Vidas paralelas
Tengo un amigo que no se, llamémosle José que tiene algunos años menos que yo, quizás cuatro o cinco, no lo se con certeza, nos conocimos a través de su hermano, bueno más exactamente porque su hermano era vecino de un amigo que a su vez era amigo de otro amigo mío y este era novio de una de las vecinas de mi bloque, en fin un lío. La primera vez que lo vi, no lo olvidaré nunca, fue en una moraga, de una noche de San Juan, sitio propicio para nuevas amistades y conocimiento e integración de grupos, iba desaliñado, era muy delgado e iba exhibiendo un tripi en la boca con la insana intención de compartirlo con alguien. No fue un inicio de amistad muy prometedor.
Con los años llevamos esas vidas paralelas que da ser del mismo distrito de la ciudad, tener alguna que otra afición común, compartir salidas y conversaciones sobre mil y un tema con esa trascendentalidad que solo puede darse en esa juventud universitaria, con los años sacamos la carrera, los encuentros se espacian, aparecen amores, trabajos, obligaciones, cambios de domicilio, la relación se espació pero siempre se convergía aunque fuesen diez o doce veces al año.
Agobiado de la falta de oportunidades en el país, tenía una carrera que en principio le permitía abrirse muchas puertas, como tantos otros tomó la decisión de intentar probar en el extranjero, por lo que contó, extremó el ahorro del trabajo intrascendente donde se consumía, y empezó a estudiar el idioma, con la rigurosidad del que se prepara unas oposiciones. Por probar se fue primero un verano, una especie de campamento para adultos donde se trabajaba en contacto con la naturaleza, se daban clases por la mañana y por la tarde para refuerzo del idioma y por supuesto que se daban las circunstancias de compartir el nuevo idioma con el resto de partícipes del campamento.
Con el paso del tiempo y la llamada del amor de una ex compañera de esa aventura primigenia con la que había seguido manteniendo el contacto intensificando cada vez los sentimientos que sentía hacia ella, le proporcionó ese último impulso espiritual que necesitaba para decidir cambiar de país y empezar una nueva vida.
No quiero aburriros con los detalles pero en resumen podemos decir que una vez superado el choque inicial, pues le fue bien, fue enlazando trabajos mejores residencias y las chicas después de el desengaño inicial con la primigenia de la idea del traslado, la convivencia, fue un desastre, encontró otras chicas más acordes a su carácter, y su ascenso dentro de la escala laboral del mundo anglosajón, parecía imparable.
Las múltiples obligaciones de cada uno y la distancia, hace que el contacto se vaya espaciando, pero por redes sociales, de forma distraída de vez en cuando oteaba algo de su vida. Era una montaña rusa de viajes, convenciones, fotos con chicas guapas, no se, la viva imagen del éxito. Con el transcurrir del tiempo, y la poca atención que prestaba a nuestra decadente amistad, pues el interés por su figura en mi decreció, siendo sustituido como es ley de vida por nuevas amistades, nuevos encuentros, nuevas formas de vida, más sencillas pero totalmente satisfactorias por lo que a mi respecta.
Centrándonos en el tema, una vez pormenorizados los detalles de nuestra relación, pues un día de este otoño apenas estrenado, caía una lluvia fina, que apenas limpiaba las calles de esa grasa humo y contaminación de la circulación rodada, iba dando un vigoroso paseo, preparado mentalmente para una cita con un cliente, nada anormal. todo rutinario, pero a la gente le gusta que se le regale las orejas, se traten sus temas de interés se le compadezca y de la impresión de que haces todo lo posible y que su cuota mensual, está bien justificada, apenas una hora de respuestas, todo bien, y salir a la calle, la tarde cae, la lluvia arrecia, y las primeras luces de las farolas de las calles, están apagadas, por el desfase de hora que probablemente se corrija en cuanto se produzca el cambio de hora.
No llevo paraguas, odio los paraguas, apreté el paso, las calles no estaban concurridas, apenas unas pocas personas en su paseo rutinario de perros y alguien entrando de forma recurrente en las farmacias en busca de remedio a las dolencias por venir. Lo vi, os juro que lo vi, no es su barrio ni siquiera cerca del mío, pero reconocí su chaqueta ajada, iba cargado de bolsas de un supermercado cercano, fue un destello un momento, una sombra, pero era él, más grueso, con la calvicie que ya había dejado de ser incipiente, y acompañado de una mujer que daba una impresión de terriblemente avejentada.
Un sudor frío recorría mi nuca, mezclandose con la persistente lluvia, en los escasos metros que me separaba mi andadura del lugar donde tenía estacionado el coche, por la radio sonaba apaciblemente el disco más reciente de Kamasi Washington, mientras iba sorteando coches calles, desembocaduras, hasta llegar a mi destino iba pensando, no puede ser no puede ser, la vorágine de pensamientos tenía su fiel reflejo en el vaho que cubría al menos parcialmente el cristal delantero, tuve que poner el aire para quitarlo, sumando un elemento más de incomodidad a la asfixiante atmósfera que se había creado en el coche.
Llegar aparcar, subir, todo en volandas, fue todo uno. Encender el ordenador, repasar en las redes su vida, todo seguía perfecto, idílico, bronceado exhibía sus mejores galas, siempre con un vaso en la mano y una pretoriana de carnes broncíneas cerca. Le di de forma obsesiva a “me gusta” todas sus publicaciones, todas sus redes, descansé al fin respiré y antes de apagar el ordenador, le escribí un privado, “Llámame lo sé todo. Estoy para lo que necesites”
Muy bueno, gracias por compartir con nuestra comunidad.