El engaño es uno de los dolores más grandes que puede haber dentro de los sentimientos humanos.
Vivir en una mentira es el peor castigo para el ser humano. Derrumba toda imagen de veneración, convirtiéndola en un semillero para el odio y el rencor.
Billy y su padre llevaban una vida adinerada pero triste en el estado de Maine. El hombre de casi medio siglo de edad era un reconocido catedrático de la universidad del estado que se especializaba en temas de genética y desarrollo en la perfección de la clonación humana. Sus mejores años se fugaron en el estudio de la regeneración celular y siempre trató de encontrar la incógnita que aqueja al ser humano desde tiempos inmemorables: “Como vencer a la muerte”.
Billy de 16 años admiraba en totalidad a aquel hombre mediano de cabello largo camuflado con canas pronunciadas canas que lo hacían lucir intelectual.
Era un gozo para él escucharle horas enteras hablar de aquella valiosa información que jamás encontraría en ningún otro lugar. Su meta en la vida era seguirle los pasos y decir seguirlos solo era sentido figurado ya que Billy desde su nacimiento tuvo una afección que no le permitió desarrollar los músculos de sus piernas por lo que su único medio de transporte eran un par de muletillas a las que él llamaba “las torpes”.
Anthony era el típico profesor que acostumbraba utilizar pantaloncillos de lana a cuadros y el mismo modelo de chaqueta con parches en los codos. Solo cambiaba el color.
Desde la muerte de su esposa adoptó una rutina cuadrada, excéntrica y extraña. Todas las tardes después de terminar la clase de las tres en la universidad de Maine, llegaba a casa con un apuro descomunal a darle de comer a Billy alguna ensalada de pollo o guisos tibios de cerdo o res para mandarlo directo a la habitación y dejarlo ahí leyendo artículos de ciencia durante el resto del día.
Tenía estrictamente prohibido salir de su cuarto a menos que tuviese que orinar o defecar, no podía ir ni siquiera por un vaso de agua, para eso Anthony le dejaba alguna jarra de dos litros, en algunas ocasiones era limonada fresca, en otras solo agua natural.
Su padre temía que volviera a sufrir una fuerte caída como la del mes de Abril que fue el mismo en el que murió su madre y comenzó la pesadilla.
La tarde era gris y faltaba poco para que se tornara lluviosa. Él se encontraba recostado en su cuarto haciendo algo de lectura recreativa que lo despejaba un poco sin embargo no podía quitar de la mente el triste recuerdo de su madre que el suave silbido del viento le ocasionaba.
Era difícil seguir adelante pero se encontraba en el lapso clave que lo hacía sentir un poco de fuerza y vagos ánimos para salir del pozo en el que se encontraba inmerso.
Era momento de recuperar un poco de vida y despabilarse de la desgracia que lo aquejaba.
Como pudo sacó de su viejo colchón la perversa revista que Jay el vecino contiguo le obsequió de contra bando por la ventana principal unos meses antes de la muerte de su madre. Billy estaba decidido a olvidarse del dolor por un momento y hacer justicia por todas las necesidades carnales propias de un chico en la pubertad.
Su mente volaba e imaginaba atravesar despacio y desafiante todas las cavidades expuestas en alta calidad fotográfica que observaba dentro de esa gaceta erótica. La chica de rizos rubios, protagonista de la edición mensual, parecía mirarle con pasión, los ojos se cruzaban directamente con su excitación que se fundía en un intenso placer que solo él sentía. Por fin su cabeza pensaba en algo que no fuera sufrimiento.
Todo ese montón de gemidos que imaginaba y gozaba al mismo tiempo, en cuestión de menos de un segundo se hicieron tan reales como el papel de la sucia revista manchada de semen cuando un impacto brusco golpeó contra la madera vieja del ático. Fue un estruendo exhaustivo igual o peor que si hubieran caído un puñado de meteoritos acompañados extraños sonidos alienígenos que lograron arruinarle ese divertido momento sexual que estaba viviendo.
De inmediato cerró su bragueta pensando que Anthony lo pillaría en la pervertida acción. Giró lentamente en dirección a la puerta del cuarto y se dirigió tambaleante a ella para descubrir de qué se trataba.
Al llegar al ático los sonidos se habían vuelto más fuertes y los forcejeos cada vez más violentos, el chico comenzó a sudar frío como si tuviese fiebre carbonosa y sus densas palpitaciones lo llevaron a una crisis de nervios.
Billy pensó de primera instancia que su padre podía estar en peligro por lo que intentó alcanzar el cordón de seguridad para bajar las escaleras y poder mínimo observar lo que ahí dentro sucedía. Al estirarse lo más que pudo sus piernas se torcieron como ligas casi podridas, aun así logró jalar el seguro ocasionando que la pesada escalera hecha de roble puro cayera sobre su antebrazo y cabeza ocasionándole un repentino desmayo y una fractura que tuvo como consecuencia 7 clavos quirúrgicos para su lenta recuperación.
Anthony desde entonces le prohibió husmear la casa sin autorización. Era peor que ser un prisionero de las islas Marías. También fue restringido el tema del accidente y los sonidos provenientes del ático.
Así siguieron las cosas un par de meses o tal vez más.
Billy no podía acercarse ni de broma a ese lugar donde nacían aquellos ruidos extraños que cada vez más lo atraían irracionalmente. Siempre era lo mismo. A las siete de la tarde los quejidos se hacían más notorios, parecían golpearle los oídos, la madera retumbaba como si taladraran con un roto martillo industrial y durante el día podía escucharse uno que otro lamento de dolor que aunque no eran tan intensos, laceraban igual su tranquilidad.
Para él ya no era cómodo y para su padre era un tormento porque simplemente no creía en sus palabras que alcanzaban a poner en juego sus facultades mentales.
