Sangre caliente

Esto se trata de una entrega sensorial: aconsejo humildemente que leas el siguiente texto de manera pausada, y escuchando el próximo audio.

 

       En este mundo que piso, donde la felicidad —banal como casi todo lo que la sociedad viste como estandarte— se presume y se mezcla con la seca arcilla de las máscaras perpetuas, concédanme el derecho de encontrar la música triste. Déjenme oír el canto del pájaro muerto, de la soledad silenciosa, del ayer que no volverá, de la gente que llora a la gente. Porque no hay nada en la vida, como cuando acaba. Porque ese final te dice que hubo un inicio; porque amo la vida y aprecio, aunque indeterminado el rumbo que tome, aprecio severamente no estar muerto.

       No quiero las malas mentiras de un porvenir prodigioso, pues lo que uno hace es lo que uno es. Sé lo que valgo porque sé lo que hago, aunque lo que quiera hacer sea distinto. Manejan mis hilos de seda con manos de bestia. Dame el llanto desgarrador, déjame escuchar la mala sangre, la mala vida, el alcohol ahogando sus venas y el tabaco atragantándola como soga al cuello. Permíteme ver la crudeza que el ciego alegre no concibe, líbrame de la utopía humeante del amor imposible y pon mis pies en la tierra, donde la verdadera vida crece y las flores desprenden perfumes originales. Donde puedo tener un jardín, y ser parte de uno sin que me duela.

       Te quiero a ti, mujer sin rostro, que sé que es mujer porque no hay algo más sereno que verte a ti, a tu mirada hueca, cuando llegas al final. Quiero que me muestres los paisajes reales, la viva imagen de la vida proyectada en tu nariz de polvo. Espero anhelante y paciente, en tanto me quites la arcilla de la cara y me permitas escuchar tu voz una sola vez, la última vez. ¿Vendrás vestida como la inmaculada? ¿Tu velo celeste ocultará tu corazón ardiente? ¿Acaso las flores en tu mentón estarán ya marchitas?, ¿O me recibirás como si fuera uno de ellos? Gloriosos e ilustres aventureros del infierno, fundadores y deconstructores de los paraísos artificiales.

       Me marcharé entonces en paz, si eso deseas, caminando detrás de ti. Siguiendo tus pasos. Escuchando el sordo pitido de pichones sin madre, oliendo la húmeda y fértil tierra que traerá el cielo con su mensaje. Me iré contigo, si antes de hacerlo, me enseñas por fin lo hermoso que se siente estar vivo.

La presente edición es de mi autoría. El retrato original se puede conseguir aquí.