La diáspora venezolana: decidir entre ser ciudadano en otro país, o súbdito en el tuyo propio

Todos recordamos la famosa parábola de la cizaña, pero de toda esa porción del Evangelio que podemos leer en Mateo capítulo 13, me llama la atención poderosamente el versículo que reza: …”la buena semilla son los ciudadanos del reino; la cizaña son los súbditos del Maligno;..”

Ante todo nadie, ningún grupo, partido, institución, gobierno, religión, tiene el privilegio de sentirse un grupo especial frente a los otros, a quienes pueden tildar de cizaña, de gusanera, etc., quien piense así traiciona lo más elemental del Evangelio. Pero vamos al detalle del texto arriba señalado, donde vale la pena detenerse en el por qué se le llama ciudadano a los participantes del reino, y súbditos a los obedientes al Maligno. Esto nos brinda una imprescindible clave para distinguir entre un buen gobierno y un mal gobierno: Aquel forma ciudadanos, este genera súbditos.

El buen gobierno crea espacios para la confrontación de ideas, genera vínculos de solidaridad, y apoya la capacidad de acción de la gente. Es decir, no busca interferir hasta en el último detalle de la vida de sus ciudadanos. En cambio, el mal gobierno, le importa regir de manera absoluta en todos los aspectos: busca producir súbditos y no educar ciudadanos.

Dios muestra un gran respeto por la corona de su creación, el hombre. No así el Maligno, por eso hay que defender el sistema que someta los poderes públicos a la Constitución y a las leyes, que las funciones del Estado se dividan en poderes separados, y que haya plena garantía jurídica. De otra manera, estamos ante un régimen totalitario, para quien las personas son súbditos sin derechos y libertades.

Si se forman ciudadanos en un país, se tiene garantía de que los grupos sociales tendrán en cuenta las necesidades y las legítimas aspiraciones de los demás grupos; si se diseñan súbditos, lo más probable es que los ciudadanos más débiles, y con las peores condiciones no tengan el mínimo deseo por defender sus más elementales derechos y asegurar sus intereses.

¿Dónde está entonces lo más humano en la organización de una vida social? ¿Dónde se respeta la dignidad de la persona humana? ¿En el Estado empresario, benefactor, que cae en la tentación de creer que saben mejor lo que conviene a los súbditos; o más bien, en un Estado que respeta la flexibilidad para la elección que necesita el ser humano, y que por eso hace más viable la solidaridad?

Ser ciudadano tiene un costo, ser súbdito es simplemente dejarse llevar por la corriente

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