El cazador.
El cazador camina, con sigilo, a través de la jungla. Después de mucho tiempo preparándose, el cazador se siente cerca de su objetivo: escucha ruidos, percibe huellas y huele el característico olor a excremento que suele encontrarse cerca del nido. Corta, con su machete, la maleza que lo obstaculiza. Y mira.
Mira su objetivo, mira el animal exótico que debe llevarse, que debe cazar. Mira el animal que va a hacerlo rico, mira al animal que le dará, en consecuencia a su riqueza, una felicidad incalculable e inmedible. Su cara refleja a un hombre lleno, un hombre que ya está completo…, hasta que voltea, a su izquierda, y mira. El cazador no cabe en sí de gozo: además de la primera, hay dos criaturas de la misma especie dormidas plácidamente, como si lo esperaran. Calcula cuánto obtendrá por cada una, cuántas vidas le harán falta para despilfarrar totalmente su fortuna, cómo se empezara a vestir, cómo empezara a hablar, cómo hará amistades en las clases más altas y cómo van a congratularlo por tan destacados logros; luego empieza a sentir ansiedad, se pregunta cómo transportara los cuerpos, cómo les dará caza sin que haya una perdida innecesaria de piel y de carne, cómo hará para que al matar a una de las presas las demás no huyan o lo ataquen. El cazador empieza a sudar como un niño nervioso, a respirar rápido y fuerte, su mente empieza a traicionarlo. Luego voltea, y mira.
Las presas se despiertan, lo miran por una milésima de segundo y luego corren en dirección opuesta. El cazador dispara por disparar. Sabe que no les dio a ninguna de las dos presas que huyeron. Luego maldice, grita un par de blasfemias al aire, pues sabe que por dispararle al par de animales, el primero ya debe haberse escabullido asustado. El cazador ni siquiera voltea. Asume su derrota, derrotado por sí mismo.
Lo que más le pesa es la creencia: la creencia de que pudo tener algo y lo perdió por su tontería, por su codicia, por no concretar, por no ir al grano. Le pesa la duda que lo paralizó, le pesa lo mucho que pensó y lo poco que actuó, le pesa su mente divagante y soñadora, le pesa no tener los malditos pies en la tierra.
Mucho abarcó y poco apretó, contó los pollos antes de nacer, más le valieron los pájaros volando que el que tenía en sus manos y, como camarón, se durmió y se lo llevo la corriente: perdió su sueño, dejo correr el rio, se cegó.
La vida es bastante necia. Las presas son las oportunidades que se te han presentado, los amores por los que nunca te decidiste, las puertas que se te cerraron y, para darle un toque más dramático a esto, representan todo lo que pudiste ser y no eres.
El que piensa mucho y decide poco está destinado a quedarse sin nada; el que no elige una senda y prefiere, cual mujeriego buscando culos nuevos, ir de aquí para allá está destinado a ser un caminante eterno, un nómada sin rumbo. No lo dicen citas estúpidas de autores de renombre, lo dice el cazador cuando se encuentra cansado, derrotado y pensativo luego de haberla cagado.
Tú eres el cazador.