La crecida del Orinoco, la revolución Bolivariana y la justicia climática
«Ignorar los impactos del neoextractivismo, o callar los análisis por simpatías partidarias, es un camino desatinado, y en especial en los ámbitos académicos o en la militancia social.»
Eduardo Gudynas. “El nuevo progresismo extractivista en América del Sur”
Todo a la vista se hizo mar. Los pasajeros debimos haber imaginado que por algún recurso místico o un artificio chamánico nos habríamos transportado de los confines de la selva tierra adentro a algún mundo perdido en el litoral. La llanura era un mar en calma; avanzando lento, pero seguro de su victoria. En la distancia, en alguna planicie ligeramente más elevada sobresalía un circuito de menos de una decena de casas de techos de moriche. Era, además de la alcabala de tediosos milicos rateros, el único signo de presencia humana que se alcanzaba a ver. Los árboles se ponían de puntillas para hacer emerger sus copas y obtener un respiro de tanta inundación. Las únicas que podían alardear de una resistencia estoica, sin inmutarse ni temer por sí mismas, eran las gigantescas rocas pensativas que habían estado allí resolviendo intrigas y paradojas durante eones. Llegué a pensar que todo había sido pergeñado en mi salida de Amazonas por un maligno hékura, Motoka-riwë, que es quien se roba las almas, para terminar de convencerme de la marcianidad de aquella tierra. De cierta manera, teníamos la vista puesta sobre un paisaje para el que ni los locales ni yo, y dudo que la humanidad más extraviada en estas ficciones interplanetarias, teníamos esquemas. Aquella soledad era como un viaje en el tiempo a las eras más arcaicas. Desde los sótanos de la Tierra, la fauna ediacárica volvía a cobrar vida sobre los tepuyes.
La última vez que la vi, Hilda Blanco, una de las parteras de la organización para la que trabajaba, una mujer ya de cierta edad, me dijo que había tenido que traerse a su familia desde isla Ratón, la cabecera del municipio Autana, hasta su casa en Puerto Ayacucho, porque sus sobrinas y los hijos de éstas habían quedado damnificados. Ella vive en un fondeadero de la ciudad, pero, al menos en el momento en que sostuvimos la conversación, su casa no había sido alcanzada por el río por estar sobre un promontorio. Aseguró no recordar en todos sus años de vida una inundación de aquellas magnitudes.
Llegué a pensar que todo había sido pergeñado en mi salida de Amazonas por un maligno hékura, Motoka-riwë, que es quien se roba las almas, para terminar de convencerme de la marcianidad de aquella tierra.
Mi acompañante y yo no salíamos de nuestro asombro. Tampoco él, a sus treinta y seis años, tenía registro en su memoria de algo así. Buscando explicaciones, añadí que todo aquello debía de ser producto de la minería, que si existente al despuntar el siglo XX, había tomado auge en los últimos años. Él no negó el crecimiento de la minería en los años recientes, pero menospreció su contribución a la subida del agua, haciéndome notar que había un cambio climático en curso y que habría de ser el responsable directo de aquella desgracia. Yo porfié que la explotación intensiva de los minerales del subsuelo podría arrastrar enormes masas de sedimentos al lecho de los ríos, haciendo parecer mayor su caudal. Al final acordamos una rendición amistosa en buenos términos, tal vez más por pereza que por darnos cuenta de que esa era una discusión estéril. Yo proponía que el hecho podía tener explicaciones unicausales o magnificaba uno de los factores; él recortaba la distancia o confundía el fenómeno con el modelo para representarlo. Ambos éramos simplistas en exceso.
Adónde van los que dejaron las casas muertas
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En Amazonas como en otros estados del país, muchas de las plazas de trabajo del mercado formal están desocupadas. No sólo no son lucrativas, sino que por añadidura no ofrecen un salario suficiente para vivir, por lo que, quienes prefieren seguir viviendo en esa tierra entre los suyos antes que sumarse al éxodo fuera de las fronteras de Venezuela, se involucran en el contrabando de extracción. Tales opciones no son excluyentes; con frecuencia, el dinero para emigrar a otros países se obtiene por vía del contrabando, si no se mantienen relaciones comerciales con los mineros o no se quiere pasar por el peligro y el desasosiego de la vida en las minas.
