OPINIÓN | Wild Wild Country, o el riesgo de mezclar religión con poder


Generalmente todas las historias que comienzan con un calvo vestido de blanco hablándole a una multitud terminan mal… No más digo | Fuente: Vanity Fair


En 1981, una sorprendente historia comenzó a gestarse en las cercanías del pueblo de Antelope, ubicado en el condado de Wasco, al norte del estado estadounidense de Oregon. Ante la mirada perpleja de los cuarenta y dos residentes del lugar, una marea violeta de forasteros – tanto norteamericanos como extranjeros – comenzó a llegar al pueblo con la misión de hacer preparativos para recibir a una misteriosa figura. Dichos intrusos se hacían llamar a sí mismos sannyasins o Rajneeshees y, por lo que quienes vivieron en esa época recuerdan, estaban esperando a su líder.

El líder de este movimiento espiritual, nacido como Chandra Mohan Jain, es más conocido por nosotros en la actualidad como Osho. Pero, en ese entonces, su nombre era Rajneesh. Bhagwan Shree Rajneesh. Tras haber iniciado una exitosa comunidad espiritual, o ashram, en Pune, India, Rajneesh decidió emigrar a Estados Unidos con una idea muy clara en su mente.

El gurú indio quería crear una comuna para sus discípulos en pleno territorio estadounidense, amén de disfrutar y sacar partido de la estabilidad y democracia que otorgaba el sueño americano.

Aunque ciertos comentarios y artículos de la época hablan de que más bien Rajneesh se alejaba de las tensiones políticas provocadas entre su movimiento y el Partido Janata, seguidores del primer ministro de la India Morarji Desai, el hecho es que éste llegó a Estados Unidos en agosto de 1981 tras una avanzada inicial del movimiento liderada por su secretaria y confidente de ese entonces, Ma Anand Sheela.

Lo que vendría después sería uno de los capítulos más oscuros e increíbles de la historia contemporánea estadounidense, un conflicto que no sólo pondría en tela de juicio la validez del movimiento filosófico de Rajneesh, sino que atraería la mirada de un gobierno estadounidense cada vez más preocupado por los movimientos migratorios ilegales en su territorio y de una sociedad en la que las tendencias conservadoras y la conexión entre religión y poder generalmente traen aterradoras y retrógradas consecuencias.


En ese entonces, este par era respetado y adorado a partes iguales. Al ver esta foto, casi parece mentira que serían temidos pocos años después | Fuente: El Confidencial


Ante la mirada de propios y extraños, en el rancho Big Muddy, en las afueras de Antelope, los Rajneeshees comenzaron a edificar, con una inmensa inversión en esfuerzo humano y dinero, un oasis en el desierto. Esta comunidad utópica, llamada Rajneeshpuram, sería el centro de una enorme polémica entre gobierno y culto, entre ciudadanos y seguidores; al ser la base de una cultura y una creencia que en poco o nada tenía que ver con los ideales tradicionales estadounidenses, las chispas no tardaron en encenderse y crear un auténtico infierno que se prolongó por alrededor de cuatro años.

Aún tras maniobras de dudoso carácter legal por parte de los rajneeshes para hacer más, digamos, digerible su convicción – en las que inclusive ganaron un referendo popular que cuestionaba la validez de su estadía en Oregon – acciones más confrontacionales e incluso violentas se apoderaron del culto ante el convencimiento de que la negativa estadounidense a compartir su territorio con ellos se motivaba a una conspiración del gobierno. Con el silencio absoluto de su gurú y la aparente confianza total en el criterio de una Ma Anand Sheela que, más que secretaria del sabio, pareció erigirse en una dictadora por mutis propio, los Rajneeshees se vieron envueltos en ataques de todo tipo contra la comunidad del estado.

Las tensiones llegaron inclusive a intentos de asesinato.

Organizados por la visión estratégica de Sheela, los Rajneeshees pasaron de ser un movimiento preocupado por asuntos tan new age como la meditación, el amor libre y, sí, el sexo – mucho, mucho, pero mucho sexo, según testigos – a cuestiones de carácter más militante, a sabiendas de que tendrían que proteger su Shangri-La con balas y con su propia vida de ser necesario.

