Literatura infantil para la libertad (Parte 2/4)
El niño enfermo de Arturo Michelena (1886) - Imagen del Dominio Público
Lo que entendemos por libertad
La libertad, según podemos leer en el DRAE en su primera acepción, es la "facultad natural que tiene el hombre de obrar de una manera o de otra, y de no obrar, por lo que es responsable de sus actos". Y en la quinta acepción, registra su significado como la "facultad que se disfruta en las naciones bien gobernadas de hacer y decir cuanto no se oponga a las leyes ni a las buenas costumbres". En ambos casos, leemos que se trata de una facultad, o sea, es una capacidad que tenemos los seres humanos. Como bien sabemos, no todos somos capaces de lo mismo ni en la misma medida. El asunto de la disposición que tenga cada quien para ser libre depende de cuan afianzada esté esa capacidad en su ser; es decir, depende de si ha sido formado para ser libre.
La literatura infantil como elemento de formación provee al niño de la oportunidad única de aprendizaje vicario, con posibilidades tan limitadas como decidamos quienes estamos a cargo de la educación literaria y como lo permita, asimismo, su propia “reserva lingüística” (término usado por Rosenblatt para referirse la habilidad lingüística con que el niño cuenta para entender e incorporar todo lo transmitido a través de la lengua).
En tal sentido, un niño que tenga la oportunidad de vivir muchas vidas, muchas experiencias (a través de la lectura, i.e. aprendizaje vicario), acumula más activos en su reserva lingüística, pero además, incorpora una cantidad de saberes a sus esquemas. Este niño tiene la oportunidad de volverse sabio, o está al menos en el camino correcto.
Debemos entonces considerar al niño capaz, algo más cercano al “niño rico de Reggio”, como mencionábamos en la primera parte de esta reflexión, en vez de verlo como un ser carente de capacidades, un ser que no está en sus plenas facultades: como un niño enfermo. El niño es capaz de llegar a vislumbrar los términos de sus propias capacidades: sus alcances y limitaciones.
La libertad solo es posible si hay límites
hora bien, entra en el juego de la libertad entra la ética. Si volvemos al párrafo inicial de esta parte, veremos que se habla del individuo libre como uno responsable de sus actos, a la vez que este deberá seguir las leyes y las buenas costumbres. Claramente, hay límites para la libertad; esta no nos faculta para actuar “mal”. Y lo que nos permite diferenciar el bien del mal, elementalmente, es nuestro sentido ético, el cual se va construyendo en el niño en la medida que crece y se expone a las experiencias de su entorno.
En tal sentido, conviene recordar las palabras de Jesús Aldo Sosa, mejor conocido simplemente como Jesualdo (1995):
Al igual que los adultos, los niños aprenden de la experiencia. Todos, grandes y chicos, aprendemos lo que es el dolor, por ejemplo, al sentirlo y eso nos dice algo de nuestra propia capacidad —o libertad— para infligir dolor en otros, al igual que nos dice sobre el padecimiento de los demás, poniendo a prueba nuestra empatía. El niño necesita ir aprendiendo los límites de su propia libertad, lo cual va de la mano con el conocimiento de sí mismo como ente transformador y transformado por su entorno, su cultura.
Entonces, ¿cómo podríamos identificar estas "literaturas infantiles" que necesitamos?
Gracias por leer esta parte 2/3.
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