Anthony ya había advertido a Billy sobre un posible tratamiento psiquiátrico si seguía con las nefastas alucinaciones. El viejo sufría al amenazarle con eso pues tomar tratamiento psiquiátrico en casa era el peor atentado a la dignidad de la mente.
Billy estaba seguro de no estar loco. Algo no estaba bien en el hogar.Su padre trataba de distraerlo con artículos científicos y cosas que realmente ya no le importaban.
Toda esa admiración que el chico sentía por su padre cada vez se convertía en recelo y una barrera invisible que se hacía más sólida con el tiempo.
Todas las noches oraba en memoria de su madre. Billy no podía sanar del duro golpe y aun no lograba perdonarse por haber enfermado de Salmonella mientras su madre era enterrada en el cementerio Ever Green de Portland. Cada noche la sentía más cerca como si volviera de ultratumba para calmar un poco su dolor.
Pasaron algunas semanas en las que nada había mejorado.
El desenlace coincidió con la fecha de graduación del grupo preferido de Anthony Hawk. El Profesor sería el encargado de dar las palabras de aliento y despedida para sus mejores chicos en el auditorio de la universidad.
Ese día el hombre se levantó desde muy temprano para dejar todo en orden antes de partir. Sus zapatos estaban lustrados, su saco de parches al codo color verde olivo estaba listo para lucirse ante miles de miradas. Ya tenía preparado el mismo chascarrillo de todos los años.
Sus ganas de seguir adelante crecían como su esperanza de ver de nuevo la calma en su hogar.
El desayuno entre ellos dos era agrio y ninguna palabra le daba sabor al momento lleno de incomodidad. Billy solo daba vueltas al cereal de hojuelas y resoplaba el copete que cosquilleaba su nariz. Anthony comía un Waffle poco vistoso, más bien parecía el vómito que Billy expulsó cuando esa infección casi lo mata de una deshidratación.
El sonido de la cuchara navegando entre la leche y el plato de cerámica ocasionó la profunda molestia de Anthony. Se puso en pie para marcharse no sin antes advertirle con un guiño lo que el ya sabía que no debía hacer.
Billy ya estaba educado en no hacerlo. Es más jamás lo intentaría. No quería otros siete clavos intramedulares en el antebrazo izquierdo. Decidió tomar la leche tibia sin pasarse las hojuelas, marcharse a su habitación y esperar que los fastidiosos sonidos adornados con lamentos le hicieran un poco de compañía en el camino a la locura.
Recostarse le ayudaba a evitar el hormigueo constante que las muletillas le ocasionaban en los brazos por la falta de circulación.
Las horas se iban rápidamente pensando en lo bueno que pudiera ser tener un par de fuertes piernas e ir al exterior como el resto de los de su edad. Siempre imaginaba la misma escena donde llegaba a casa de la chica de sus sueños y ella salía corriendo a sus brazos para juntos girar un par de veces y transportarse de inmediato a un vasto campo de flores infestado de mariposas primaverales. Normalmente uno de los lamentos provenientes del ático lo hacía caer en la puta realidad y esa mañana no fue la excepción.
El sufrimiento proveniente de la parte superior no tardó en tornarse más intenso, los golpes en la madera eran violentos, como si algo saltara con la intención de atravesar el piso y caer justo sobre el atemorizado chico. Gritos desesperados anunciaron la desgracia que estaba por llegar.
Parecían de una entidad que luchaba por escapar de ese frío lugar.
Una conexión extraña lo obligaba a ver que había allí dentro pero su discapacidad motriz le impedía hacerlo. Los azotes cada vez eran más fuertes y Billy sentía el deseo de expulsar toda la leche bebida en forma de orina.
Tomó “las torpes” muletillas y salió lo más pronto que pudo de su habitación. Se dirigió a la puerta principal para escapar de ahí pero un par de azotes en ella peores que los de arriba lo detuvieron, Billy estaba siendo acosado por esa entidad no muy amistosa.
Abrir o quedarse dentro era completamente igual. Su destino era encontrarse con esa mierda que lo aquejaba. Caminó a la puerta con debilidad mientras sus muletillas se resbalaban con la orina que no pudo contener dentro de la vejiga, los golpes pararon repentinamente y solo una respiración profunda se sentía en el interior del sitio.
Antes de abrir, echó un vistazo por la mirilla de la puerta… Menos mal era su buen amigo Jay que quizás le llevaba el nuevo número mensual de sus revistas eróticas.(que modales de tocar)pensó Billy.
El chico respiró como nunca y abrió de inmediato la puerta para convertirse en la burla de Jay por tener sus pantalones completamente mojados y olorosos a toxinas.
La buena amistad entre ellos dos permitió que Billy lo tomara de la mejor manera y en vez de reclamar su dignidad se dispuso a contar lo ocurrido.
Jay al escuchar todas las preocupaciones acumuladas desde tiempo atrás se ofreció valientemente a mirar lo que había en el ático para librar de dudas y malos pensamientos a su buen amigo Billy.
Jalar ese seguro y subir las escaleras cambió la vida de la familia Hawk para siempre.
Al fondo del ático Jay se encontró con aquello que desde meses atrás volvía loco y le volaba el sueño al pobre de su amigo.
Apenas con una delgada capa de carne y una desnutrición considerada yacía la madre de Billy encadenada como cualquier animal salvaje en cautiverio. Se mostraba traumatizada por el encierro y maltrato continuo que el maldito de Anthony le había propiciado. En ese momento se vinieron abajo los planes del viejo Profesor para seguir haciendo enfermos experimentos genéticos y así lograr la inmortalidad humana con el dolor de su propia esposa que en realidad nunca fue enterrada en ese cementerio.
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