El sueño revolucionario, naturalmente, duraría poco.


Wild Wild Country narra una historia tan increíble que sólo habría podido pasar en los 80s… ¿o no? | Fuente: Portland Monthly


Tras una ruptura entre el gurú y su otrora favorita, Ma Anand Sheela se fugó de Rajnishpuram con un pequeño grupo de seguidores. Lo que hasta ese entonces había sido un infierno controlado se convirtió en una auténtica batalla de acusaciones, rumores y desacuerdos que escandalizó a la opinión pública americana aún más de lo que ya lo había hecho.

Y, justo en ese momento, las fuerzas del orden vieron su oportunidad.

Habiendo acumulado suficiente evidencia de los malos manejos de la comunidad rajneesh y de su no muy coherente líder espiritual, el gobierno federal – en las figuras del fiscal federal de Oregon Dave Frohnmeyer y de su joven asistente, Robert Weaver – decidió ponerle fin a la situación antes de que se escapara de sus manos. Tras una investigación hecha directamente en suelo Rajneesh, se determinó que este culto había incurrido en una serie de ilegalidades migratorias y administrativas desde mucho antes que la peculiar visión de liderazgo de Sheela se hiciera realidad.

¿El resultado?

Bhagwan Shree Rajneesh y, semanas después, Ma Anand Sheela, fueron puestos tras las rejas.

Rajneesh, tras un polémico acuerdo con las autoridades, pudo regresar a India.

Sheela no tuvo tanta suerte.

Hoy por hoy, esta historia es apenas un vago recuerdo para muchos, salvo para aquellos que vivieron en carne propia esta vertiginosa época… y para los hermanos Way.

Conocidos por su afición a los documentales, Chapman y Maclain Way son un dúo creativo oriundo del condado de Ventura, California que saltó a la palestra pública tras su bien recibido documental de Netflix, The Battered Bastards of Baseball (2014). Esta serie narraba la no menos increíble historia de los Portland Mavericks, un equipo independiente de béisbol fundado nada más y nada menos que por el padre de Kurt Russell, el ex jugador de ligas menores y también actor Bing Russell. Mostrando la inusual y divertida relación que hubo entre la industria del entretenimiento y la pasión por el béisbol – la verdad sea dicha, este equipo sirvió más para catapultar carreras de actores que para dejar una marca indeleble en el deporte – la serie tuvo una buena recepción crítica y de audiencia en Estados Unidos.

Pero esta no sería la única historia que los hermanos Way excavarían en Oregon.

Tras cuatro años de entrevistas, investigación y reuniones con la mayoría de los protagonistas aún vivos de la invasión Rajneesh, el dúo, de nuevo en asociación con Netflix, estrenó Wild Wild Country en marzo de 2018. La serie documental en cuestión se convirtió, de la noche a la mañana, en un gran éxito con la crítica y la audiencia en todo el mundo.

Y, considerando la historia que cuentan – y, más importante aún, cómo la cuentan – los hermanos Way tienen muy, pero muy bien ganado su reconocimiento.

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Wild Wild Country comienza con la elección más sensata que cabía hacer; presentarnos a una selección de los ciudadanos del condado de Wasco que aún sobreviven y recuerdan los eventos como si hubieran ocurrido ayer. Y, aunque vaya que el elenco de entrevistados de este documental es enorme, los hermanos Way saben organizarlo en estratos, tanto por su aparición y relevancia en la historia como por los bandos que van teniendo obra y parte en la historia. Dichas personalidades, distribuidas por su procedencia y afiliación, son:

