El Fumadero - La leyenda del soldado
La leyenda del soldado.
La pradera se extendía infinita en el horizonte, un hermoso campo verde sin duda fue aquella llanura de pastizales altos y flores blancas. "Que inmenso es todo esto" eran las palabras que mi poco cultivado intelecto alcanzó a reunir al encontrarme allí parado; la caricia del viento, el silencio fúnebre que quedaba luego del replicar de la marcha y los tambores, el susurro frío y calado de la brisa, la respiración caliente y temblorosa que recorría mi yelmo. A pesar de los años aun lo recuerdo todo y así será hasta mi final.
Ocurrió muy rápido, yo estaba en primera línea, cuando el cuerno retumbó y escuché los gritos de batalla como un eco que lentamente inundaba mis oídos, cargamos, aquel pastizal había tan hermoso había dejado de existir y ante mis ojos veía como los colores y banderas del ejercito enemigo le devoraban con cada paso, luego se produjo el choque. No recuerdo exactamente que pasó o como, quizás por una décima de segundo me vi en manos de los dioses pero para mí fue una eternidad en el limbo, luego la luz se apersonó y lo que era silencio absoluto se volvieron gritos de dolor y desespero, choques de espada y el chillido de dolor de los caballos.
Desperté entre una montaña de cadáveres, desorientado y perdido, mas si bien deje ir la mente y el espíritu fuera de mi cuerpo no sucedió lo mismo con mi espada a la cual me aferré durante el choque. Me puse en pie, a mi alrededor los hombres se abalanzaban unos a otros con los ojos inyectados de furia y rabia, a pesar del frenético escenario todo se movía despacio en mi cabeza, los hombres se miraban unos a otros como si hubieran dejado de serlo, como si estuvieran ante la presencia de un demonio, una figura desalmada dispuestos a llevarlos a lo mas profundo de las fauces de infierno. Uno de ellos puso su mirada en mí así como clavó su vista pretendía poner con furia su lanza y aquel intento le costó la vida a manos de mi espada gracias a que los cuerpos muertos dificultaron su maniobra y le hicieron caer al suelo.
Nunca vi a nadie a los ojos antes de quitarle la vida, temía perderme en la locura si lo hacía, porque lo que las grandes historias no te dicen es que empuñar el acero en batalla por glorioso que pueda parecer, es la cita para la sentencia, el primer paso para caer en ese abismo, o quizás no soy un personaje de leyenda, tal vez aun soy aquel muchacho enclenque y escuálido que casi muere en aquella pradera.
Escuché un grito ahogado, luego el extraño sonido que hace la carne y los huesos al ser aplastados, sentí un ligero calor a mis espaldas, me di la vuelta y un soldado aliado yacía en el suelo con el pecho quebrado, ahogándose en su sangre, ante el se encontraba un enemigo con un enorme martillo en mano, aquel hombre en el suelo se interpuso entre aquella enorme maza y yo, o eso es lo que siempre quise creer, no sé porque ese hombre se sacrificó por mí, no le conocía de nada, de los camaradas que hice en aquella guerra no quedaba ya ninguno por quien arriesgar el pellejo. El hombre de la maza vino a mi encuentro, yo acepté su desafió con la mirada, le di muerte segundos después de un ligero cruce de golpes, vi sus ojos borrarse ante los míos, sentí como la daga que había hundido en su pecho se hacía fría en su interior y el tenue calor de la sangre discurría por mi mano.
Los enemigos huyeron en retirada y la mano de la espada perdió fuerza, en aquel momento me tomaron en hombros, escuché a los demás gritar mi nombre el cual yo mismo casi había olvidado. Al día siguiente recogimos los cadáveres de nuestros compañeros, un día después de eso marchamos a casa, yo monté a caballo después de días de marchar a pie, me alabaron como un héroe, no ayudé con los cuerpos de los caídos, la noche luego de la batalla comí carne de cerdo y bebí vino junto a los generales, todo fue tan extraño, todo por haber matado a alguien a quien no pudieron matar antes, todo por una puñalada trampera con una daga escondida, así es la guerra, así es la gloria.
Ya han pasado casi cuarenta años de aquel suceso, no recuerdo el porqué de aquella batalla, no recuerdo los nombres de mis camaradas caídos, tampoco a cuantos maté, si fueron muchos o unos pocos pero ¿acaso importa? Solo recuerdo estar parado allí solo en aquella pradera rodeada de cadáveres y las flores blancas enrojecidas por la sangre. Las personas de mi ciudad me conocen ahora como un héroe, un campeón, segador de los viles y malvados; entre los pobladores se rumorea que mido tres metros, que mi habilidad con la espada no tiene igual, que nací con la fuerza de mil hombres y que mi corazón no conoce más que la bondad y la nobleza. Estas historias las cuentan las mismas personas a las que robaba comida para sobrevivir, las mismas que me hubieran dado muerte si hubieran visto mi mano despojar las monedas de sus bolsillos.
La verdad es que me hice soldado por dinero, por dejar de pasar hambre, una vida mejor, nunca pensé en tener que combatir algo mas que a sabandijas como la que yo mismo fui alguna vez, pequeñas ratas hambrientas, no mido tres metros ni siquiera dos, y mi espada no conoció jamas combate justo en batalla. La única nobleza de mi vida es este pequeño texto que escribo a la luz de una vela en la corte del rey, en mis aposentos de la guardia real, jamás pensé que viviría el tiempo suficiente para aprender el significado de las palabras, para inmortalizar los pensamientos en papel... Quizás de las oscuras historias se forjan las mas estrafalarias leyendas y la mía no es una excepciona ni tampoco una digna de gloria.
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