Literatura Vernácula
Las batallas en el desierto de José Emilio Pacheco, me parecieron legendarias. Sin mencionar la destreza mental de Octavio Paz, para crear su hermosa poesía. Mi deseo indómito por encontrar El libro salvaje, novela escrita por Juan Villoro; se fusionó con el deseo del protagonista. Un viejo conocido como Eduardo del Río (Rius), caracterizado por su sarcasmo didáctico; sigue ayudándome involuntariamente a sonreír mientras aprendo.
Podría seguir hablando de otros autores mexicanos y de sus obras, sin embargo no es mi intención. Prescindir por ahora de su talento, será un bien necesario. Dejar a estos referentes de la literatura mexicana en la sala de espera, no significa que sea un acto de rebeldía; sino una desmesurada muestra de respeto. Mi propósito es; poder despertar al escritor que todos llevamos dentro.
Datos arrojados del Consejo Nacional de Población, estima que en México hay 126, 577, 691 habitantes. La Encuesta Nacional de Lectura, indicó que el 39% de la población mexicana ha leído al menos un libro al año. La media anual per cápita azteca es de 3.2 libros. Nada mal comparados con los habitantes del asteroide B-612, que ni libros tienen.
Hablar de los porcentajes y obtener los millones que representan, es un trabajo colosal para mí. Además como no sé leer cantidades grandes, voy a tomar una muestra de 100 personas (las centenas me hacen los mandados).
En esta muestra de 100 mexicanos, voy a considerar a niños, jóvenes, adultos y ancianos de ambos sexos. Resulta obvio tomar en cuenta a personas alfabetas y para no discriminar; bienvenidos sean los analfabetas funcionales. Dicho de otro modo, voy a considerar a todos los que saben leer. 60 de cada 100 mexicanos no lee, 39 lee y una persona bien acompañada de su soledad; escribe.
Para mí es más fácil verlo de esta manera. Incluso me aterra ver la cantidad de personas que no leen en dos dígitos. No quiero imaginarme la proporción en millones. Tenemos a un escritor por cada 39 lectores, en esta reducida muestra. No obstante, me atrevo a decir que si trabajamos con la estimación original (o sea en millones), los escritores que hay en México no llegarían ni al uno por ciento de la población total. Es una diferencia considerable y notoria.
¿Y por qué creen que haya más lectores que escritores?... porque es más fácil consumir que producir. ¿Están de acuerdo?
A pesar de que México es un país consumidor, nos indigesta la lectura. Infortunadamente nuestro modelo educativo, sociedad y núcleo familiar no incentiva la escritura, sólo promueve la lectura (ya observamos sus raquíticos resultados).
Recuerdo que en mi ingenua infancia. Veía los ojos de mi amiga Blanquita iluminarse cuando le regalaban un diario. Aquel pequeño cuaderno era su amigo en la intimidad, a él le contaba todo. Cursilerías del género femenino, supuse. Yo mientras tanto, como todo niño alfa de 7 años. Me dedicaba a jugar futbol y a romper las ventanas de los vecinos por mi falta de puntería. De vez en cuando seducía con mi encanto a las niñas cieguitas de mi salón. La verdad no tenía tiempo para andar escribiendo mis hazañas y mis insignificantes travesuras. Y aunque lo tuviera, me daba flojera hasta ver la televisión. Ahora entiendo la causa de que algunas mujeres se expresan con mayor soltura, que algunos de mis primitivos congéneres. Un punto para ellas y diez puntos más para la escritura.
Disculpen esta digresión repentina. Y a todo esto no quiero insinuar que leer sea malo, no, por supuesto que no; todo lo contrario. El lector, visto objetivamente es un ser pasivo. A diferencia del escritor, convertido en un ser activo.
Seamos sinceros, a poco no les ha pasado que leen un libro y después de un tiempo se les olvida el nombre del autor o el nombre del libro, o las ideas secundarias. Les apuesto que no recuerdan todos los detalles de la historia. Así sea su libro favorito. Muchos de los pormenores siguen divirtiéndose en la calle del olvido. Tal parece que leemos para olvidar y en general aprendemos para olvidar (bendita SEP). No aplicar lo que aprendemos, es condenar el conocimiento a la esterilidad.