Ciudadanos de Oregon

  • John Silvertooth, actual alcalde de Antelope y uno de los concejales de Rajneeshpuram tras su establecimiento como ciudad oficialmente reconocida por el gobierno federal
  • Jon Bowerman, ranchero de Oregon, hijo de Bill Bowerman – sí, el Bill Bowerman que fundó la legendaria empresa de ropa y zapatos deportivos Nike – y uno de los grandes opositores a la fundación de la ciudad rajneesh
  • Kelly y Rosemary McGreer, una pareja de rancheros de Oregon vecinos del rancho Big Muddy y partícipes de la propuesta de desalojo que dirigió la familia Bowerman

Rajneeshees

  • Sheela Birnstiel, a.K.a. Ma Anand Sheela, la privilegiada y poderosa secretaria de Bhagwan Shree Rajneesh durante la creación de Rajneeshpuram y la confrontación del culto con el gobierno federal y los ciudadanos de Oregon
  • Jane Stork, a.K.a. Ma Shanti B, una fervorosa seguidora de Rajneesh que poco a poco se posicionó como una de las manos derechas de Ma Anand Sheela
  • Philip Toelkes, a.K.a. Swami Prem Niren, el asesor legal principal de la comuna de Rajneeshpuram y un hombre de absoluta confianza tanto de Rajneesh como de Sheela
  • Sunny Massad, a.K.a. Ma Prem Sunshine, la vocera principal de Rajneeshpuram durante el inclemente y duro gobierno de Sheela
  • John Joseph Shelfer, a.K.a. Swami Prem Jayananda, segundo esposo de Sheela y actual presidente de la Rajneesh Foundation International

Figuras del Gobierno Federal y otras partes interesadas

  • William Gary, asistente del fiscal federal Dave Frohnmayer durante la investigación que el condado de Wasco hizo acerca de los rajneeshes
  • Robert “Bob” Weaver, asistente del fiscal federal Dave Frohnmayer durante la investigación y actual asesor legal de empresas privadas
  • Mark Greenfield, asesor legal del grupo 1000 Friends of Oregon liderado por Bill Bowerman y experto en las circunstancias formales del caso de Rajneeshpuram
  • Les Saitz, reportero del periódico regional The Oregonian y una de las personas vivas más informadas respecto del caso de Rajneeshpuram

Asimismo, los hermanos Way hacen uso de incontables piezas de archivo que nos muestran la posición de personas y actores en esta historia que, a pesar de su fallecimiento o negación a ser entrevistados o localizados, formaron parte fundamental de su devenir:

  • Bhagwan Shree Rajneesh, posteriormente conocido como Osho, líder espiritual y fundador del movimiento Rajneesh (fallecido en 1990)
  • David Berry Knapp, a.K.a. Krishna Deva, primer y único alcalde de Rajneeshpuram y fervoroso vocero del movimiento rajneesh que caería en desgracia poco después de descubrirse su implicación, junto a Sheela, en varios atentados contra los ciudadanos estadounidenses (se rehusó a hablar con los hermanos Way desde el primer día de la producción)
  • Margaret Hill, alcaldesa de Antelope antes del rajneesh takeover y férrea opositora a las ambiciones de Sheela (fallecida en 2016)
  • David B. “Dave” Frohnmeyer, político, administrador y fiscal federal de Oregon durante el caso de Rajneeshpuram (fallecido en 2015)
  • Charles Turner, fiscal del condado de Wasco que jugó una parte fundamental en la creación del caso de Rajneeshpuram y fue blanco de asesinato de los Rajneeshees (fallecido en 2018)

Que los hermanos Way hayan sido capaces de recoger el testimonio de todas estas personas y de sus puntos de vista durante apenas seis episodios es algo encomiable. A través de sus historias personales, y de su involucramiento en estos duros y sorprendentes cuatro años de la historia estadounidense, son los protagonistas los que hilan – gracias a una dirección y una visión imparcial por parte del dúo creativo de la serie – una narrativa que habla de una Estados Unidos que parece más actual que nunca tras las tensiones internas levantadas por la era Trump. Una nación que sigue debatiéndose entre lo liberal y lo conservador, y que parece capaz sólo de aceptar nuevas ideas en cuanto estas sirvan a sus propósitos y no confronten demasiado a la forma de ser americana.

