La metamorfosis
En aquella mañana, la composición química de mi cuerpo había cambiado drásticamente, lo orgánico, seguro había terminado por desaparecer cuando mis ojos se abrieron en reacción a la luz emitida por aquella entidad que gobierna los cielos.
La noche anterior, al término de la cena, mientras limpiaba mis dientes, había deseado frente al espejo descansar como nunca lo había hecho, desde que era un niño. Me recosté en la cama y prendí lámpara de la mesa, tome un cuento de Kafka y dentro de los diálogos de la familia Samsa, durante aquel dilema entre aceptarlo o no aceptarlo, mi cerebro se agotó, apagando todo los sistemas vitales. Kafka toco a mi puerta, le abrí y nos sentamos a conversar en la sala, durante un desborde casi eterno de diálogos superfluos sobre un supuesto clima onírico e inexistente, intente con algo de lucidez, averiguar la razón que motivó a Gregorio, pues para mí, tuvo que haber consentido el hecho de convertirse en aquel esperpento, tal vez lo deseaba. Entorno a mi inquietud, le mostré mis preguntas al Praguense y misteriosamente al escucharlas y luego de las abundantes y agotadas palabras dentro la antigua conversación sin importancia, guardo silencio y su imagen desapareció con un rayo amarillo que entraba por la ventana.
Era plomo, esa era la nueva composición de mi cuerpo, no podía levantarme y a diferencia de la situación que sufrió Gregorio, hoy es sábado y no tendré que dar escusas para no trabajar.
Leopoldo Rosales.