Escritura y adiestramiento cognitivo
Hola queridos stemians, en esta oportunidad he querido presentarles la creación de un proyecto que nació en un aula de clases durante el año 2017 en la Universidad Experimental Libertador de Maracay – Venezuela.
La idea surgió de la profesora María Teresa Bethencourt, que, gracias a su ingenio y entrega, logró que cada miembro de la cátedra participara activamente en la creación de un texto, donde se mostró el sentir de cada uno en tiempos de crisis.
Y es que, para este momento, Venezuela estaba enfrentando importantes manifestaciones a nivel nacional. Las muertes y vejaciones protagonizaban a diario las paginas más importantes de los diarios nacionales e internacionales y cada vez eran más los heridos que se resguardaban dentro de esta casa de estudio.
Las actividades académicas eran suspendidas constantemente y el semestre se fue en un abrir y cerrar de ojos. Sin embargo, para Zulelvy Pyplacz, Osmir Lermo, Héctor Carballo, Kirennys Campos, Dayana Chirel Rodríguez, Fernando Pérez, Andrés Páez, Carlos García y mi persona, Guidioska de Castro fue la mejor experiencia que pudimos tener durante nuestro transitar en la universidad.
Pero, ¿en qué consistió el proyecto? La mejor explicación llega de la mano de la profesora y psicóloga María Teresa Bethencourt que nos deja un prologo excelente para definir cómo fue vivir esta aventura.
Cuando reconocimos que “lo más difícil es empezar”, nos embarcamos en un proyecto educativo que, por exigente, fue acogido por sus autores. Y no porque la escritura de un libro, durante un período académico, en una de las asignaturas del componente general- como lo es Desarrollo de los Procesos Cognitivos y Afectivos- les demandara experticia. Todo lo contrario, esta experiencia de aprendizaje nos retaba a contemplarnos en el desafío que supone la escritura de sí mismos como recurso analítico, en un contexto en el que escribir es apreciado como un proceso; por lo que este proyecto pretende alejarse de presupuestos que cercenan la escritura a estructuras predeterminadas, y de prejuicios inherentes a la identidad de voces y manos autorizadas para “decir”.
Es así como el escribir se objetiva en acción conducente a la representación identitaria. En principio, sus autores necesitaron reconocerse como tales: personas autorizadas -por sí mismos- para enunciar aquello sobre lo que poseen autoridad. De aquí la tríada autoría-autorización-autoridad y su correlato en el desarrollo de la identidad.
Las expectativas de conocer quiénes somos y quiénes deseamos ser, encuentran en la escritura un medio para materializarse, tanto social como personalmente. Por eso es que “lo más difícil suele ser empezar”, pero una vez que el escritor logra adentrarse por los intersticios de la posibilidad, gana confianza en sí mismo y en el otro, a quien también autoriza a conocer lo privado de su mundo de vida.
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Dichos mundos gozan del prestigio que lo personal les otorga, también presumen el dominio derivado del saber y, por si fuera poco, propician oportunidades para la construcción del conocimiento en entornos educativos mediados. De esto se trata este libro, por lo que en él no sólo se presentan las producciones escriturales de sus autores, sino que cada página escrita expresa las luchas personales (con) vividas para reconocerse autor, y construir conocimiento desde el saber acerca de sí mismo.
Las crisis políticas, sociales, económicas y educativas que aquejan al estudiante universitario de estos tiempos, inspiró la escritura de los relatos narrativos con los cuales se inició el proceso. Así, un grupo de estudiantes a convertirse en autores, escribiría sus vivencias estudiantiles, específicamente signadas por las luchas cotidianas que les recuerdan la importancia de continuar, de no rendirse ante las adversidades, de resistir sosteniendo su mirada y voluntad en metas educativas propuestas, dándole la espalda a ese vacío representativo de la nada.
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Cada autor vierte en el texto su historia, por ende, esta compilación recrea sus realidades variopintas y la pluralidad de procesos que animaron su producción. Cuanto más, cuando la escritura en la universidad parece subyugada a la yuxtaposición del otro en el lugar de la voz propia, haciendo que esta última no pretenda más que negación, inexistencia, privación… Haciendo necesario el rescate de la voz que enuncia y además anuncia a su portador, quien se recrea a sí mismo en el texto para volver a conocerse contemplativamente en el reflejo construido por las palabras, que hacen de la historia escrita, una oportunidad de aprendizaje y de recreación del sí mismo en formación.
Cabe destacar que la escritura de los relatos no estuvo exenta de las dificultades propias a ese “lo más difícil es empezar”. ¿Qué escribir?, ¿cómo? y ¿desde dónde?, increpó la voluntad de iniciar, pero a la vez animó al reconocimiento pedagógicamente pretendido. Así que, escribirían lo que estuviesen dispuestos a hacer público, haciendo uso de sus recursos cognitivos y afectivos- aún sin estar conscientes de ellos- y la primera persona sería el referente corporizado que orientaría la escritura.
