Hipergrifo el taxista y su leal can Cannabis (7)
Insólitas aventuras de un dúo psicoactivo
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Enderecé la marcha de vuelta a la ciudad. Conducía concentrado en entender los hechos recientes cuando se me coló el pensamiento de que el hachís de Cannabis elevaba su calidad en cada toma. De pronto escuché un zumbido, no era nuevo para mí; hice memoria y lo identifiqué de mi vida pasada. En una sola ocasión lo había escuchado; una tarde que fumé de forma experimental. Armé veinte cigarros y los fui consumiendo. Durante el viaje pasé de la contemplación interna a la externa, así como de la risa a la nostalgia, y también hice algo de ejercicio. Consumía el decimoquinto o decimosexto cuando de un estado de contemplación pasé a un breve viaje negro. Sentado al centro, en el piso, observaba los alrededores de la recamara. Repasaba sus rincones cuando me percaté que con sólo mover el cuello pude ver por completo a mis espaldas, había logrado una visión de 360º. Al repetir el movimiento para comprobar mi insólita facultad escuché crujir las cervicales, los músculos del cuello se me entumecieron y sentí mi cabeza caer de lado. Pensé que en un exceso de relajación muscular me había quebrado el cuello; me aterró imaginar que por el resto de mis días tendría que usar un collarín, para no traer la cabeza colgando, como pollo muerto. Salté, grité y al llevarme las manos a la cabeza lamentando mi desgracia, caí en cuenta que ésta se hallaba en su sitio regular, así como mi nuca y garganta intactas. La tragedia había tornado al ridículo, reí aliviado. Prendí otro cigarro y fue entonces que después de dos o tres bocanadas escuché un persistente zumbido, bajo, lejano, poco a poco incrementó su intensidad hasta que me quedé dormido. Sentí la lengua de Cannabis recorrer mi mejilla y abrí los ojos. Estábamos detenidos a la orilla de un barranco.
-Creí que sabías lo que hacías. Apagué el motor pero no pude evitar el choque- me puso al tanto, muy molesto, mi compañero.
-¿Está por amanecer?- le pregunté; extrañado negó rotundo. A mí me lo parecía, aprecié la noche mucho más clara. Yo mismo me sentía un tanto diferente. Bajamos del taxi. El carro había ido a parar de costado derrapándose contra una piedra que evitó que cayéramos a un río. Miré tan lejos como pude, no había otra bola de piedra gigante.
-Alguien puso esta piedra aquí para salvarnos- le comenté de veras fascinado.
-Otro día reflexionaremos sobre los milagros, ahora lo importante es que continuemos nuestro trabajo- por primera vez le noté colérico. Sus ojos se pintaron de color rosa, las orejas le temblaban y se le arrugaron las patas. Hice una rápida revisión que confirmó el disgusto del animal. El motor se hallaba averiado, también la caja de velocidades. Cannabis se deshizo en una larga perorata incriminatoria que fue bajando de tono en la medida que solventé su demanda. Quité los cinturones de seguridad y los até la defensa del carro para colocármelos como tirantes. Me dispuse a remolcar el taxi y el perro trepó al parabrisas. Después de andar un buen trecho subí por una loma que me permitió apreciar un sinnúmero de matices del negro al gris, entre unas manchas de verde oscuro y color marrón. Contemplaba el nocturno bañado de luz de luna del Valle de Atemajac.
-¡No está!- pensé en voz alta.
-¿Qué?- me preguntó Cannabis que recostado miraba las estrellas.
-La ciudad.
De un brinco bajó del cofre y se paró a mi lado.
-Estamos cerca.
Descendí algunas pendientes y atravesé algunos riachuelos. Después de un rato volteé hacía atrás y miré el taxi. Entré más lo arrastraba más percibía su inutilidad.
-Ni se te ocurra- interrumpió mis pensamientos Cannabis, -un capitán no abandona el barco; además, no voy a caminar.
-¿Cómo, un sabueso que no camina?
-Así afino mejor el olfato, intento captar olores cada vez más lejanos. Aunque esta vez no es necesario, por todos lados se percibe la presencia de Arnoldo-. Una extraña sensación me puso en acuerdo con mi compañero. Sospeché que en algún lugar de la conciencia de Arnoldo existía un remanso de paz y tranquilidad, con prados uniformes, árboles frondosos y ríos de agua clara.
-A tu izquierda- señaló Cannabis extendido en el cofre, embriagado por la placidez de transitar ese inmenso jardín. Antes ambos estuvimos de acuerdo en que nuestro trabajo terminaría hasta establecer contacto con Arnoldo y que la distancia que nos separaba se había acortado, mas no sabíamos cuánto.
-A la derecha, vamos a la derecha.
Vino a mi mente la imagen del ahorcado. Colgado del árbol se me presentó por entero. Había tenido una muerte violenta y no dejaba de padecerla. Previo al linchamiento, sus cercanos le habían embriagado para volverle presa fácil; le dejaron pendiente del árbol un lapso simbólico. Nadie lamentó la pérdida del temido capataz; ni siquiera sus amos, que se habían hecho omisos a pesar de que el acto de justicia hubiese sido ajeno a sus voluntades.
-Despacio, despacio.
La diferencia más marcada entre nuestras opiniones resumía nuestras interpretaciones; Cannabis aseguraba que tenía elementos para asegurar que Arnoldo nos esperaba impaciente; por el contrario yo le tenía por huidizo, como si se nos escondiese.
