Mi gordita Adele.

Ella entró en mi mundo sin previo aviso.
Cuando logré entenderlo, ella estaba ahí con sus cuatro paticas haciendo ruido por toda la casa, era de una dulzura envidiable, te miraba y allí encontrabas la paz que tanto se necesita para olvidar cualquier mal recuerdo o momento que estuvieras atravesando.

Yo me convertí en su ama, día a día en su protectora, no se apartaba de mi lado y confiaba siempre en mí. Su cuerpo regordete y pesado no era impedimento para que ella fuese un universo infinito de belleza, amor y lealtad.

Cuanto la extraño, fue tan poco el tiempo que la tuve a mi lado y, al mismo tiempo, tanto que ella me regalo. Como se explica que un ser rechoncho, a veces pulgoso y poco amiga del baño me haya cautivado? Y encuentro la respuesta: fue una enviada de Dios, porque El y su inmensa sabiduría quiso enseñarme a través de mi adorable gordita, que la belleza de sentirse vivo no es la riqueza material, no es la belleza física, la belleza de estar viva es tener motivos para querer estarlo.

Mi bella gordita me enseño que dar es mejor que recibir, que no hay que hablar para entenderse, y que puede pasar mucho o poco tiempo con alguien, pero importa siempre la calidad de ese tiempo.
Ya mi Adele se fue de mi lado en este mundo terrenal, ya Dios se la quiso llevar, dejando un vacío y una tristeza inmensa a todos los que pudimos tenerla y quererla, y aprender de ella tanta nobleza que su inmenso corazón perruno logro irradiar.

Ya mi gordita Adele está en el cielo, rodeada de ángeles, no con su cuerpo pesado y a veces, con una que otra pulga; esta como siempre fue, un ser de luz que nos hizo reír y amar sin pedir nada a cambio. Estará por siempre brillando en la eternidad.