El contrabando hacia Colombia siguiendo la ruta de los puertos Ayacucho-El Burro (Puerto Nuevo)-Páez-Carreño o la menos utilizada si bien más expresa Puerto Ayacucho-Casuarito es fundamentalmente de gasolina y alimentos manufacturados subsidiados, pero también puede serlo de un sinnúmero de artículos, como la harina de trigo para uso panadero y hasta el cobre del cableado telefónico. La falta de Internet, señal en aparatos celulares y tono en los puntos de venta es de lo más habitual.
Y por supuesto están las minas, a las que no es fácil acceder por estar controladas por funcionarios de la Fuerza Armada venezolana y por disidentes de las FARC. Estos colectivos vigilan los pasos a las minas, estableciendo peajes en los que otorgan derecho a tránsito a cambio de “gramas” de oro. Desperdigadas en los siete municipios del estado, aunque concentradas principalmente en un punto del municipio Manapiare y a los pies del cerro Yapacana en el municipio Atabapo, las minas son puntos favoritos del tráfico de drogas, la prostitución, la semiesclavitud, la trata de blancas, condiciones higiénicas y enfermedades (como la malaria) que las hacen más impopulares comparadas con el contrabando de insumos, y a las que hay que agregar el requerimiento de tener que someterse al imperio de las armas.
Máscara de Reyo, demonio de'aruwa
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En las minas operan artesanalmente criollos colombianos, brasileños y venezolanos, pero también indígenas, que se ven empujados a estas actividades por la erosión de los valores culturales, por la modificación de sus subjetividades (y en consecuencia de sus deseos) y por su inserción marginal a la sociedad envolvente en tanto sujetos históricamente discriminados y sobre los que descansa el sistema de dominación colonial que hace posible nuestro modo de vida en las ciudades . Algunos no participan directamente de la extracción, pero transportan mercancías o proveen de productos de la caza y de la pesca a los mineros.
Desperdigadas en los siete municipios del estado, aunque concentradas principalmente en un punto del municipio Manapiare y a los pies del cerro Yapacana en el municipio Atabapo, las minas son puntos favoritos del tráfico de drogas, la prostitución, la semiesclavitud, la trata de blancas, condiciones higiénicas y enfermedades (como la malaria)
Sin embargo, la cosmovisión de los pueblos originarios con alguna vitalidad cultural logra transmitirse siquiera parcialmente en entornos fuertemente penetrados y en última instancia determinados por la civilización occidental y su economía. Ese es el caso de Puerto Ayacucho, una ciudad en la que sorprende encontrar a un joven capaz de hablar la lengua de sus ancestros, pero en la que sí está claro que la existencia del dueño de la tierra impedirá que quien haya sacado de ella una piedra preciosa se salga con la suya. Los dueños son encantos o criaturas sobrenaturales de la espiritualidad indoamericana, que aparecen también en las cosmovisiones de pueblos de los Llanos y el área Circuncaribe, así como en el culto a María Lionza, y que habitan y protegen celosamente cada uno un elemento de la naturaleza, del que toman su nombre. En la casa de Marcelino pude escuchar que un hombre que había encontrado un diamante en un caño del sureste había muerto menos de tres días después sin haber podido venderlo. Con todo, racionalizaciones como esta no vedan a los indios el querer participar del banquete de riqueza instantánea: muchos indígenas urbanos dan alguna mercancía en comisión a un conocido para que la venda en las minas por metal o pesos colombianos; es una manera de multiplicar su valor y tener ahorros. El indígena no considera el boicot a una actividad perniciosa para su propia forma de vida porque en su racionalidad no estorba al dueño de la tierra de la misma manera que quien aparta el metal con sus manos. A otros corresponde desenterrar la fortuna. La riqueza repentina extiende dilatadamente su llamado. Puerto Ayacucho es hoy el punto en donde confluimos muchos recién llegados del resto del país.
Gente pacífica y calmada: los wǫttüją
Al menos en la geografía venezolana, ningún pueblo originario se aparta más de la imagen de indios belicosos que justificó la conquista europea y a posteriori el cine estadounidense la conquista del oeste que los de’aruwa o wǫttüją. De’aruwa significa “gente del monte o de la selva” y wǫttüją “gente calmada y pacífica”. Este nombre describe perfectamente su carácter nacional. Los wǫttüją son con probabilidad, el pueblo más espiritual del noroeste amazónico. No se sabe que hayan sido nunca una nación de guerreros, y cuando los primeros exploradores se adentraron en la región a través del Orinoco, terminaron acogiendo a los pueblos ribereños (los wǫttüją viven en la densidad de la selva o en los sotobosques interiores) anexándolos a su cultura como grupos de filiación.
