Un largo trayecto- Capítulo II

in #cervantes6 years ago

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II

María es madre soltera, quedó embarazada de Fabián a los 19 años, ella estaba consciente del riesgo de las relaciones sin preservativo, pero sin plásticos de por medio los amantes la pasaron mejor.

Adolfo Sansebastián es el padre de la criatura, nunca consumaron matrimonio puesto que nunca se amaron, solo tuvieron una noche donde los llamó la carne y el deseo. Pero asumiendo las responsabilidades que conlleva ser un adonis sin precaución trabajó para garantizar el sustento de la criatura. A pesar de que se trataba de su hijo, nunca lo quiso, solo lo mantuvo por responsabilidad moral, eventualmente consiguió un mejor trabajo en alguna parte del extranjero, y la única garantía que tenía Fabián de que tenía padre era un cheque firmado que llegaba todos los meses con un remitente en una lengua hermana del castellano.

María no tuvo tanto éxito, pero no es su culpa, carecía de las condiciones necesarias como para siquiera saber a qué huele, su padre desapareció a los 2 años de haber nacido, renunció a sus responsabilidades y nunca más nadie supo de él, una vaga memoria de un hombre que la tuvo en brazos reposa en alguna parte de su subconsciente. Su madre padeció el cólera teniendo ella 6 años, la muerte puso fin a su sufrimiento. Su abuela tuvo que hacerse cargo, le enseñó el duro oficio de trabajar la tierra, obteniendo como rédito papa, ñame y otros tubérculos.

Misia Reinalda era una señora muy mayor, tenía 69, pero una vida de privaciones, una dentadura con solo 5 dientes, y una casucha de barro y techo de zinc como único logro material le costaron la vitalidad que pudo haber alargado su longevidad. La tercera edad es la maldición del pobre, ya que no puede trabajar. Misia Reinalda tenía un corazón sagrado, veía a María con mucho amor y respeto, procuró enseñarle los valores que en una vida de ignorancia se aprenden por las malas.

La inteligencia y la belleza no eran cualidades de la pequeña María, sin embargo, esas no eran razones para vivir una vida insufrible de perro callejero. No había forma material de evitar que su nieta sufriera por la escasez venidera, puesto que ni educación tenía, no obstante, mucho creía ella en su Dios, y mucho creía ella en su antítesis.

Nunca nadie entendió que medios utilizó Misia para lograr tal fin, pero le puso un valor a su eternidad después de la muerte, y solo existía un comprador capaz de pagar el precio que ella exigía, comprador innombrable con el que ningún ser humano quisiera negociar jamás, pero ella recibió lo que quería, y eso era la santa suerte para su descendencia. Una vida en la que indistinto de la situación en la que se hallase, no iba a pasar hambre, no le iba a faltar un techo, no iba a enfermar, languidecer o a padecer accidente, no le iba a faltar la paz. El trato fue firmado con un sello de sangre coagulada escarlata.

La pequeña María contemplaba a sus tempranos 10 años la mirada lúgubre de su abuela, la cual con un aspecto cadavérico levantaba su huesuda mano para acariciarle el cabello. Un ataque de tuberculosis contaminó sus pulmones, y la condenó a la cama. El comprador, impaciente, quería rápido su parte del trato. María vio a su abuela Misia cerrar los ojos para no volverlos a abrir y bajar en cuestión de pocos minutos su temperatura corporal, la vieja y ajada bata rosa que cargaba el cadáver encima fue bautizada por una cascada de llanto infantil.

Nada volvió a ser jamás como antes, nada nunca volvería a ser como fue para la pequeña María, todo sería peor. Su único sustento fue el pequeño huerto de tubérculos que había en su casucha, y la labor ofrecida a las gentes del pueblo para limpiarles los enseres domésticos.

Por un año la más profunda soledad la invadió, no tenía hermanas ni familia que la apoyaran. Una niñez de trabajo duro endureció sus manos, su semblante y su carácter de manera irrevocable, sin embargo, pasaría mucho tiempo hasta dejar de ser una niña sufrida.

Nunca pudo aprender un oficio que demandara habilidad en el uso las de facultades mentales o manuales, ya que carecía de talento e inteligencia suficiente como para prosperar. Limpiar, fregar, planchar, y a duras penas cocinar fueron sus especializaciones hasta el resto de su existencia, nunca supo aspirar a más, nunca pudo intentar algo más.

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