Hipergrifo el taxista y su leal can Cannabis (3)
Insólitas aventuras de un dúo psicoactivo
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Le pregunté a Cannabis cuánto tiempo había dormido.
-Toda la vida. Quizá varias vidas-, supuse que andaba filosófico. Menos que vigoroso, me sentía bien de salud y anímicamente estaba descansado. Lancé un último bostezo observando al perro. Nuestra amistad había iniciado apenas unas cuadras atrás sin embargo su presencia me resultaba tan natural, que aunque fuese primero parlanchín y después un sabio no podía reverenciar al singular canino; lo veía y la simpatía que me despertaba apuntaba en un solo sentido, al afecto cariño y admiración que se le tiene a una mascota.
-Este es el salón principal, una pequeña parte de nuestro palacio- dijo el perro con tintes de anfitrión, -no te adentres en sus cuevas todavía, son un laberinto y te podrías extraviar; aun en tu parte de la casa, no digamos en la mía. Pero vamos a un área común de nuestras preferencias, sígueme-. Entramos por una de las varías bocas y un par de metros adelante se bifurcó la gruta, seguimos por la izquierda en donde se abrían tres caminos, el central terminaba en una cueva.
–Este es nuestro cuarto de guerra, nuestro centro de operaciones- escuché al animal absorto, estaba admirado de la cantidad de plantas de mariguana que tenía alrededor. Seguí a Cannabis a un amplio escritorio con múltiples cajones que contenían la pizca de diversas cosechas. En el cajón más pequeño encontré hojas de celulosa, pipas y papel arroz. Armé algunos cigarrillos, mientras los fumábamos me sentí con la natural necesidad de darle mantenimiento al enorme jardín, Cannabis tomó con alegría mi espontanea conducta. Nuestro centro de operaciones pasaba más por un invernadero con un área para sembradas al suelo, otra para las de maceta y una tercera para cultivo hidropónico; igual que el salón estaba intercomunicado, pero a diferencia de éste, de la parte alta de una de las paredes nacía una oquedad poco profunda, un enigmático nicho de una densa oscuridad que llegó a intranquilizarme. Dejé el trabajo y me dirigí a una de las salidas. El pasaje me llevó por otros tantos que elegí al azar, terminé en una cueva de medianas dimensiones que me hizo sentir en casa, estaba en mi recamara; de paredes anguladas y piso de mosaico, al centro se ubicaba una cama con los acolchonados edredones que bien valen el martirio de lavarlos, a un lado una lámpara de pie para disfrutar la penumbra y un guardarropa organizado al extremo. Pasé a la ducha y después de breve regaderazo cogí una muda de las decenas que colgaban del amplio closet. Mientras me bañaba me percaté que la herida había cicatrizado. Salí de regreso, elegí entre algunas encrucijadas y llegué al salón principal, ahí me esperaba Cannabis. Me cercioré de traer las llaves y nos encaminamos al taxi.
De vuelta al trabajo me sentí extraño.
-¿En dónde estamos, Cannabis?-, le pregunté esa primera tarde.
Entonces observaba una ciudad muy diferente a la que recordaba, la gente, las calles y el cielo. Las calles que yo tanto había recorrido se me presentaban nuevas, pero no a las que conocía, sino nuevas todo el tiempo, de momento a momento; las fachadas de las casas variaban casi constantemente, mezclándose las construcciones de todos los tiempos en cualquier calle, a veces la misma calle desaparecía para pasar a ser una cerrada. También la nomenclatura me hacía las malas pasadas, llegaba cambiar el nombre de una avenida hasta cinco veces en cortos lapsos; así pues, transitaba en una ciudad cambiante al pasado y futuro.
-En Guadalajara- contestó convencido.
-Sí, tienes razón ¿pero cuál es el truco?-, Cannabis que intuía mi duda tenía una respuesta.
-¿Ves estas diez naranjas?-, de repente las tuvo entre sus patas y empezó a hacer malabares con ellas. Dejó caer una a una en el asiento, unas maduras otras verdes, pequeñas, medianas y grandes. Las juntó todas y las apretó haciendo rosca su cuerpo hasta fundirlas en una sola, del todo ordinaria.
-Tú ya no conoces una naranja llamada Guadalajara; tú conoces la naranja, se llama: Guadalajara. ¿O quieres que te lo explique con chicharos? Puedo hacer el mismo truco con mil chicharos-, terminó de decir y ambos reímos. Cannabis me aconsejó que dejara la técnica y me guiará por la intuición, sólo así podría llegar siempre a destino. Pasaron algunos días para que pudiera sentirme seguro al subir a cualquier pasaje, siempre es penoso no saber llegar a una colonia o un crucero, y peor, abandonar al usuario a su suerte al no haber encontrado el domicilio después de mucho dar vueltas; a quien no le haya ocurrido no puede decirse taxista. A sugerencia de Cannabis empezamos el recorrido del centro a la periferia. Descubrí entonces que la ciudad estaba construida de historias, ahíta de millones de vidas entrelazadas de fácil lectura; porque aunque las piedras de cualquier muro también tienen su propia historia, leerlas implica un esfuerzo adicional. Tengo cierta facilidad para arrancar los secretos más ocultos de un parquímetro del centro de la ciudad, casi podría decir que somos buenos amigos, aunque él de mí no tiene conciencia, al menos como yo la concibo.
Conforme pasaron los días la rutina se fue asentando, por el día mi mente divagaba entre recuerdos de mi vida pasada y el fluir de mi nueva vida cotidiana; me rondaba además, por obra de una extraña impresión, la recurrente imagen de la oscura boca en la pared del vivero; por las noches mis pensamientos se asentaban, encerrado en mi cuarto me sentía en medio de la nada y en ese tranquilo marco rebobinaba los hechos del día. Podía ya transitar por cualquier punto de la ciudad al grado de realizar trayectos a satisfacción del cliente más quisquilloso, y había cantidad. Aprendí, en cierta medida, a congeniar con el animal; si bien con regularidad embonábamos de forma natural, con esa misma naturalidad entrabamos en disensos que poco a poco pude sobrellevar. Una noche lo tuve claro, no había sorteado la muerte para volver a una vida espiral de idénticas curvas, menos aún con los privilegios de mi conciencia; entendí entonces, estaba por terminar una especie de entrenamiento. Intuí que algo importante se avecinaba, salí del cuarto rumbo al salón principal. Cannabis me esperaba sentado en sus cuartos traseros y con un par de cigarros.
-Algo está por suceder- le dije con cierta preocupación.
-Lo sé- contestó petulante, sin embargo su respuesta me reconfortó.
-¿Qué, Cannabis, qué?
-No lo sé.
Quizá notó la molestia en mi semblante y quiso aligerarla, quizá lo creía con sinceridad, escuché su voz decirme: “De mil maneras se puede presentar el anuncio, fíjate en los detalles, ahí estará la clave, el mensaje, la voz”. De alguna manera Cannabis confirmó mis intuiciones, regresé a mi cuarto más tranquilo. Me dispuse a descansar, habría que ser exhaustivos en lo sucesivo, según Cannabis. Pero se equivocó. No fue necesario buscar mucho para que la señal diera luz.
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