Amanecer de cambios en Caracas
Es lunes y el alba llega a Caracas, el despertador lo confirma y el vuelo de las coloridas cotorras con un amarillo rojizo amanecer de fondo completa el espectáculo diario que anima a abandonar la almohada. Antonio, entre estirones y quejidos, rápidamente sucumbe a la provocadora invitación a seguir durmiendo. La razón prela. Antonio, con una taza de café en la mano, prefiere ir a saludar desde el balcón a las escandalosas aves. Interesante espectáculo de fusión de colores, olores y sonidos únicos de nuestra pintoresca y amada ciudad. Ahora sigue la rutina, se dispone a ir al baño a la faena matutina.
Antonio –como es costumbre- tiene el habitual encuentro con su confidente, una entidad con quien puede ser completamente honesto y con sinceridad infinita exponer los pensamientos más íntimos sin sentirse criticado, es el espejo. No es el de Blancanieves, que responde entre humo y fuego estupideces superficiales y esotéricas, éste es un espejo serio y sincero, que ayuda a tomar sabias y correctas decisiones. Juntos deciden la ejecución del plan diario y modifican, confirman o mantienen en eternos cambios el plan de vida.
Le confiesa al espejo que amaneció con mariposas en el estómago, esas mariposas propias de la juventud escolar, del previo a la propuesta matrimonial, al momento justo de conocer el resultado del examen de embarazo. En fin, antes de enfrentar algún hecho o noticia que para ese momento, fuese de consecuencias absolutamente desconocidas.
-¡Qué fastidio! –le dijo Antonio a espejo- pensaba que era etapa superada.
Erguido, mirando fijamente su reflejo, despeinado, barbudo y lagañoso dijo:
-Buenos días, soy Antonio Mejías, un placer.
Así comenzó a practicar la presentación que haría de sí mismo a su nuevo jefe. La primera vez lo dijo sonriendo, la segunda con seriedad funeraria, la tercera en tono burlón.
-Bueno, ya veré, concluyó Antonio con desgano y prefirió lavarse la cara. El tiempo es inclemente, no para, siempre corre y si no nos apuramos perdemos.
Antonio tenía meses esperando un cambio de departamento dentro de la misma institución pública donde labora. El viernes lo llamaron de Talento Humano, le informaron que la junta directiva había aprobado su cambio a la dirección de Finanzas, sin mas detalles le lanzaron ese titular. “Chao, nos vemos el lunes” fue la última frase del Lic. Camacho mientras estrechaban las manos en señal de despedida. Las condiciones en que se dio el cambio departamental no fue precisamente por la solicitud del cuarentón y canoso Antonio sino por una reorganización en la oficina donde éste laboraba junto a otros funcionarios. Todos esos cargos eran de libre nombramiento y remoción y ante la llegada de un nuevo jefe, el personal estaba con un pie adentro y otro afuera.
La llamada del viernes fue -en principio- el alivio de saber que no perdería su empleo, pero Antonio inmediatamente se cuestionó:
-Ahora ¿qué voy a hacer en finanzas?.
Esa era la pregunta de las cuarenta mil lochas. ¡Bonito fin de semana le había tocado a Antonio!, preguntándose y contestándose en silencio. Durante el desayuno no se enteró lo que comió, el sermón dominical le entró por un oído y salió por el otro. En fin, se podría decir que estando de cuerpo presente en la iglesia no fue a misa ese domingo. El pobre Antonio andaba en su único tema ¿Qué voy a hacer en finanzas?.
¡Espejo lo frenó!.
-¿Qué te pasa chico?, ¿qué tan difícil puede ser la función que te asignarán en tu nueva plaza laboral?.
Así comenzó el toma y dame.
Gesticulando con la afeitadora en la mano Antonio le responde al espejo:
-Tengo siete años sentado en el mismo escritorio, he visto pasar frente a mi a grandes e importantes personeros a quien he ofrecido hospitalidad y he servido de anfitrión como solo nuestra institución lo sabe hacer, con prestancia, nacionalismo absoluto, honestidad y mucha humildad.
-¡Ajá! –responde el espejo con absoluta indiferencia- ¿y eso no lo puedes seguir haciendo en tu nuevo trabajo?
Antonio calló, limpió el lavamanos de los residuos de la barba, sube la vista y ve ahora en su reflejo un Antonio de cara limpia, lozana y rejuvenecida. Bueno, un efecto temporal y agradable que al mejor estilo “cenicienta” dura 24 horas. Lo lamentable es que las mariposas estomacales atizadas por la incertidumbre generada por el Licenciado Camacho no se fueron por el sumidero. Siguen allí y en pleno aleteo.