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Estas exigencias posicionaron a los autores en sus deberes, derechos y en la posibilidad de escribir en libertad, sin más límites que los que ellos mismos insinuaran necesarios para resguardar y/o compartir lo que autorizasen. Los lunes del semestre significaron la oportunidad de disponerse desde la presencia sensible, socializar avances y escuchar con discernimiento al otro que se disponía a compartir su vivencia: lo que escribía y cómo lo escribía.
La (con) vivencia, percibida como encuentro de vivencias en la práctica, motivó discusiones orientadas a comprender que el aprendizaje es un acto social sistemáticamente orientado a través del desarrollo de tareas secuenciales, que exige el involucramiento sensitivo - afectivo - social de sus participantes y la toma de consciencia de los procesos vividos durante el mismo.
En consecuencia, progresivamente los relatos fueron alcanzando su forma sobre la base de: la exhaustividad descriptiva, el impacto reflexivo, las lecturas interpretativas, el examen analítico, las astucias metafóricas, la expresión de emociones… Tales logros se dejaban entrever, como si esperasen inquietos su nombramiento y comprensión, lo cual reiteraba que, aun siendo inconscientes, pudieron expresarse gracias a la mediación de la docente y de los pares, propiciada a través del lenguaje y de los intercambios ocurridos en el aula.
Con todo, la dinámica exigió algo más: la subjetivación del acontecer cognitivo – afectivo dirigido por los autores de los relatos. En este contexto se apreció la escritura de la vivencia como oportunidad para tomar consciencia de los logros cognitivos y afectivos responsables de la creación del texto.
En conformidad con esta pretensión, los relatos que ya de por sí contienen al sujeto en la expresión textualizada de vivencias, ahora se revalorizan procedimental, actitudinal y conceptualmente, en función del desarrollo de las competencias esperadas, y con base en la construcción del conocimiento acerca de sí mismo. Ello implica apreciar la vivencia en una dimensión distinta, desde la cual se vive el proceso de escribir teniendo como antesala el valor que previamente le ha sido otorgado a dicha vivencia, como si se tratase de una condición a priori.
En esta otra dimensión, superior si se quiere, afloran oportunidades para la construcción del conocimiento. Así que ahí reside la intención del metarrelato, un texto escrito desde el relato, en voz metacognitiva, que les permitió a los estudiantes universitarios reconocerse como aprendices en la enunciación consciente de los procesos que como autores del texto han vivenciado.
Este comienzo, no menos difícil, emplaza a sus autores a insinuarse aprendices y apreciarse futuros docentes, afrontando su propio reflejo, materializándose en la abstracción del análisis y comprendiéndose en el desencadenamiento de los eventos que distinguen a este proyecto como una experiencia de aprendizaje vivencial y grupal.
La autoría colectiva de este libro es representativa de esta intención, por lo que para entender el producto final que se presenta a los espectadores, es indispensable apreciar el dinamismo interno que condujo a su realización. Así, aunque los nombres de sus autores demarcan logros que por demás celebramos, esta obra exalta la construcción de lo social y la concreción del sentido de comunidad.
Una comunidad que escribe y lo hace para aprender, es el denominador común en un libro que contiene, en síntesis, los deseos de un grupo de estudiantes universitarios que aspiran a convertirse en docentes. La expresión de estos deseos se repone en las dos partes que componen a este material: la primera de ellas titulada “el docente que espero ser” y, la segunda “de espaldas al vacío”.
Apreciarlas interdependientes es fundamental, pues las voces que integran su desarrollo se identifican con ambas situaciones: el formarse como profesores en el contexto de la resistencia. Este material bibliográfico es testigo de un momento histórico en Venezuela, tiempo – espacio que anima a un grupo de jóvenes a textualizar su voz con la intención de compartirla, y no menos importante, de apreciar el fundamento creativo – productivo de los procesos de aprendizaje y enseñanza por proyecto en la universidad formadora de docentes.
Todo final conlleva a un nuevo comienzo y como “lo más difícil es empezar”, el proceso de evaluación que ahora sigue, exige a sus autores, y a todos los involucrados en general, apreciar la contemplación que cada uno hizo a su reflejo. Es decir, evaluar la acción en sí misma, como fundamento esencial para la educación de estos tiempos.
Es así como, quienes en principio se han reconocido aprendices, también pueden proyectarse maestros sin abandonar el lugar que los animó a escribir. Después de todo, en ese lugar de aprendices estamos todos los que nos disponemos a expresar en texto las inquietas ideas que merodean en nuestras mentes, con la intención de proveernos comprensión. Al hacerlo, nos mostramos al otro y a nosotros mismos, nos reconocemos en la emoción y en el acompañamiento, nos recreamos en la palabra escrita y en la convicción de que todo “inicio difícil”, dispone oportunidades para aprender.
María Teresa Bethencourt
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