Chamán José Antonio Bolívar Fuente
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Los męyęruwa y los märitü, o brujos y chamanes, tienen un papel central en esta cultura. El chamán y curandero más célebre de Amazonas, José Antonio Bolívar, pertenecía a esta etnia. También fue un märi de’aruwa, Rafael Pérez, quien frenó por medio de invocaciones y conjuros la construcción de la carretera San Fernando de Atabapo-Samariapo, que habría facilitado las comunicaciones entre Amazonas y otros estados venezolanos, pero que muy seguramente habría conspirado en contra de que la Amazonía venezolana se mantuviera hasta tiempos muy recientes entre las mejores conservadas (en 2013 se estimaba que solamente se había desforestado el 3,3% del espesor original). El progreso es un valor que mide su peso en sangre y en suelos arrasados.
Los preferidos de la modernidad son los indios muertos. ¿Y los de la revolución también?
Hay un hecho innegable de la revolución Bolivariana: sólo ella pudo sentar las condiciones para que las demandas y reivindicaciones de los pueblos originarios tuvieran concreción en un marco jurídico. No se trató de un obsequio a los movimientos indígenas, sino en primer lugar de un reconocimiento a su dignidad como interlocutores. Así, los indígenas pasaron de ser sujetos de tutelaje a sujetos de derechos; el acceso a sus territorios dejó de estar gestionado por organizaciones religiosas; tuvieron carta blanca para ocupar cargos de representación en los organismos del Estado, por más que los mecanismos de elección resultaran insensibles a las diferencias entre los pueblos; y no menos importante, la legislación admitió la legitimidad de sus idiomas y del derecho a mantener sus diferencias.
Cierto que las voces de los pueblos originarios del continente americano en contestación a la propuesta de mercados de carbono pudieron resonar por medio de las delegaciones y de los dignatarios de Bolivia, Ecuador y Venezuela en las conferencias mundiales de los Estados en materia de –pienso en lo importuno de la construcción “en contra del”– cambio climático, que pudieran haber significado una nueva irrupción foránea en sus tierras y restricciones en la capacidad de decisión sobre los bienes de sus territorios. Pero paulatinamente, los proyectos alternativos propuestos por los gobiernos progresistas, surgidos en un contexto de resistencia social al neoliberalismo ensayado en toda la región, han venido cediendo en favor de la lógica del capital y de las razones de Estado. Para el gobierno revolucionario como para cualquier otro gobierno, la Amazonía es a efectos prácticos tierra que sólo habitan los indios, o como también se dice a menudo, tierra no habitada por nadie. No es, empero, una condición que en Venezuela sea exclusiva del Amazonas: lo es de todo territorio que contenga un recurso –el que sea– cuya explotación y venta en los mercados internacionales se traduzca en divisas para la satisfacción de las necesidades superfluas de las mayorías –de la que el gobierno revolucionario, como otros, extrae legitimidad–, aunque sea en detrimento de minorías teóricamente "iguales". No por nada, para Chávez, que quería atraer inversiones, la Faja Petrolífera del Orinoco, territorio de los decisivos caribes o kari’ña de los que tanto se ufanan los ideólogos de la nacionalidad venezolana y los historiadores, era uno de esos “espacios vacíos” de los que se habla en las escuelas militares para esquilmar una tierra sin pedir permiso para entrar.
No se trató de un obsequio a los movimientos indígenas, sino en primer lugar de un reconocimiento a su dignidad como interlocutores.
Mientras tanto, el proceso de demarcación en Amazonas, por el que el Estado venezolano reconocería los lazos materiales y espirituales y de pertenencia de los pueblos indígenas con sus territorios y les concedería prerrogativas sobre su administración, no ha tenido avances. Apenas los recónditos jodï parecen existir. Una multitud azorada me cuenta que por aquí pasaron los chinos.
Amazonas es un espacio vacío, rojo y con abundante agua, como Marte: listo para colonizar.
