpa es un error. Siempre entrecruzan la correspondencia”. Miró con molestia a la secretaria que había retirado la mano con premura y, entregaba el sobre a la periodista. La muchacha con gesto de desdén lo hizo a un lado, sin mayor interés.

Ni una maldita invitación para mí, pensó con amargura. Fijó su mirada en unos cuantos cubículos a su derecha. Aquella reportera en particular cometía muchos errores. “Hazte la vista gorda y corrígelos”, le había advertido el jefe de redacción. Tal vez eran ciertos los rumores que corrían sobre un romance con el dueño. La mujer frunció el ceño, pensativa.

Un fotógrafo revolvía fotos sobre un archivo mientras la mujer madura que cubría los eventos sociales sacudía lentamente un paraguas. Hoy era un día más, de un año más, idéntico a los sesenta y cinco que ella llevaba vividos. El pelo ralo, claro, teñido; las arrugas de la cara y el cuello; la barbilla picuda; la pulcritud de la ropa. Cualquiera adivinaba su soledad con sólo mirarla. Su madre no se había equivocado cuando la llamó Soledad. De acuerdo con el diccionario de la lengua española soledad tiene tres acepciones: carencia de compañía; lugar desierto o tierra no habitada y; melancolía que se siente por la ausencia, muerte o pérdida de alguna persona o cosa. Ella, en la tercera edad, cuadraba con las tres. Durante años se había reído sola y también había perdido afectos.

Pasó gran parte de la vida haciendo esfuerzos, intentando comprender qué había detrás del ánimo, mutismo y gozo del mundo que la rodeaba. Al no entender, se llenó de envidia y de rencor. Soledad estaba sola con una soledad que la abrumaba. Los ojos marrones y tristes hablaban un idioma que no necesitaba léxico. Durante un rato estuvo mirando los caracteres, cada pequeña mancha en la pantalla, inmersa en la nada con expresión estupidizada.

La quinceañera Soledad había sido una reina de belleza parroquial, novia de un cantante del vecindario y amiga de actores locales. Un mundo de fantasía, pequeño, limitado, en el que ella se sentía una suerte de jetsetter. El micro cosmos de Soledad, que había sido alimentado por una madre tan fantasiosa como ella misma, había concluido abruptamente con una barriga y un matrimonio apresurado con el cantante. El hombre terminó siendo alcohólico, desempleado y convertido en un abusador que la golpeaba seguido. Duró varios años de casada hasta que un día averiguó que el intérprete ensayaba en otra casa, donde tenía varios hijos más. Cuando finalmente consiguió el divorcio, sólo obtuvo la custodia compartida de las tres hijas.

Desde ese instante, Soledad vivía imaginando amantes, nuevos caminos, nuevos comienzos. Ni las hijas, yernos o los nietos se sentían a gusto con Soledad. Era tanta su intensidad y cursilería que les daba miedo. Un cuarto rosado, vestidos de princesa, novelas rosas. Una vez hasta publicó un aviso buscando pareja en una revista. No obtuvo siquiera una respuesta. La descripción que hizo de ella misma fue tan fidedigna, que ningún hombre se sintió atraído por la mujer-niña-reina.

La exigua existencia, la falta de amor, la desterraron del mundo real incapaz de ubicarse. Hasta que un día Soledad consiguió un asidero. Una sonrisa casi iluminó las deslucidas facciones, recordando el manifiesto. Parpadeó varias veces hasta dejar de ver las manchitas de la computadora, concentrada mentalmente en el decálogo de las Unidades de Batalla de Hugo Chávez (UBCh):
1.- Estudiar y practicar la doctrina de la ética y la política chavista; 2.- Fortalecer y expandir cada día más la vanguardia en las UBCh; 3.- Asumir el compromiso histórico de colocarse a la vanguardia de la unidad y organización de todas las fuerzas sociales y políticas de la Revolución en su comunidad para fortalecer el Poder Popular; 4.- Ser elemento permanente de propaganda y movilización en torno al Plan de la Patria y los logros de la Revolución Bolivariana; 5.- Defender logros de la Revolución y combatir en cualquier terreno a los enemigos de la Patria; 6.- Ejercer tareas de contraloría social en su comunidad; 7.- Asumir el compromiso de ponerse a la vanguardia de conformar la Red de Hogares de la Patria en su comunidad y las visitas casa por casa; 8.- Ser el vínculo entre la comunidad y el Gobierno Revolucionario para lograr la solución de los problemas más sentidos y participar activamente en el Gobierno de Calle; 9.- Asumir el compromiso de colocarse a la vanguardia en la conformación de los Círculos de Luchas Populares y del Buen Vivir; 10.- Organizarse y cumplir las tareas para ganar elecciones.

