"Itämeri. La breve historia de una fotografía."

Estuve en su país tratando de encontrar algo que la representara, buscaba en calles y en bosques. Buscaba en museos y galerías de arte, buscaba fotografiar algo que se aproximara a representar lo que ella es, buscaba algún edificio, algún elemento visual que hiciera sentido con ella, claro, eso no iba a pasar... Nada que hubiera sido creado por el hombre iba a ser suficiente para hacer una comparación apenas justa.

Empecé entonces por lo básico. ¿A qué lugar mira un hombre que busca respuestas? Algunos pueden decir que ve al vacío, desconcertado. Pero ¿A qué dirección apuntaba la mirada de los primeros hombres que tenían preguntas no resueltas? Al cielo. Solo de esa manera lograron maquillar su curiosidad racional, por medio de una respuesta irracional.

Ellos crearon su propia respuesta pero la mía no estaba en el cielo porque para mí ella nunca fue Diosa, ella siempre fue algo real, alguien a quien podía ver, alguien a quien tuve cerca. Los primeros hombres no obtenían respuestas de lo que se inventaron allá arriba a menos que fueran profetas o esquizofrénicos, yo en cambio siempre tuve alguna respuesta suya, en las mañanas por ejemplo cuando salía de bañarse y me despertaba mientras secaba su cabello color sol, si la metáfora del cielo nos lo permite, yo siempre le decía que jamás imaginé que lo primero que vería al despertar sería algo tan lindo como es su imagen, a veces ella me daba una respuesta tan física y primitiva como era sonrojarse de tal forma que me confirmaba que no era ninguna Diosa, que era tan humana como yo. Otras veces me respondía solamente con un "gracias", tan frío y lejano como su país, pero jamás me importó, las gracias las daba yo porque nunca le mentí cuando le dije que era la mujer más hermosa que había besado.

El cielo claramente no era mi respuesta, y que poco conveniente porque lo que vieron primero los hombres fue el cielo y lo primero que vi yo fueron sus ojos. Era la metáfora perfecta porque el cielo y sus ojos son igual de azules y a mi me ponen en un estado tan primitivo y animal como el de esos primeros hombres.

No fue ninguna coincidencia que ella me llevara al mar. En el Génesis la tierra, el cielo y el mar eran oscuridad hasta el tercer día cuando vino la luz. No era coincidencia que en el tercer día me llevara al mar, quizá para lavar los pecados que traía arrastrando desde mi patria y desde hace una vida o simplemente porque pudo intuir que estaba en busca de algo y quiso ayudarme, pero fue ahí viendo las olas donde obtuve la respuesta que tanto estaba buscando. Porque es real, porque la pude sentir en todos lados de mí llenándome de ella, porque es cambiante e inabarcable y porque por más que intenté guardar la respiración y sumergirme en ella nunca llegué a tocarla tan a fondo como para lograr develar los secretos que guarda en lo más profundo de sí.

Sólo después de entender que el mar nunca fue de nadie y que ella no era mía por fin encontré algo que representara todo lo que ella sí fue para mí. Por fin encontré la foto que tanto buscaba.

El mar nació un 27 de agosto.