Cronicas de Boa Vista, Pt2 : Encuentros furtivos

in #cervantes5 years ago

Se me ocurrió hacer varios Post sobre los venezolanos en Boa Vista, ciudad en la que pase una semana. Mas que todos crónicas, pequeñas historias que creo, valen la pena ser contadas, no hay juicio moral en ellas ni moralejas, solo intento decir lo que paso y lo que sentí.


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Boa Vista, de noche.

No hay mucha actividad nocturna en Boa Vista, no más que un pequeño movimiento por las avenidas más transitadas, y por el resto de las calles otra cosa totalmente diferente, una soledad rural, solo uno o dos hombres caminado o fumando en las esquinas, y una variedad de prostitutas que se comunican entre ellas con gritos en español y portugués de acera en acera.

Hay centros comerciales llenos, y pequeños bares repletos de gente de clase media y pudiente, restaurantes y comercios, cafés y concesionarias de autos en la avenida principal, muy larga, incaminable, como si te obligara a moverte en auto o ir a través de la ciclo vía.

La Mirada Mata.

Cuando uno viaja uno piensa en hacer algo de turismo convencional, tomarse una foto aquí o allá, aprender algo sobre el idioma o la cultura, escuchar la música del lugar o hablar con la gente. Resulta que de estas cosas queremos descifrar países, ciudades o pueblos que no conocemos, pero uno de los aspectos que más puede hablar sobre un país son su propia gente desenvolviéndose en su vida cotidiana.

En El Roraima Shopping, un centro comercial bastante popular allá, yo sin entender muy bien porque me quede mirando a una joven mujer que comía sola en una mesa, ella era un poco gorda, y sobre su bandeja había una cantidad insana de comida, varias hamburguesas, papas fritas, refresco y una merengada ofensivamente grande.

En mi condición de venezolano tal vez, aquella imagen de esa joven comiendo sola se me hizo insólita, pero más adentro de mi sentía un palpito de una cosa semejante a la tristeza y a la compasión, y no sé por qué no pude dejar de mirarla. Me sentía mal al clavara mi mirada así sobre ella, pero había algo en la forma en que comía rápidamente, mientras veía su teléfono, algo infinitamente desesperante y triste. Sentí de hecho, que ella se sentía justo así, que tenia encima de ella una inmensa carga de desolación.

El desenlace de todo fue simple; ella entendió que yo no podía dejar de mirarla, pero con curiosidad y se se quiere una fría seriedad, no como cuando un hombre desea a una mujer si no cuando un observador mira a dos pandas esperando a ver si pueden reproducirse para anotarlo en su libreta. Su incomodidad se hizo presente, sintió de alguna manera que yo la estaba juzgando, se levanto y se fue, volteando a cada rato a ver si mi mirada seguía sobre ella.
La vi desfilar triste, y yo por mi parte sentir pena por mi propio cinismo, creo que desde esa pequeña experiencia acabe por entender que la mirada desnuda, y uno no puede estar mirando todo lo que hay.

Contraste.

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En los supermercados hay una enorme multitud de venezolanos trabajando, hay uno muy famoso allá, se llama Atacadao, es bastante grande y venden desde cerveza a productos de limpieza. En los pasillos siempre se escuchan pequeños relatos, hombres de acento caribeño, palabras clave por la cuales uno identifica a alguien que nace en el mismo lugar que tu y que en cualquier parte del mundo lleva su país guardado entre su maleta y los bolsillos.

Pero lo más significativo y digno de mención, fue otra imagen, una que como en el caso de la mirada pudo prescindir de las palabras para que yo pudiera entenderla, es decir, algo mas allá de la barrera entre el idioma. Y era una muchacha algo fea, pero que se veía, un día había sido hermosa, con su pareja, un hombre más alto y con una barba algo rala.

Ella sostenía en sus brazos una cantidad exuberantes de preservativos, de todos los colores, formas y funciones que uno ve en las propagandas. Y el hombre, por su parte, sostenía un bebe con la mano derecha y unos pañales con la izquierda. Ambos eran jóvenes, muy jóvenes, más de lo que me gustaría admitir. Y había en sus caras esa misma desesperación paciente e implosiva que vi en la señora que comía sola, que siento a veces yo mismo en mi propio rostro al hurgarlo en el espejo.

Un bebe y preservativos; la escena sugería muchas cosas, ¿era el hombre el padre?, lo más probable. Pero en definitiva, todo había sido un accidente, ellos estaban muy consientes de eso, habían aprendido la lección y ahora evitarían a toda costa que el error se repitiera y perdurara en el tiempo, ellos tan jóvenes, con camisas negras y tatuados, con piercings y un aura progresista, sostenían con mas cariño los condones que al mismo bebe fruto de sus entrañas. Uno simbolizaba libertad, el otro, responsabilidad.

Nos perdimos en la fila, ellos pagaron sus cosas, yo las mías, es probable jamás sepa la historia real que hay detrás de ellos, ni tampoco sobre cada ciudadano, sobre cada pasillo y bar, en este mundo que a fuerza de parecer tan chiquito, resulta inmenso.

-Luis Rafael Moya

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