Cliquea el siguiente enlace para ver el mapa de los territorios indígenas demarcados hasta 2013: https://chocandoelcarro.wordpress.com/2018/04/18/mapa-de-los-pueblos-indigenas-de-venezuela/
Que falta de conciencia y afan de poder y dinero, no quiero imaginar las muertes y enfermedades de tantas especies en ese lugar. Muy buen post y gracias por informar @ngetal ya que todo en este país esta sancionado.
Gracias por haberlo compartido @yekamendez. Yo creo que el silencio acerca de lo que pasa en el sur del país, más que deberse a una supuesta coerción ejercida sobre los medios para que no informen nada se debe a la misma configuración de los medios de comunicación de masas como parte del proyecto de la sociedad liberal. En este sentido, Amazonas está fuera de la esfera de interés de los que detentan el poder mediático, pues el mundo de los medios convencionales de masas es el de la monocultura (blanca y occidental). Fíjate en los medios privados, tampoco antes del gobierno de Maduro solían hacer reportajes sobre las zonas más remotas del país.
Hace poco tuve la oportunidad -léase obligación- de presentar un seminario sobre el arco minero en mi universidad. Quienes evaluaron la presentación (profesora y oyentes), lo calificaron como bien defendido. Es después de leer este post -y de vivir a primera mano la inundación- que me doy cuenta que dejé muuuchas cosas por fuera, sobre todo el tema de las consecuencias a largo plazo.
Tengo el presentimiento de que las inundaciones de este estilo están por ponerse peor, sobre todo cuando consideramos que la mayoría de las personas presta más atención al aumento de las lluvias, que al aumento de la actividad minera en la cabecera y alrededores. Como no nos cuidemos, de verdad que nos vamos a convertir en la pequeña Venecia y andaremos paseando en curiara por la parte baja de la ciudad.
Siempre es super interesante leer esta clase de post, encontré su trabajo hace poco pero creo que es realmente bueno c:
Gracias por tu comentario y por haber compartido muy publicación. Sobre las inundaciones hay mucho que considerar, además del aumento drástico de la minería. Considerar los ciclos de grandes inundaciones, por ejemplo.
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Increible lo que se esta viviendo por la inconsciencia y la falta de mantenimiento.
Lamentablemente, la Fuerza Armanda Nacional, que es la encargada de proteger las áreas naturales de Venezuela, no tiene formación en el manejo ambiental y menos entiende de interculturalidad, así que ellos más bien representan allí un factor irruptor de la reproducción de los modos de vida tradicionales.
Como está mi Vzla... como la han dejado poner.
Cómo la han dejado poner; pero en parte las dificultades que atraviesa actualmente el país son debidas a las implosión de características estructurales, o sea, que están más arraigadas y son de más larga duración.
Que penosa la situación de nuestro país y de los pueblos indígenas venezolanos, es indignante.
Así es, sobre todo penosa para ellos, @c1udadan0x. Hay mucho que escribir. Por ejemplo, que para un Estado colonial como el nuestro ellos serán siempre un estorbo, por más que ahora se les reconozca y se les brinde algunos derechos (a pesar de que el mismo Estado se ha encargado y se encarga de vulnerarlos).
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Que terrible esta situación del sur de Venezuela, ya esto es un ecocidio y una depredación de los recursos naturales, ya no se ni como llamarlo, que hipocresía de este gobierno de hablar de soberanía y desarrollo sustentable, nada más lejos de la verdad. Muy bueno tu post, saludos
Tienes razón en que el gobierno es muy hipócrita al hablar de soberanía; sobre todo porque con la financiarización de la naturaleza o lo que es análogo, el pago o contracción de deuda con garantía en los bienes comunes de la República hipoteca la soberanía de Venezuela. Venezuela ya fue colonia española, de los ingleses y de los gringos. Ahora nos comprometemos cada vez más a quedar en manos de los chinos y de lo rusos en menor medida. En cuanto al "desarrollo sustentable" pienso que el mismo concepto es una quimera o una estrategia para no dejar de depredar el ambiente y los pueblos, mas en todo caso, lo que el gobierno intenta, llámese "desarrollo minero ecológico" o tenga otro nombre más irónico no va para ningún lado (salvo la destrucción).
Asi es , muy buena opinión , gracias y un abrazo
@simon.bolivar, quizá te interese leer esto.