Caminata por El Paseo Manhattan (Relato)
Hoy les traigo un relato de terror que escribí el 08 de febrero del presente año, gracias a que revisaba mi Instagram y allí me tropecé con esta ilustración que atrajo mi atención e inspiró este relato. Le pedí permiso a su autor y aquí está. Espero lo disfruten.
Salí con prisa de aquel silencioso galpón donde incluso mis pasos parecían ensordecerme. Pasado el puesto de seguridad noté que había olvidado algo. Regresé corriendo, no por la urgencia de lo olvidado, después de todo no pasaba nada si esa máquina amanecía encendida, sino que ya eran más de las 8:00pm y el último bus estaba por pasar. Apagada la máquina y pasado el puesto de seguridad volví a emprender otra carrera hasta la parada, casi un kilómetro de distancia; todo mi esfuerzo fue en vano, la parada estaba sola, el bus acababa de pasar, miré al semáforo de la esquina donde vi al bus detenido. Intenté correr para alcanzarlo, también grité pero éste arrancó ignorando las calles y pasajeros que dejaba atrás.
Angustiado por mi esposa, al notar que no llegaba a tiempo, caminé hacia la estación del metro más cercana, bajé por las escaleras hacia la penumbra solitaria y me encontré con un cordel y un anuncio que indicaba la suspensión de esa línea por mantenimiento. Desde mi fuero interno maldije al transporte público. Volví a la superficie donde el panorama no parecía muy distinto en cuanto a soledad.
Tuve que caminar. La idea no me agradó, aunque parecía ser la única opción esa noche. Miré el reloj que marcaba más de las nueve. Tenía que atravesar muchos sectores, en su mayoría plagados de inseguridad, así que iba en zigzag, buscando, como las polillas, las calles más iluminadas y concurridas por la gente que se había apostado en las calles por reuniones sociales para embriagarse y reír en su fin de semana. Diez cuadras derecho, una a la izquierda, cinco rectas otra vez, dos a la izquierda, desviar todo un sector, tomar todo otro y así continué mi avance hasta que apareció una vía principal a la que todos, incluyendo conductores, temían.
Un vertedero de basura, calle de ajustamiento de cuentas, de corrupción extrema, de robo y pare de contar que otras cosas más. No se había ganado un apodo más ideal como: El paseo infernal, cuando el letrero oxidado entre maleza dictaba: El paseo Manhattan. Solía ser un área verde y que, en sus orígenes, fungía de parque, eso, claro está, muchísimos años atrás. Ahora quienes lo disfrutaban eran los vagos, animales callejeros y ladrones.
Mi mente quiso correr, en cambio mi cuerpo se negó y dio pasos lentos y pesados, los nervios no me daban para más. Miré a todos lados donde la escasa luz de los dos únicos postas funcionales, separados entre sí, alumbraban solo dos puntos de la vía. Me tocó vivir 500 metros de miedo. Avancé. Con esfuerzo pude apresurar el paso intentando no detallar nada, excepto una vez que mire atrás para verificar que no me seguían y continué. La punta de los dedos de la mano se me había puesto helados, desconocía si era el clima o los nervios. Tenía miedo que me robaran, no tenía mucho pero eso no lo entendería el antisocial, suponiendo que fuera solo uno. Repentinamente oí cartones arrastrándose cuando iba en la mitad de la vía, me detuve y distinguí entre sombras un perro comiéndose a otro en descomposición, con mi detención notó mi presencia y gruñó. Ni corto ni perezoso volví a mi marcha. El corazón se me desbocaba junto con la respiración. Miré de nuevo atrás, según mis cálculos ahora faltaban 150 metros para salir de ese tenebroso infierno.
