La Maldición
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La humedad en el aire solo empeora cuando le sumas el calor abrasador del sol tropical. Es algo contradictorio, la mayor parte del año esto es un desierto lleno de espinas, polvo y muerte; pero una vez cada 10 años los dioses levantan el silente castigo de la sequía y en su lugar, instalan el murmullo casi constante de las gotas de lluvia que solo es apaciguado por el resurgir momentáneo del sol, que se alza trayendo de nuevo el calor y levantando este vaho insoportable.
No me gusta este lugar, aunque no lo aborrezco de forma especial, y cierto es que no le falta su encanto, especialmente ahora que la naturaleza desértica se contrasta con el verdor que traen las lluvias torrenciales. Pero aunque intento ignorarlo, la desidia y la corrupción se arrastran bajo el manto del polvo y el barro, mires donde mires están allí, entretejidas con la naturaleza, con los edificios... Con las personas. La descomposición ha estado tanto tiempo aquí que ya es algo que hemos damos por sentado y muchos son ya incapaces de notarlo, más triste aún la mayoría hemos empezado a vivir como si la maldición que profana estas tierras fuera lo normal y me temo que seamos incapaces de soportar el cambio una vez nos libremos de este mal.
La corrupción es literalmente una enfermedad sistémica y nada ni nadie, vivo o muerto está exento de la erosión que provoca. Las moscas forman nubes en las calles y los mercados, los caminos rotos se convierten en pozos sépticos y lagunas de crianza para todo tipo de insectos, y las enfermedades más exóticas toman posesión de los más débiles. Las personas caminan como nómadas, con la mirada opaca y la espalda encorvada, como si los rayos del sol pesaran toneladas. El semblante derrotado es reemplazado ocasionalmente por la mirada furtiva de recelo, de envidia, de ira y de forma excepcional de felicidad. Esta última no ha desaparecido, solo está allí agazapada, convertida en casi un secreto.
Los más débiles de espíritu son corrompidos por la maldición, se transforman y pasan a ser un remedo de persona, desdibujándose física y mentalmente hasta que su exterior se convierte en un reflejo de la descomposición y la violencia que se extiende por la tierra. Llegados a este punto ellos mismo se convierten en vectores, contagiando este mal a quien se acerque demasiado.
¿De dónde vino esta maldición? A los que afirman saberlo les llamo charlatanes y peores aún son lo que se regodean de saber la solución. No hay respuestas correctas para algo que se ha arraigado de tal forma en las entrañas de esta tierra; un mal que va mutando con los años y que nos obliga a evolucionar con el no tiene cura milagrosa. Décadas han ido y venido y aún no tenemos la respuesta, estamos desorganizados, dispersos y divididos, y aunque la esperanza aún está presente no alcanza para catalizar el conflicto que hace falta luchar para levantar el hechizo.
Ciertamente la vida aquí no es fácil, pero pase lo que pase no pierdas el espíritu de lucha. Mantente física y mentalmente fuerte y disfruta de la vida para mantener la cordura. Con estas palabras cierro está epístola: Nos leemos pronto.