¿Crisis? ¿Cuál crisis?
La crisis de Venezuela es integral: afecta a múltiples ámbitos. No obstante, ninguna se prolonga en el tiempo tanto como la de las universidades autónomas. La universidad es uno de los campos de batalla que se disputan la izquierda por un lado y el chavismo y la derecha por el otro en Venezuela, ya que con frecuencia es también el escenario de aparición de los nuevos liderazgos. No he querido dejar de lado este aspecto de esta etapa de transición del proceso político y por eso he escrito este libelo militante.
Fotograma de Lugares comunes de Adolfo Aristarain Fuente
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El letrado Fernando Robles, meditabundo quincuagenario jubilado precozmente que decide instalarse en una chacra de Córdoba a cuya entrada un mojón marca el primer año de la revolución (1789), exclama para sus adentros en un momento de la secuencia nunca desbordante en emociones, “desde que tengo memoria, este país está en crisis”. Sin mayores sobresaltos, un diagnóstico análogo es moneda corriente entre los estudiantes con apenas un tiempo en la UCV: todos parecemos coincidir en que nos hallamos en una crisis; la diferencia de opiniones en verdad radica en el punto en el pasado desde el que puede remontarse esa crisis. Para los espíritus más sensibles a la veracidad de lo inmediato (o quienes suscriben la idea de que lo inmediato a los sentidos es verídico en sí), la crisis es un hecho cuando no inédito, por lo menos sí muy propio de su tiempo y en absoluto relacionado con las crisis del pasado. Para otros, en cambio, menos impresionados por los progresos de la aviación civil, las luces de neón y la televisión satelital, la crisis no es ya una violenta corriente subterránea, sino una laguna ancha, cómoda en su lecho rocoso. En la UCV, la crisis llegó para quedarse. Su autonomía por siempre vindicada de la ciudad extranjera que la arropa le da un aire a Estado Vaticano o a Lummerland, aquella isla minúscula autosuficiente que contaba con estafeta y servicio de tren. La UCV es un país, o para el contento de muchos que quieren más de la Tierra Media o de la Alagäesia de Christopher Paolini, un reino de fantasía con aristocracia y falanges incluidas donde la crisis se ha vuelto un estado más que un momento. Todos somos Peter Pan.
La historia no es asunto de la UCV, no obstante a ser un prodigio en celajes y fantasmagorías medievales. La misma arquitectura nos lo recuerda: la única opción en este recinto del saber es el futuro. El campus es un museo de arte moderno en el que no son bienvenidas la oscurana medieval ni las excentricidades localistas (también llamadas étnicas ). Su lema deja claro que esta es una Ciudad Luz. Sus tres arcos del triunfo tienen inscritos los nombres de los padres de la patria, los auténticos, los que todavía no habían sido usurpados por la turba no iluminada del exterior. La Ciudad es un monumento al progreso y al buen gusto: sus amplios jardines, sus edificios de moderada altura que no vedan el horizonte a la mirada, sus concurridas alamedas salpicadas de librerías y de hombres doctos en los cafetines, de dandies que no paran de mirar por encima del hombro y que sólo inclinan los ojos para rendirse ante la sublime estampa de un Soto, un Laurens, un Lobo o un Arp. Aún si cuarenta y cuatro mil luminarias le hicieran falta, la Ciudad que estos prohombres llaman su casa, es capaz de repeler las sombras que la ciudad lúgubre de afuera, la ciudad que muerde, con frecuencia le instiga, como si de un oráculo celeste se tratara. Por eso, no pocas veces los ciudadanos orgullosos que la llaman su casa le atribuyen el carácter de sagrada. Es el recinto predilecto de un incuestionable saber. Pero éste, como sentenciara Marlow el aventurero, también ha sido uno de los lugares oscuros de la Tierra.