Fuente: http://enelcorazondelatormenta.blogspot.com/2014/03/algunas-noches.html
Otro ruido. No quise mirar porque de seguro sería otro perro, algún vago o un ladrón, aunque esta vez me sisearon. Con mucho miedo miré esperando ver algún arma acompañado de un «quitecito, no se ponga loco y colabore», pero no. En retrospectiva no sé si fue peor o igual. No vi nada. Di dos pasos más y de nuevo el siseo, un siseo acompañado de humedad, era extraño. Volví a mirar atrás y ahí estaba un hombre de pie, me miró sin hacer más que soltar ese siseo anómalo y extendió su brazo hacia mí, pensé que necesitaba ayuda, casi a punto de tener compasión reorganicé mis pensamientos, debía ser una trampa. Con poco valor y mucho miedo seguí caminando como si nada, ya faltaba poco para salir de la calle y a lo lejos veía personas junto a autos con música a alto volumen y botellas con licor que paseaban entre manos. Volví la mirada y ya no había nada, no estaba el hombre. Supuse era el miedo que me estaba haciendo tener alucinaciones; miré otra vez al frente y sin tiempo de nada sentí un empujón de manos fétidas, caí bruscamente sentado en el asfalto. Era el mismo sujeto de hacía segundos, solo que esta vez la luz le daba de lleno y para mi horror, lo recuerdo muy bien: una silueta con apariencia de hombre desnudo (porque estoy casi seguro que no lo era), erguido hacia adelante con una pronunciada joroba donde se le marcaban las vértebras que parecían a punto de reventarle la espalda, toda su piel parecía haber sobrevivido al fuego, se notaba supurante, rojiza y pliegues derretidos, semejante a la exposición de plastilina al sol. Peor fue su rostro, rasgos que parecían normales, excepto por su boca donde mostraba toda su dentadura —quisiera decir que blanca o amarillenta para mi tranquilidad— pintada de rojo, un pedazo de carne peluda guindaba de su colmillo. Recordé al canino de hacía minutos. Ausencia de ojos, solo veía el vacío de la cuenca y un leve, pero muy leve brillo al fondo, supuse que eran sus ojos hundidos en la cavidad, y su cabeza… su cabeza era grande, tenía rasgos de hidrocefalia, lo exorbitante era que todo su tejido craneal tenía agujeros que dejaban ver su negro y sangrentado cerebro, tirajes de pieles blandas era lo que le resguardaba el órgano, el color brillante de la sangre supuraba por los orificios con gusanos que cayeron a mis pies cuando se inclinó bastante cerca para mirarme. Intenté gritar pero la voz no acudió. El siseo que emitía venía de los agujeros de su cabeza que unía con un leve gruñido.
Extendió sus brazos con lentitud para tomarme por los hombros, no sé si para hacerme daño o no. En ese instante de reacción, salté del suelo, lo empujé a un lado y corrí, corrí como alma que lleva el diablo. Lo último que escuché de la criatura, del hombre deforme, de esa cosa, fue un siseo acuoso junto a un gruñido similar al ronroneo estruendoso de un gato. Corrí sacudiendo toda mi vestimenta asqueada, violentada de carmesí vencido y criaturas putrefactas.
Cuando llegué asustado al grupo que había visto a la distancia, les conté entre agitado lo sucedido. No me creyeron. Aproveché de pedirles el favor que me llevaran a donde vivía, que les pagaba y volvieron negarse, siguieron riendo entre ellos y me ignoraron. Tuve que seguir mi camino, no entendía cómo no me habían creído si mi vestimenta quedaba rastro putrefacto, gelatinoso y sangriento de cuando empujé a esa cosa. En seguida me busqué el rastro para confirmarlo: no había nada. Me asusté, corrí como nunca lo había hecho y no paré hasta llegar a mi casa. Le conté a mi esposa, me dijo que eran desvaríos por miedoso, que posiblemente eran espantos, la conclusión fue que no me creyó tampoco ¡Mi propia esposa!.
El fin de semana siguiente lo único que me preguntó mientras lavaba fue:
—¿Y esas manchas de sangre en la camisa Felipe? —No le respondí, sabía que lo que viví era cierto.
Jamás olvidaré las características de esa cosa, su olor a podredumbre y menos los resonantes sonidos que dio y que actualmente no salen de los cuartos vacíos con eco de mi memoria. Hoy, después de varios meses, me esforcé por ilustrar algo referencial y éste fue el retrato de lo que quedará para la historia que nadie conocerá o creerá, de cómo conocí fugazmente a un demonio escapado del mismo paseo infernal.
Esta bueno. Me llevo la ilustración !
Gracias. Si la usas recuerda dar el respectivo crédito.
Pregunto, ¿te pasó? Aplaudo tu fluidez en la escritura.
No, no me pasó. Aunque con frecuencia me han pasado cosas similares.