Una realidad que, claro está, no hace ni remotamente inocentes a los Rajneeshees.

Porque si algo atestigua Wild Wild Country, es que de buenas intenciones está pavimentado el camino al infierno.


Cuesta creer que, enceguecida, celosa y embriagada de poder, esta dulce viejecita hubiese sido la auténtica dictadora de Rajneeshpuram y del culto Rajneesh durante los años 80 | Fuente: Vulture


Por alguna extraña razón, no hay asunto alguno que pueda avivar más a la condición humana que la espiritualidad. La necesidad de creer, de darle un trasfondo filosófico y místico bendecido por una deidad o ente superior a nosotros termina estando íntimamente ligada con nuestras acciones y las vuelve subjetivas. Cuando una persona singular, con visiones innovadoras y reaccionarias a una época que puede parecer singularmente opresora o difícil, alza su voz, indudablemente atraerá seguidores. Y de la validez de su punto de vista, así como de las flaquezas de su humanidad, dependerá el destino de dicho grupo.

Los Rajneeshees, si lo que vemos en Wild Wild Country es de fiar, no pasaron esta prueba.

Desde los inicios de este documental, queda claro que, sea lo que sea que Rajneesh hubiese querido crear en las praderas de Oregon – la serie, desafortunadamente, no es todo lo específica y tajante que hubiese podido ser en desmenuzar el carácter de su espiritualidad – su aparente utopía sucumbió rápidamente ante necesidades y cuestiones profundamente humanas. El tribalismo, el ansia de poder, la ambición y la total desmesura por parte de las partes en conflicto no hizo sino crear profundas grietas en el proyecto. Grietas que el omnipresente y adorado gurú de los rajneeshes no supo o no quiso controlar.

Y este, quizás, es uno de los pocos aspectos en los que Wild Wild Country pudo haberlo hecho mejor; tal vez por un conflicto de intereses, los hermanos Way no se permitieron ir más allá en el análisis y la discusión acerca de la vida de un hombre que, aunque el movimiento espiritual y new age que creó insista en presentárnoslo como un iluminado más allá de la comprensión humana, no fue ni de lejos tan santo o perfecto como sus seguidores quisieran creer. Visiblemente aficionado a la buena vida – en consabidas ocasiones durante el documental se habla de su gusto por los Rolls Royce y los relojes de pulsera Rolex – y no muy humilde a la hora de llevar a cabo sus planes, se echa en cara que los hermanos Way no presionasen en sus entrevistas a los mismos rajneeshes a revelar más acerca de esta polémica y oscura figura.


Lo que lamentablemente Wild Wild Country no hace, quizás en respeto a los rajneeshes entrevistados, es una postura más confrontacional a la hora de mostrarnos quién era realmente su controversial gurú | Fuente: Los Inrockuptibles


Mucho se ha hablado de Ma Anand Sheela, en especial gracias a esta serie. La que en su momento fue una de las principales villanas de la opinión pública estadounidense, ahora residente de Suiza y viuda de un tercer matrimonio, es quizás una de las dos figuras centrales en el documental y no podía ser para menos. En cada minuto de Wild Wild Country la observamos, impertérrita, como una mujer que, si bien parece estar genuinamente arrepentida de cómo el movimiento Rajneesh, a sus ojos, degeneró y se debilitó, no comparte tal renuencia respecto a sus actos.

El rol del anti-villano es uno que resulta extremadamente fascinante de entre aquellos reconocibles en cualquier narrativa, máxime en los tiempos que corren. Los anti-héroes ya nos mostraron hace mucho que sí, muchas veces, así creas que estás haciendo el mal, terminas siendo responsable por buenas y necesarias acciones.

¿Pero qué pasa cuando ocurre lo contrario? ¿Cuando, creyendo que haces el bien, en realidad terminas siendo una persona vil?

En esencia, obtienes una Sheela.

