Un cuchillo en un mundo de cucharasPor Eibar
“Si el Barça de los últimos cuatro años hubiera sido el primer equipo que hubiera visto jugar cuando era un niño, con su tranquilidad, ganando 5-0 o 6-0, creo que me habría dedicado al tenis. No es un fútbol de lucha, al estilo del fútbol inglés, que es el que más me gusta. Lluvia, campos pesados, jugadores con barro en la cara sin poder jugar en cuatro días por el desgaste. Eso es el Borussia Dortmund”
Las palabras son de Jürgen Klopp, entrenador del Liverpool y artífice del mejor Borussia Dortmund de los últimos años, en una entrevista publicada en 2013. Quiero mediante su cita confesar mi absoluta admiración por el estilo de Klopp, alejado de la posesión y el fútbol de toque infinito, divinizado hasta la saciedad, para lanzarse al ataque impetuoso y directo. Sympathy for the devil. Ese estilo que se aleja del pomposo traje de Armani, gin tonic y Coldplay en Spotify para centrarse en el heavy-metal, whisky solo sin hielo y chandal de sofá y mantita en la banda de Anfield con el que siente a flor de piel las emociones que desprenden sus equipos como si fuese uno más en The Kop, aunque realmente sea el director de una orquesta metalera.
Un tipo cuyo fútbol a todo gas se entiende mejor con ’Ace of Spades’ de Motörhead sonando a todo volumen sobre una mesa llena de carnets y cocaína. Poco importa el 4-4-2 en rombo o la defensa adelantada para tirar el fuera de juego. Sus ojos abiertos de par en par expresan convicción. Sus dientes apretados demuestran furia contenida. Y su puño en alto hace entrar en ebullición la sangre de sus jugadores. Se trata de transmitir, de emocionar. Se trata de interpretar este juego como la montaña rusa de emociones que es la vida, más que como una aburrida partida de ajedrez. Se trata de vivir y dejar de lado las calculadoras.
Durante determinadas fases del partido de semifinales disputado en el día de ayer, Klopp parecía haber asalvajado animales domésticos, como lobos en libertad en busca de una presa fácil en la jaula que era Anfield. Una jauría de fieras con los ojos sanguinolentos se lanzó al cuello de Rómulo y Remo en busca de sangre, sabedores de que el minuto 1 de la eliminatoria es tan válido para marcar un gol como el 179. Con un Salah capaz de multiplicar el pan y los peces no se puede salir a tantear al equipo contrario o jugar con el resultado.
Por ello, tras 70 minutos de frenético trabajo en la medular y tres hombres en punta capaces de hacer colisionar partículas, Jürgen sonrió contento para regocijo de sus aficionados, que celebraban cada gol con ojos abiertos de par en par, dientes apretados y puños en alto. Porque Jürgen marca el camino y hasta el vendedor de entradas le acompaña. Es el flautista de Hamelín en versión rockera. Y tras la fiesta de cumpleaños de Salah llegó la resaca en forma de dos goles de la Roma, que dejaron el marcador en 5-2. Como cuando te acuestas a las 6 de la mañana con un chupito de tequila en cada lado de la cama para beber tan pronto te despiertes.
Es fácil encontrar muchos artículos donde catalogan a Klopp como “un loco” por ser un cuchillo en un mundo de cucharas. Y nos lo dicen a nosotros, los que nos aburrimos de la pareja formal para evadirnos enamorándonos de la loca irreverente que tus amigos desaconsejan de manera unánime. Del chico rebelde e impulsivo que te esperaba sin casco con su moto a la salida del instituto. No lo llames locura cuando has querido decir fútbol. No nos olvidemos jamás que el principal motor de este deporte es la pasión. Quitémonos los corsés, las corbatas, el coaching, el doble pivote y las rotaciones. Exprimamos el fútbol cada domingo como si fuese el último domingo de tu vida. Más allá de evaluaciones tácticas el legado que dejarán técnicos como Klopp será la pasión y sentimiento que demuestra en los banquillos. Un rara avis en el desnaturalizado y frío mundo del fútbol actual.