Situación de la UCV en Caracas
Partiendo de un razonamiento dialéctico elemental, no puede haber luz sin sombras. Son fenómenos antagónicos, aunque de la misma manera complementarios. Aun cuando en un movimiento centrífugo la casa expulse a las sombras, necesita de una proporción que pueda mantener a raya para hacer sobresalir su espectacular juego de luces. ¿Cuál sería después de todo el efecto del vitral de Léger que permite la entrada de la luz diáfana del sol, sin las sombras cautivas de la biblioteca? Tal vez las sombras sean tenues y se precise de sentidos más agudos para percibirlas y los demonios que la imaginación piadosa reserva a los infiernos quizá estén todos aquí. La Ciudad Luz es tan pulcra y esplendorosa y agradable a Dios que todas las esperanzas humanas parecen tan cerca de materializarse en ella: la civilización, el progreso, el fin de la muerte, el vuelo fructífero de Ícaro que llega a buen puerto, la conquista de Marte y la República de filósofos de Platón. Los intendentes encarnan tan perfectamente la ética que es imposible pensar en la corrupción. Pero este también ha sido uno de esos lugares de las tinieblas, aunque sea difícil creérnoslo. Nuestro breve tránsito, nuestra escala prenatal en París con destino a la profesionalización nos oculta las habitaciones de los muertos, los escenarios de las traiciones, de las vindictas, de las estampidas de los que llegaron para quedarse para que nada cambie (porque su misión es defender el patrimonio herencia de los padres no usurpados) contra los trashumantes ilegales a los que de torpes no se les termina de dar la luz. De vez en cuando se escuchará a alguno de esos encantos étnicos o exóticos (no pertenecen a aquí) en un aliento postrero el grito de ¡Renovación! En la Universidad Central basta que un estudiante responda al insulto de un profesor para ser expulsado; para que sea despedido un profesor hace falta que mate a un estudiante.
Vitral de Fernand Léger en la Biblioteca Central de la UCV. Acuarela de Juan Carlos Figuera. Fuente
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El gentilicio de los modernos, esto es, de los que están adentro, se distingue por su indetenible locuacidad y por su facultad inalienable para pronunciarse acerca de todo. Así, por ejemplo, ninguna otra nación puede discurrir más imparcial sobre la ciudad extranjera y ningún diagnóstico sobre sí misma puede ser más certero que el dictado por las elucubraciones infalibles de los modernos. En la segunda mitad del siglo XX, Claude Lévi-Strauss provocó una polémica al introducir la dicotomía (que no es tal) entre sociedades frías y sociedades calientes. Los exegetas que protagonizaron la discusión ulterior interpretaron que Lévi-Strauss había acuñado los eufemismos de la época para nombrar a las sociedades primitivas y las sociedades industriales, respectivamente. Los modernos de acá, que piensan como los de allá y no se han percatado de la falacia de la interpretación, han echado mano a la dicotomía precipitándose a probarla en su realidad: para aliviar la tensión en la frontera, sociedad fría es la de afuera, pues más vale no pensar mucho en ella si es que no experimenta grandes cambios, en tanto que la sociedad de la Ciudad Luz (lucero en la noche más larga del año) constantemente se sacude en acelerados cambios. “¡La ciencia ha avanzado tanto!” se ha vuelto el saludo habitual en un cruce de amigos. Cada video subido a la cuenta de Youtube de Slavoj Žižek causa revuelo y es recibido como una ruptura con todo lo que veníamos pensando hasta entonces, para descubrir poco después que volvemos al punto de partida. Es por eso que la vida en la Ciudad Luz es esencialmente agonística: los modernos han asumido lo reiterado de las novedades, han peinado la ola de la crisis y ahogado las alarmas de los que recién llegamos para hacer que sólo se escuchen las suyas, para que en un eventual retorno al silencio comprobemos que todo sigue igual. De esta suerte, habremos resuelto que es tanto lo que sucede intramuros que la omisión es todo lo que podemos decir del país de la ciudad extranjera de más allá.
Un episodio del popular programa de divulgación de Slavoj Žižek
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Sin embargo, el valor de la crisis no tiene que ser ambiguo o negativo, que son aquellos que le corresponden en sus acepciones hegemónicas en la medicina o en la canónica teoría económica y social. La voz griega κρίσις tiene originalmente un valor jurídicopolítico que conviene en todo instante privilegiar: la crisis es una oportunidad, el despliegue de un juicio sobre alternativas posibles, el límite difuso en el que se debe decidir entre la paz que complace y hacer lo justo. La crisis es el momento de decidir si persistir un trayecto humillante pero seguro o elegir la crítica, el estado en el que el sosiego sólo se alcanza por la agonía para hacernos justicia y garantizar que los cambios desemboquen lejos del punto de partida. Nosotros elegimos ya.
muy buena tu publicación, saludos
Gracias. También me interesé por una de tus publicaciones. En cuanto tenga tiempo la leeré.
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Buena publicacion pero hablando de crisis Recuerdo cuando las Universidades eran las primeras en Manifestar y lograr los cambios de gobierno. hace falta ese estudiante agerrido que sale a manifestar su incomodidad
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Muy buen articulo hermano , bien explicado. Si puedes pasarte a ver mis ultimas publicacion soy Venezolano tambien !