Para reforzar lo argumentado, quiero presentarles a mi gran amigo Edgar Dale, conocido por su famoso: cono de la experiencia. En el cono nos expone las acciones que nos llevan a un aprendizaje más profundo. La intensidad del aprendizaje aumenta en la base del cono, y disminuye conforme se desplaza hacia arriba.
Edgar Dale coincide conmigo o yo con él, qué más da. Leer es una actividad pasiva. Igualmente un 10% no nos aporta demasiado. En cambio un 90% nos deja mejores dividendos. Podemos conseguir ese porcentaje, haciendo, o mejor dicho; escribiendo, y enseñar a otros una parte de nosotros.
Dentro de esta utopía inalcanzable, considero que cada uno de nosotros crea el universo del otro, de manera consciente o inconsciente. No vivimos para nosotros mismos, todo se compenetra y estamos ligados recíprocamente. Y si somos un compuesto homogéneo, preferiría ser creado o reconstruido a través de sentimientos, ideas, conocimientos y experiencias escritas. Los memes y las selfies en el baño, en el restaurante, en la fiesta, en la playa, en el gimnasio y en todos los lugares que me faltaron. No me dicen absolutamente nada. Mejor cuéntenme lo que les hizo sentir esa foto, ese lugar, esa persona. Transformemos lo impersonal, en algo más personal, en algo más íntimo.
Independientemente de lo que hagamos en el día a día, la escritura no está peleada con nuestra actividad. De hecho la escritura es una extensión de nuestra esencia, y no de nuestro ego como muchos piensan.
Ahora, la pregunta del millón:
¿Qué conocimientos, herramientas o estrategias necesitamos para escribir?
Pues… nada de eso. Sólo necesitamos saber escribir. Y si sabemos hablar, ya la hicimos. Hablar es el mejor ejercicio preliminar para escribir. No necesitamos un doctorado en letras o tener un IQ de 500 o ser egresado de la Universidad de Harvard. Para nuestra suerte cualquiera puede escribir.
Como ustedes nunca están satisfechos sin pruebas, aquí les va una. Un ejemplo muy claro, es su humilde y atractivo servidor. Sé escribir, sé hablar y me gusta compartir. No me respalda mi “inteligencia”, ni mi IQ y tampoco mis grados académicos.
Pero, ¿sobre qué podemos escribir? Abiertamente de lo que sea. Sueños, miedos, fracasos, amores, alegrías. Si queremos ser más precisos, podemos escribir sobre aquello que nos hizo sentir verdaderamente felices. Acerca del lugar que amamos visitar. Sobre el acontecimiento que nos llenó de indignación. También podemos hablar de la historia más extraordinaria que nos haya sucedido.
Como ya notaron, hay mucha tela de donde cortar. Lo importante es conectarse con la emoción, unirnos con nuestro yo creativo y comenzar a fluir en ese estado de gracia.
Los beneficios que he obtenido al escribir son cuantiosos. Me ha ayudado a ejercitar mi memoria. La catarsis es ineludible, colabora a disipar mi neblina interior. Ha fomentado la organización de ideas. Mi caos mental es menos caótico. Es indiscutible, aprendo más sobre las personas, ideas, situaciones, conceptos. Escribir agudizó mi consciencia. Me mantengo abierto a los detalles, estoy presente. Existo en lo que es y no en lo que ya fue o será. La escritura me ha enseñado a vivir.
Cada momento es nuevo y la oportunidad que se esconde en nuestra apatía, anhela ser descubierta. Una coyuntura vital de acercar a las personas a nuestro corazón.
Deberíamos tomar la emoción y conferirle una voz, un color, una historia; convirtiendo el dolor en un jardín cubierto de flores y mariposas multicolores, allí donde nuestro espíritu se divierte y es feliz.
Todos poseemos una voz auténtica que puede expresar los diferentes aspectos de nuestra existencia, de forma honrada, digna y exacta. Vamos a permitir que las palabras, nos despojen de nuestras prendas. Escribamos desnudos con nuestra alma expuesta.
¿Sabes? No sabes qué grato me parece el hecho de haber llegado a tiempo para poder votar tu publicación, porque es de gran valor, está cuidadosamente escrita y nos embriaga de realidad, como siempre... sin embargo, en esta ocasión hay un factor distinto, yo he llegado a tiempo para apoyarte, siempre me queda ese mal sabor de boca, cuando veo que tu publicación ya tiene muchos días y yo he llegado tarde.