Hay quien puede pensar que Wild Wild Country hace un intento por vender una historia de redención de la polémica figura del movimiento Rajneesh y, sobre todo al final del documental, esto pareciera ser cierto. Tras conocer apenas un ápice de los horrendos atentados, abusos y vejaciones que fue capaz de dirigir – otro aspecto en el que, quizás, a Wild Wild Country le habrían hecho bien unos dos capítulos adicionales – vemos que Sheela aparentemente, tras veintinueve meses de prisión y un exilio autoimpuesto en Suiza, se ha redimido de alguna manera.

Pero lo cierto es que Sheela no es sino la Ozymandias de esta historia, y la gran pregunta que queda en el aire es: ¿realmente habrá pagado una condena justa por todo lo que hizo? ¿De verdad estará arrepentida de haber casi asesinado a decenas de personas, entre ellas políticos y figuras del gobierno local en búsqueda de un ideal que pronto se probó vano?

En esto, la serie no puede sino invitarnos a juzgarlo por nosotros mismos.


La ingenuidad y lealtad de Swami Pree Niren a Osho es una muestra del devastador alcance de sus creencias, para bien o para mal | Fuente: Vulture


La otra figura central de Wild Wild Country, sin lugar a dudas, es Swami Prem Niren. El abnegado abogado y asesor legal de Rajneesh, de entre todos los Rajneeshees, no sólo es quien más afectado parece haber quedado por toda la historia, sino que también parece haber quedado congelado en el tiempo. Convencido de que Rajneeshpuram cayó por una abierta conspiración entre un gobierno federal y un pueblo que estaba reacio a compartir los ideales de su líder, Niren es algo así como el seguidor perfecto de Osho. Y uno no puede sino respetar su lealtad y lamentar su ingenuidad a partes iguales, pues, al igual que la tristísima historia personal que se nos revela al respecto de Ma Shanti B, su historia también tiene mucho de tragedia.

Otra demoledora conclusión que nos presenta Wild Wild Country es que, lamentable o afortunadamente dependiendo de cómo lo veamos, en poco ha cambiado la idiosincrasia estadounidense en años. Si bien es cierto que el sueño americano es, hasta el momento, lo más parecido a ese evasivo ideal de libertad que los humanos buscamos y nos aterramos de tener por igual, sorprende ver de forma tan patente las enormes diferencias que hay entre la América urbana y la América rural, y cómo, aun así, ambas coinciden en una cosa:

Su profunda intolerancia a cualquier cosa diferente a ellos.

Por otra parte, Wild Wild Country nos muestra un retrato muy difícil de tragar de la sociedad estadounidense, con sus propias víctimas y sus propios victimarios | Fuente: Vulture


¿Es este aspecto de la serie una apología al movimiento Rajneesh? De ser así, ¿quiénes fueron los verdaderos villanos en esta historia? La verdad es que, tras seis capítulos muy cargados de tensión, Wild Wild Country termina dejando más preguntas que respuestas. Al no abogar directamente por ninguno de los involucrados, los hermanos Way han pintado en su serie un panorama muy difícil de digerir acerca de virtualmente todo lo que involucra a la naturaleza humana. Invitándonos, como espectadores, a continuar la investigación por nuestra parte para descubrir la que quizás sea una perturbadora verdad:

Cuando creemos algo con fervor, todos podemos ser los malos.


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Excelente crítica, me invita inmediatamente a terminar de ver la serie. Es un buen documental, pero de igual forma, siento que pudo haber ahondado más en ciertos aspectos. ¡Gracias por escribir sobre ella!

¡Gracias por tu opinión, @gavahema! 😊 ¡Qué bueno leerte!

En efecto, Wild Wild Country se habría servido muy bien de uno o dos capítulos más. Inclusive una temporada de diez capítulos, como Netflix acostumbra a hacer; pero debe haber sido muy complicado convencer a los Rajneeshes a hablar sin ambages de lo que ocurrió en la comuna, mucho más sabiendo que ello implicaría reconocer posibles crímenes y empañar más la reputación del culto.

Por fortuna, en Internet hay bastante bibliografía e investigaciones que complementan lo comentado en la serie ✌

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