-Tienes razón espejo, -dice Antonio-, puedo atender con la misma eficiencia, nacionalismo y humildad la documentación que ahora pase por mis manos en Finanzas. No interactuaré con personas sino con papeles. Cuando fui analista en CADIVI, por allá en 2004, revisaba papeles, números, presupuestos, FOB, CIF, BL, eran palabras comunes en cualquier legajo de folios. Cada uno de ellos era leído, analizado y respondido como si de un humano se tratase, con respeto, honestidad y mucha, pero mucha objetividad.
De inmediato el espejo dejó de reflejar a su interlocutor y en su lugar apareció la secuencia de aquel momento. Fue como un salto atrás, revivir su estadía en aquella estratégica institución. Fue impresionante, hasta los olores del papel, de la tinta y del ambiente laboral se hicieron presentes. Impregnaron el espacio y pudo -por ese momento- volver a ser parte de aquella novel entidad pública que se encargaba de administrar la asignación de divisas según las prioridades de la nación.
Sin conocer personalmente a los usuarios, a través de la documentación, Antonio se paseó por los más íntimos detalles administrativos y financieros de cada solicitante de divisas. No había secretos entre el usuario y Antonio. En sus manos estaba la decisión de aprobar o negar la autorización y posterior liquidación de divisas. Once años más joven, con once años menos de experiencia, once años de menos madurez.
Once años después recuerda que cada una de aquellas decisiones fueron positivas y dignas de recordar con orgullo.
Rememoró aquel caso del periódico adverso, crítico -en su opinión- injusto con los acontecimientos históricos, políticos y sociales de aquel momento. Tenía en sus manos el expediente de esa sociedad mercantil que requería divisas para poder continuar –para bien o para mal- su trabajo. El joven Antonio había abierto el expediente, le había dado una ojeada y luego cerrado, volteó la vista a sendas montañas de expedientes, una de “revisados” y otra de “solicitudes suspendidas” por no cumplir con los requisitos documentales exigidos por la norma. Se sintió tentado de colocar aquel expediente entre los suspendidos. Antonio volvió la mirada y dijo en voz alta: Es un usuario que merece que se le aplique la ley, sin pasiones, solo la Ley. Acto seguido realizó la auditoría forense documental al expediente, fue escribiendo sus observaciones en el instrumento de evaluación y al final firmó la solicitud como APROBADA.
Documentalmente el expediente estaba acorde con la norma, aunque en lo personal no le agradaba. Lo justo y lo correcto. Disyuntiva complicada, a veces de difícil decisión pero que cuando se toma la correcta, genera una sensación de tranquilidad que no tiene precio.
Así fue el proceder de Antonio en lo adelante como servidor público ante un papel o una persona, en ambos casos usuarios con derechos y obligaciones.
De golpe desapareció el espectáculo audiovisual y regresó el sincero complemento – el espejo- el cual espetó: ¿Qué tal?
Antonio peló los ojos con la boca llena de pasta dental y -para variar- gesticulando con el cepillo espumoso balbuceó:
-¡Que tonto!. Siempre he sido Yo, el mismo Antonio.
Concluyó gratamente que el reto no es lo que haga en una responsabilidad laboral sino “como lo haga”, que huella quede de su gestión, por mas insignificante que sea dentro del proceso integral de la institución, si el grano de arena que se aporta es de calidad, será de legado indestructible.
El espejo le dijo a Antonio:
-Tú te preguntaste y tú te respondiste, así que asunto resuelto. Ahora a limpiar el desastre que has dejado en el baño. Asume, disfruta y aporta muchos granos en este nuevo reto, la huella que estas acostumbrado a dejar hablará de ti. Con esta última sabia recomendación de el espejo, concluyó el diálogo matutino.
Antonio sonrió, dejó impecable el espacio y salió triunfante, lozano y rejuvenecido, abrazó a su esposa e hija y les dijo:
-¿Estamos listos ya para salir?, quiero llegar temprano al trabajo.
Los cambios siempre son positivos, significa que hemos cerrado un ciclo que nos premia con un activo valiosísimo: EXPERIENCIA –buena, regular o mala- será nuestra mejor aliada para asumir con energía los nuevos retos del sistema.
Como Antonio, todos tenemos la oportunidad para crear un mejor futuro, un futuro donde cada uno de nosotros tenemos la responsabilidad histórica de aportar un grano de arena de legado indestructible. Un grano honesto, eficiente, solidario y humano.
Así es todo cambio es positivo @fvega15 :)
Un consejo, si usas imágenes de la web por favor incluye la fuente de la mismas. Lo puedes poner debajo de la imagen o al final de la publicación nombradas de forma correcta.
Para hacerlo en el editor:
Este es el resultado:
Imagen 1
Saludos!
Gracias. Seguiré tu consejo.