Crónicas de Venezolanos en Boa Vista (La colila del Cigarro y el asilo de las monjas)
Se me ocurrió hacer varios Post sobre los venezolanos en Boa Vista, ciudad en la que pase una semana. Mas que todos crónicas, pequeñas historias que creo, valen la pena ser contadas, no hay juicio moral en ellas ni moralejas, solo intento decir lo que paso y lo que sentí. Esta es la primera Cronica.
Esta foto fue tomada tres minutos antes de la historia que mas abajo se relatara
Boa Vista
Boa Vista es una pequeña ciudad al norte de Brasil, en el estado Roraima. Entre ella y Venezuela no hay casi nada, solo la ultima prolongación de la gran sabana; pero en ella irrumpe una vegetación un tanto diferente, parecida a la amazonia pero no la misma. La carretera es larga y solo es visible el horizonte, pareciera que uno nunca va a llegar, que la ciudad y su imagen es un espejismo de un desierto verde.
En los últimos seis meses del año llueve en Boa Vista, y con la lluvia luce algo rural y nublada, es una ciudad bastante plana, de avenidas rectas y grandes, sin edificios altos o rascacielos, parece estar entre la línea de pueblo y de ciudad; sin embargo, y comparado con el estado de las ciudades en Venezuela envueltas en una integra espiral de decadencia, Boa Vista luce como el paraíso.
Nada más cruzar la línea empiezo a ver cosas que creí reservadas a sueños lejanos, manzanas, vacas gordas, concesionarios de auto o gasolineras sin colas. Quizás no muchos entiendan porque estas cosas, en extremo sencillas, en demasía de usuales llamaron tanto mi atención, pero a quien conozca el estado actual de mi país lo entenderá a la perfección.
En Boa Vista abundan los venezolanos, por lo que es sencillo toparse con ellos en cada esquina. Este post trata un poco sobre eso, sobre pequeños fragmentos de lo que seguramente son grandes historias.
La Colilla del cigarro.
Recuerdo la canción Aguarela Do Brasil de João Gilberto, asi luce Boa Vista tras un vidrio empañado en un día gris de lluvia
Sentado al alero del hotel para cubrirme de lluvia estaba yo fumándome el primer cigarro de la mañana que había heredado un poco de la noche en su aire frio, después de pasar por la cocina y entenderme en portugués con la señora para ver si no había problema con que me sirviera un Café. Total que, tan pronto me siento pasan dos personas, dos jóvenes d piel oscura y un aspecto percudió, nada agradable a la vista, fijan sus miradas en mi, o eso creí, porque en realidad, miraban mi cigarro.
-Com licença, tenha um charuto- Fue lo que debió decir, lo que intento, y no pudo-.
Pero en cambio musito algo muy mal en portugués, y me hizo una señal, un gesto, entablo con una mímica un hombre sacando un cigarro de su bolsillo y dándoselo. Me estaba pidiendo uno. Yo me le quede mirando, y toque mi caja bajo mi bolsillo, me decidí a no darle ningún. Le comente, Hablo español también soy venezolano. Y el sonrió un poco, otro tanto su amigo. Le dije para rematar, Te puedo dejar la cola. El pareció complacido. Ese teatro, ese amago del idioma debía de pasarles cientos de veces al día, como también me pasaba a mí, y a mi nada envidiable versión del Portugués.
Se sientan a mi lado, e intentan hacer un silencio mientras yo termino de fumar. Yo no lo soporto, me gana la curiosidad, y le pregunto
-¿De donde son ustedes?
-Tumeremo, Bolívar- dice uno-.
-¿Dónde las Minas?- Inquiero yo-.
-Si, eso mismo. ¿Y tu?
-Oriente, vengo del Oriente, Sucre.
Me cuentan algo de su historia- yo los animo a ello-, me relatan con bastante candidez que si la cosa estaba dura, que no habían conseguido trabajo y dormían en una iglesia, que vivían de la caridad pero sin jamás tocar esas palabras, como quien busca desesperadamente los eufemismos y no los haya con éxito. Pero estaban bastante optimistas, creían firmemente que todo iba a mejorar, se sentía en su relato un orgullo de sí mismos, a la vez que despotricaban contra los otros inmigrantes. Los tachaban de vividores y parásitos, yo, que no quería entablar discusión les di vagamente la razón, sin entender mucho la diferencia entre unos y otros.
Intentaban aparentar grandeza, pero por su forma de hablar se veía que nunca había visto una ciudad, que no habían asistido a la escuela, evidenciado porque uno de los dos me pregunto cómo es que se llamaban esos mapas donde salen todas las cosas, y al responder yo con dudas de que no fuera una respuesta tan simple (“¿Mapa Geográfico?”) ellos dijeron que yo era muy inteligente.
Al final les doy la cola y se quedan un rato mas, hablándome de penurias más que todos, pero con una sincera emoción de quien apenas recién descubre el mundo. Ellos no parecían tener ganas de irse del Alero del Hotel, y aunque pueda presentarse a mal interpretaciones, a pensarse en mí como alguien pretencioso yo decidí irme y dejarlos allí. No soportaba su pena, no me sentía apto ni para la compasión ni para el juicio.
Al devolverme, porque pensé en darles un cigarro entero, se había ido, los vi caminando al convento de la esquina. Le pregunto al recepcionista que hacen en ese convento y él dice, con mucha pena y sin mirarme a los ojos que dan café con leche a los venezolanos. Hacia allá iban desfilando los dos negritos, con la calle fría y el cielo escampando. Mientras el Recepcionista me miraba, pensando que tal vez yo también quería ir a desayunar con las hermanas Salesianas.
-Luis Rafael Moya Marcano.
Y si quieren ambienta el Post musicalmente :
hermano venezolano. lei tu historia.. y me atrapo. es triste como nuestros paisanos y nosotros pasamos tanta calamidades. pero pa lante. te seguire para leernos
Obrigado!