-Hemos llegado- dijo Cannabis.
De entre los árboles se empezaron a definir los contornos de una finca, un casco de hacienda. Pocos metros después entré bajo un arco con el lienzo descorrido. Me aparqué fuera de la entrada principal para que Cannabis bajara de la carroza. Nos recibió una mujer joven de mediana estatura, cara ovalada y ojos rasgados. Sin mediar palabra nos hizo seguirle por una antesala para llegar a un gran salón. Parado en una esquina el anfitrión nos ofrecía la espalda.
-¿Qué tal el paseo por el jardín señor Cannabis?- preguntó sin voltear. La mujer se apartó de nosotros para irse a sentar a los pies de un sillón.
-Extraordinario Arnoldo.
-¿Quién es la fantástica bestia que le acompaña?
-Un amigo que casi se desbarranca con un toquecito de hachís, de cualquier forma se hace llamar Hipergrifo. ¿Nos vamos ya?- le urgió Cannabis. Dio media vuelta y se dirigió directo hacía mí. Me observó con detenimiento y cierta incredulidad.
-Pasen, siéntense. María, trae agua para los señores-, ordenó de forma ausente. La joven se levantó y regresó con el servicio en una charola. Dejó caer en los vasos de cristal el agua cristalina y fresca. Un fuerte latigazo del hachís me hizo sentir la garganta reseca y la boca pastosa; María me ofreció un vaso, se lo recibí e hice una caravana en señal de agradecimiento, su presencia me tenía impresionado. Tomé asiento en el mueble más a la mano. Ella volvió a sentarse a los pies del sillón que ya ocupaba Arnoldo. Cannabis se tiró en un tapete, el platón que tenía servido estaba intacto.
-¿A dónde quiere ir señor Cannabis?- preguntó retomando la plática. -Recién llegado no se puede marchar.
-No nos iremos sin ti- le dije sereno, estuve por llevarme el vaso a la boca.
-No regresarán nunca- espetó molesto sin voltear a verme.
-Volveremos, usted lo sabe- le comentó amigable Cannabis. -Tiene una cita impostergable con su existencia. Esto que ha construido es sólo una parte de ella. Es un sueño que está próximo a abandonar por el bien del equilibrio cósmico, y quizá también para el suyo propio. A eso hemos venido. Así lo has solicitado.
-¿Moriré?- preguntó Arnoldo.
-No lo sé- le respondió Cannabis con la sinceridad que exigía el tono de la interrogante.
-¿Cuándo muera, volverá?- preguntó María.
Cannabis volteó para conmigo sorprendido. El silencio que la mujer había roto la señalaba como partícipe. No era producto del entramado ilusorio creado por Arnoldo. Los alrededores de la finca ardieron, el fuego iluminó con intensidad el salón. La casona crujió atemperada por las llamas. Observé entonces en la turbia mirada de Arnoldo el amor que María le despertaba, entre los dos generaban aquella realidad, pero sólo él tenía la opción de continuarla. Dos largas lenguas de fuego me flanquearon.
-Tampoco lo sé- contestó Cannabis sin voltear a ver a María.
Las lenguas se cerraron sobre mí. El calor atravesó todo mi cuerpo y escuché el violento imperativo: “Lárgate de aquí”. Mi reacción fue espontánea. Las alas en mis costados me parecieron hermosas, me elevé; el techo cedió como de papel. Sobrevolé la parafernalia con que reaccionaba Arnoldo, me interné a retozar entre las llamas para enseguida salir a enseñorearme fascinado desde las alturas, sobre el hermoso paisaje de esa isla ardiente. Tuve que interrumpir el paseo ante la inminente responsabilidad. Bajé para ingresar por el techo. Descendí hasta quedar frente a Arnoldo.
-No venimos a pelear; te irás por tu voluntad- le hice saber.
Reflexivo se incorporó de su asiento y la mujer tras él. Se sacudió como para desentumirse. Se dirigió a mi compañero.
-Señor Cannabis debo consultar esta decisión con mi esposa. Le tendremos una respuesta pronto- dijo en despedida para después dirigirse a las escaleras, donde María le esperaba.
-Antes de que te vayas dinos ¿Por qué le mandaste a la horca de nuevo?- le inquirí, mi duda era sincera. Al escuchar la pregunta se detuvo, sonrió seco pero se mantuvo en silencio. Invitó a subir a la mujer cediéndole el paso. Cannabis secundó la petición.
-¡Vamos Arnoldo que su señora prepare la cena y usted nos cuenta! Armaríamos una pequeña velada, podríamos alargar la noche hasta un punto impredecible. ¿Por qué ahorcarle otra vez? Platíquenos.
-Excelente idea señor Cannabis ¡María, prepara de comer! También para el otro, para todos. Y acércanos otra jarra con agua-. María con natural sumisión obedeció las órdenes. Pronto tuvimos otro vaso en la mano y Cannabis un nuevo platón.
-Por el ahorcado- brindó Arnoldo, alzó su vaso y lo vació de un trago con gran satisfacción. -No tomo otra cosa que no sea agua. Si volviera a nacer sólo bebería agua- confesó, motivado por nuestros recipientes intactos; enseguida se dispuso a resolver de forma extensa la interrogante con que le habíamos retenido.
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