¡Qué belleza!, por fin un reino y un rey digno de ella. No importaba si estaba muerto. Las leyendas nunca mueren se dijo Soledad balanceando el cuerpo, cambiando el apoyo de una pierna para la otra, temblando de emoción. Afuera en el mundo real, con la savia colada en el cuerpo amputado de emociones, Soledad se había convertido en la más dedicada de todas las milicianas. Ella era todo un vendaval.

Atrás quedaron los años de desventura, el marido golpeador y bígamo que montó familia paralela, los hijos y los nietos que preferían ignorarla por sus rarezas y que ahora le huían más, tratando de protegerse contra la verdad verdadera, la única: la revolución bonita. Qué equivocados están, pensaba Soledad. El tiempo le daría la razón. Soledad sonreía beatíficamente.

Por culpa de las guarimbas más que del mal tiempo, le había tomado su tiempo llegar al diario. Aunque eran unos pocos desestabilizadores, eran molestos. Había pateado algún caucho atravesado y había gritado consignas a favor del régimen.¡Cómo osaban protestar contra el presidente!, hijo dilecto del más grande hombre de América: su rey. Soledad no se amedrentó frente a los insultos o el riesgo de convertirse en blanco de agresiones físicas. Andan intolerantes, pensó. El pueblo quiere paz.

Según Soledad, la barbarie generada por los rebeldes merecía la defensa de la honorable Fuerza Armada. Los militares eran héroes de la nación y herederos del rey. A ella nadie la desenfocaría. Su objetivo: afianzar los lazos de hermandad, amor e igualdad de la Revolución. Estaba decidida a profundizar cada día y, junto al pueblo, el socialismo bolivariano. Volvió a repasar la noticia de la militante muerta. Algo parecido a la rabia le dio calor. Aunque también podía ser el regreso de los síntomas de la menopausia. Aquellos tormentosos calorones no le daban tregua desde los cincuenta.

Miró con rabia a la periodista bonita y abiertamente opositora. Algo tendría que hacer con ella. Tal vez hablar con el Sistema de Comisarías Políticas y denunciarla, o llevar un velón negro con su nombre a Zuleka, la iluminada que percibía ilusiones visuales, auditivas, físicas, espirituales y estados de éxtasis guiada por Changó. Soledad estaba convencida que Santa Bárbara bendita hacía irradiar el cuerpo de la pitonisa. Consultarla le causaba una sensación de gran calidez en el corazón. Sí, Zuleka se ocuparía. Al fin y al cabo esa joven se lo merecía. El tono de sus notas de prensa estaba siempre parcializado.

La lluvia había arreciado. El aire acondicionado de la redacción producía un viento más helado de lo normal. “Hay que acabar con todos”, dijo entre dientes Soledad. Obtener la mayor suma de felicidad, justicia y paz posible. Ella nunca había sido tan feliz como ahora. Independencia y Patria Socialista. Viviremos y Venceremos. Un pensamiento surgió tan repentino como los rayos que se veían a través de las ventanas empapadas. María Pérez no es víctima de la delincuencia sino de la ultraderecha, rumió dolida. El imperio estaba haciendo lo imposible para exterminarlos. María Pérez era una heroína. Había que vengarla. María Pérez, tu muerte no quedará impune caviló Soledad, con la mirada iracunda puesta en la muchacha del cubículo cercano. Ellos -la joven gacetillera la estaba mirando distraída desde su cuchitril- pagarán por esto.

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