La hechicera y sus cuatro gatitos

Parte II, la hechicera y su segundo gato

En el instituto, la hechicera se esforzaba mucho más que antes, no solo porque le gustaba aprender de la magia, sino para olvidar a su Sol y aunque parecía difícil, el hacer tantos ejercicios y aprender tantos conjuros nuevos, empezaron a cumplir su cometido. El sobre esfuerzo rindió frutos, la hechicera se estaba convirtiendo en una de las mejores de su clase y como recompensa uno de los maestros que había visto como la niña sufría por su mascota decidió regalarle un gatito y un permiso para que pudiera tener al cachorro con ella.

Que impresión, nuestra protagonista no sabía que sentir, porque creía que si se sentía feliz estaría traicionando a su anterior gato, sin embargo esa nueva compañía tenía una carita imposible de ignorar, unos ojos llenos de ternura que derretían al corazón más frío y una gracia en su movimiento que la hacía morderse los labios para no reírse estando en su presencia.

Poco a poco el gato payaso se fue ganando un espacio en el corazón de la joven, y ella en esa misma medida fue llenando el hueco que había dejado Sol, la chica como solo una adolescente aun inmadura cuidando una mascota puede hacerlo, decidió hacer por él todo lo que no había hecho por su anterior gato.

Pensó con cuidado el nombre para la mascota y después de unos meses de solo llamarlo gato payaso para no comprometerse con él, comenzó a llamarlo Ángel, ya que él había aparecido de una manera extraña para hacerla sonreír de nuevo; la hechicera y el recién nombrado pasaban todo el tiempo de ocio juntos y en las salidas del instituto hacían cosas divertidas, ella evitaba ir a la montaña, pues temía que el recuerdo de Sol la derrumbara, y tampoco quería lastimar a su Ángel que siempre parecía sentir cuando ella estaba triste.

En una de esas salidas, fueron a un parque de diversiones se montaron en todos los aparatos, ella dichosa se sentía libre con su cabello suelto que bailaba en la montaña rusa y el pobre gato aunque divertido por la adrenalina, estaba un poco nervioso… al descubrir como era su ama y todo lo que hacía por él, quería que sintiera que el mundo giraba porque ella era el cielo, hace un tiempo cuando la chica estudiaba había mencionado que si una mascota lograba poner en la boca de un humano unas gotas de la pócima de la vida que estos llevan consigo todo el tiempo, estos estarían juntos por siempre y él decidido no la dejaría ir, colocaría esas gotas, en la boca de su ama.

Ángel se subió a su regazo cuando estaban en una de las atracciones, ella solo sonrió, él la vio, empezó a jugar con ella como hacia siempre, lanzado sus patitas a su cuello mientras el barco mecánico subía y bajaba, se apropió de la botellita con la pócima que la muchacha llevaba guindando en un collar, ella más preocupada porque la comida había hecho de su cuerpo un volcán que luchaba por hacer erupción, no se había dado cuenta de lo que pasaba. Se bajó como pudo del barco corrió lo suficiente para poder vomitar en un baño, y el gato aprovechado partió la botella dentro del vaso de agua que le dieron a la joven para pasar el mal trago, la chica bebió hasta que una astilla de vidrio le pincho la lengua, vio a Ángel que le sonreía y se dio cuenta de lo que estaba pasando, había sido burlada por un cachorro astuto y ahora estaba atada de por vida.

Con esta magia corriendo entre ellos, habían crecido sus conexiones y podían compartir sus pensamientos y entenderse como antes no lo habían hecho, nuestra hechicera que antes fue nombrada Luna y ahora es nombrada Cielo, le pertenecía tanto a Ángel como este le pertenecía a ella.

Lo que Ángel no sabía es que cuando te haces dueño de una humana, debes pasar una travesía, para demostrar tu valentía y a los pocos meses se lo llevaron del instituto, lo dejaron en una isla desierta donde debe pasar tres grandes pruebas, con un tiempo límite. Y es que cada segundo que pasa la hechicera que él había convertido en su Cielo lo iría olvidando.