Luces.

Ella había tenido —como siempre— el peor día de su vida, había pasado lo mismo de siempre, la misma mierda se repetía una y otra vez cada día, era un simple círculo vicioso que no te dejaba escapar una vez que entrabas.

Corrió hasta su habitación y con manos temblorosas empezó a buscar su cuchilla, aquella que “calmaba” su ansiedad, a través de ella gritaba sin la necesidad de palabras, aquél artefacto ofensivo era su manera de expresarse.

Cuando la encontró, no tuvo otra opción que deslizarla por sus muñecas lentamente, una vez, otra vez, otra, otra, corte tras corte, inmediatamente la sangre empezó a emanar de sus heridas, cayendo al suelo. Gotas gordas de líquido rojo manchaban el blanco suelo con su interior y exterior.

Las lágrimas que había estado conteniendo todo el día, simplemente salieron a la leve sensación de dolor, era la pequeña “gota de agua” que colmaba el vaso. Ella cerró sus ojos y disfrutó de su agonía, disfrutó de aquello, como si con eso consiguiera aliviarse, aunque no fuese así.

Aunque esa no fuera la manera de remediar sus errores, aun así lo hacía.
Aunque eso “aliviara” su dolor, no sería para siempre, eso en algún momento acabaría.

Un sollozo inundó la habitación, un sollozo que hizo que el ambiente tenso se volviera gris, que los colores que estaban a su alrededor se drenaran por completo.

Su brazo lleno de cortes se movió junto con sus manos, las cuales fueron llevadas a su cabeza y apretaron su cabellera fuertemente, la chica se odiaba a sí misma, odiaba la manera en que sus padres la ignoraban.

Odiaba ser ella.
Odiaba que su madre viera sus cortes y simplemente no le prestara atención.
Odiaba no ser linda.
Odiaba mirarse al espejo y no sentirse completa…
Odiaba que su padre ignorara sus problemas y simplemente la enviara con un psicólogo.

Palabras; palabras inundaban su mente.
Palabras que cortaban más que su hojilla a través de su corazón.

¿Quién la ayudaría? Su madre le había quitado su celular hace algunos días y no tenía contacto con la única persona que la sacaba del mar de sus lamentos, mar en el que ella se estaba ahogando.
¿La muerte era la salida? Pensó por un momento, antes de calmar sus sollozos y abrir los ojos, por un momento le pareció ver luz a través de su oscuridad.
Tenía la llave de la puerta del mundo perfecto en sus manos, la cuchilla.
Así que no dudó ni una sola vez y acercó el objeto de doble filo a su brazo, pero detuvo su mano, ¿Era está realmente la salida? ¿Con la muerte lograría por fin sentirse en paz?

No.

No era así, no era como ella pensaba.

No era así como superaría sus obstáculos, no era así como le daría tres patadas en el culo al mundo, el cual le había dado la espalda un millón de veces. No era así como conseguiría la verdadera amistad, no era así como encontraría el amor.

Había otra salida diferente a la puerta, existían las ventanas en la casa. La puerta no era la única salida.

Así que, por fin dejó la hoja a un lado.

Sus lágrimas nuevamente empezaron a brotar de sus ojos, esta vez era como una explosión de sensaciones, alegría, tristeza, dolor, ira, todos esos sentimientos se manifestaban en una simple acción como llorar.

Hubo un momento en que se cansó, simplemente se cansó de sufrir y detuvo su llanto, cerró sus ojos por un par de segundos y luego los abrió, reencontrándose nuevamente con los colores de la vida, los cuales le sonreían con alegría, estaban felices de verla de nuevo.

Y fue como si sus heridas sanaran, ella se levantó y simplemente se decidió a seguir hacia adelante.

Era el momento de pasar aquella barrera que la estaba tapando de las cosas bonitas de la vida.

Así que, como un guerrero, se puso su armadura de hierro para ir luchando, siendo más fuerte de lo que pensó.

Fin.