Hay tantas cosas que quiero decir acerca de tu publicación, pero la más sincera es que es excelente.
Leo tu incio y me siento muy inculta en comparación contigo, sinceramente he leído a Octavio Paz pero de allí no he pasado y no me mal interpretes, no es porque tú seas mexicano y yo venezolana, yo tampoco he leído a muchos autores venezolanos más allá de las lecturas obligatorias del colegio y la universidad; si me dejas agregar a una mexicana de impacto, pues diría que Laura Esquivel, soy una tácita romántica y amo su novela «Como Agua para Chocolate», su estilo es tan sencillo pero sus palabras tan profundas, creo que esas son las cualidades de un buen escritor.
Por un lado me encantó tu frase «Transformemos lo impersonal, en algo más personal, en algo más íntimo», de corazón considero que en la actualidad nos enfocamos tanto en ser impersonales para estar más cerca de otras personas, que simplemente nos volvemos lejanos y fríos, siento que deberíamos ser más personales y así poder remplazar «Los memes y las selfies en el baño, en el restaurante, en la fiesta, en la playa, en el gimnasio y en todos los lugares que me faltaron» por sentimientos, emociones y realidad, creo que al mundo le hace falta sobre todo eso, realidad, mostrarnos tal cual somos.
Bueno, creo que me he desviado del tema, regresando a él «¿sobre qué podemos escribir?» Yo diría que el límite está en la imaginación de cada persona y recuerda que la imaginación crece con la lectura, así que en sí mismo se vuelve un círculo vicioso, «no leo, no sé sobre qué escribir».
Me encanta que te guste escribir, porque tus letras son tan especiales, tu estilo es único.
Me despido dejándote un enorme abrazo en la distancia, sería tan excelente que dejaras caer más a menudo tu talento por la plataforma.
PD: Perdona lo inmenso de mi comentario... pude continuar, pero ya era demasiado.
Se valora, se extraña y se agradece comentarios de este tipo. Agradezco infinitamente tu tiempo que invertiste en mí. No conozco a esa autora mexicana(¡vaya ignorancia la mía!), pero que bueno que haya tocado una parte de ti. Afortunadamente nuestra comunicación se hizo más profunda. Me da gusto que compartamos desde la calidez y la cercanía. Claro que tienes razón sobre la lectura que alimenta la escritura, aunque no en todos los casos; no es una condición perentoria.
Me encanta tu abundancia. Las palabras sólo esperan a que les dictes lo que tienen que decir. Voy a intentar ser más constante. Sigo aprendiendo de los grandes; como tú.
PD: La inmensidad de tu comentario, me reconforta. No pares sino lo deseas.
PD2: Escucho tu voz en cada letra escrita.
PD3: Muchas palabras; más de tu voz.
Te envío muchos abrazos :)
No eres ignorante por no concer a Laura Esquivel, solo ten en cuenta que si vas a leer a "como agua para chocolate" te tiene que gustar el romanticismo (es demasiado demasiado romántica).
¡Oye! sí, me pasa igual, escucho tu voz en cada letra, es muy agradable.
Y pues lo de los comentarios lo tendré en cuenta para la próxima vez, me extenderé tanto como desee.
¡Mil abrazos inmensos para ti en la distancia!
PD: No tienes nada que agradecerme, me encanta leerte.
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Saludos desde CDMX
Hola @lucioni,
Acabo de leer este excelente artículo, así como también, el comentario certero de @lizdeluca sobre el mismo. Que lástima la escasa recompensa obtenida, aunque siendo honesto, no me sorprende en lo absoluto. Hay muchos autores que pasan inadvertidos, a pesar de ser geniales. Recuerdo un adagio: Mal de muchos, consuelo de tontos; así que obviemos ese asunto y centrémonos en el mensaje.
Deduzco de tu artículo, que perteneces a ese 1 % dentro de la realidad mexicana que aludes, que por cierto, intuyo, también se replica en otras partes del mundo hispano: muchos consumidores y pocos creadores en un entorno en declive.
Gracias por compartir estos interesantes planteamientos que dan sustento al libre y necesario pensamiento del lector activo.