Cuento corto: Ya no siento nada
A veces veo al hombre que se sienta en la banca del parque frente a mi casa. Siempre viene, generalmente entre las mismas horas de la tarde, estoy acostumbrado a verlo casi cómo a los árboles mismos: Una parte más del parque. No sé exactamente qué es lo que me llama la atención acerca de este personaje, no sé si son las veces que lo veo estar inmóvil por horas, las veces que lo observo mirar a los niños jugar y a los adolescentes perder tiempo, las veces en que está vestido diferente, las raras veces en que trae alguna cerveza para beber o las más raras ocasiones en las que le dirige la palabra a alguien.
Después de algunos meses de ver esto, decidí algún día increparlo. Después de todo, no habría ningún daño en preguntarle quién era al menos. Soy nuevo en este vecindario, no quisiera molestar a los residentes o encontrarme en una situación extraña. En realidad no soy mucho dado a hablar con extraños pero siento alguna afinidad con este caballero, definitivamente le hablaré. Mañana quizás, seguro está allí como todos los días.
Pero no estaba. Ni el día siguiente, o el siguiente. Empecé a preocuparme por él incluso sin conocerle. Pasaron varias semanas hasta que logré verle de nuevo sentado en su banca como si nada hubiese pasado. Me acerco a él y me siento a su lado.
Caballero, usted no me conoce. Soy un vecino del vecindario y siempre lo veo aquí en este sitio. Quise saludarlo el día de hoy.
........
Silencio de su parte, parece estar sumido en sus pensamientos
Caballero discúlpeme si le he molestado, desde luego no pretendía hacerlo. Le dejaré en paz.
...... ¿Por qué?...
Su voz era lo más triste que había oído hasta el momento, incluso estando rodeado de risas de niños, gritos y música de las casas vecinas, su voz transmitía una corriente poderosa de melancolía con desazón. Estaba ya de pié preparado para volver a casa, pero decidí sentarme de nuevo, sorprendido por la pregunta.
¿A qué se refiere?
¿Por qué quiere usted hablarme?...
Pues... la verdad es que no lo sé. He sido testigo de su rutinario paso por este parque aunque no lo veo nunca hablar con nadie, disfrutar de la música o leer algún libro. Supongo que tuve curiosidad
Curiosidad dice usted... ¿Le generan curiosidad mis actividades, incluso siendo tan anodinas y poco llamativas?
Sí- Respondí, sintiendo una extrañeza que no pude ubicar.
Ya veo.. Quién soy no tiene importancia, no deseo llegar a conocerle. Lo que hago aquí tampoco, ya que para mí estos momentos no son de esparcimiento o relajación, solo vengo a... pasar el tiempo por decirlo de algún modo. Dudo mucho que usted al ver esto tan frecuentemente sienta algún tipo de afinidad, así que contestadas sus interrogantes, le deseo buenos días. - Me dijo estas palabras de una manera pausada pero firme, como si ya estuviese habituado a ellas. Entendí que deseaba que lo dejara pero esta vez decidí llevarle la contraria, ya estando allí, quise saciar mi curiosidad.
¿Tiene usted esposa, hijos? ¿Ha sufrido alguna muerte en su familia? - Le dije ignorando todo lo que me había dicho hasta entonces.
Fue ahí cuando vi su mirada e instantáneamente me arrepentí de seguir allí
Caballero -me dijo- no tengo familia, pareja o descendientes. Me he alejado sistemáticamente de otras personas, no requiero nada de ellos ni ellos de mí. Incluso usted, con su curiosidad, no me genera simpatía alguna. No es que me desagrade la gente, es solo que no quiero tener que ver con ellos. ¿Queda claro?
Sí....queda muy claro. -Pero una imagen aún me perturbaba, recordaba haberlo visto sonreír alguna vez y mirar una foto o un recorte. Si una persona así tenía algo que lo hacía reír, quería saber qué era y ya que admitía no tener simpatía por mi, pensé que podría arriesgarme a preguntar, ya que su actitud, si bien tajante, no era violenta. Así que continué: Solo una cosa más....
Suspiró con un hastío inimaginable.
- ¿Qué es lo que ha visto que lo ha hecho reír?
En este punto el hombre mostró una marcada sorpresa y desconcierto, pero solo un instante, luego sus ojos volvieron a ser los grises y hundidos de antes.
- Ya nada. Hubo un tiempo en que amé, reí y viví como cualquiera, pero ya no soy capaz. Hace tiempo aprendí que soy tóxico, irreparable, innecesario. Me alejo de la gente no porque me hagan daño, sino porque yo les hago daño. Ese momento que usted dice fue un ejercicio inútil. Intentaba recordar, mediante una foto de quién antes fue mi amor, lo que era la felicidad. Pero ya no puedo, ya no siento nada.
No he vuelto a ver a ese hombre desde entonces. Quizás mi intromisión en su vida le afectó de tal modo. Lo qué sí sé a ciencia cierta es que no he vuelto a ser el mismo. Me cuesta hacer amigos, me cuesta generar alegrías, no coincido en hablar con gente... Solo he encontrado comodidad en esa banca, desde entonces desocupada, dónde ahora me siento regularmente, entre ciertas horas de la tarde. Parece mi pequeña burbuja, dónde nadie me percibe ni sabe que existo, y eso me tranquiliza. Cierto día, cuando trataba de recordar la última vez que estuve con una mujer, se acerca un joven y con cierto descaro y desfachatez, interrumpiendo mi delicada soledad, me dice:
- - Caballero, usted no me conoce. Soy un vecino del vecindario y siempre lo veo aquí en este sitio. Quise saludarlo el día de hoy.
Un círculo vicioso... Quizás todos en algún momento, somos esa persona.
Muchas veces tendemos a ser personajes solitarios, uno refleja lo que escribe, pero no debe hacerse habito, excelente