La Princesa de Java
Ella llevaba su pelo al viento mientras recorría las calles inundadas de turistas.
Manejaba su moto sobre las veredas cuando hacia falta y también a contramano en angostos pasajes de Kuta, Bali.
Su piel estaba bronceada y sobresalía su simpática sonrisa acompañada de sus negros rasgados ojos.
En Yakarta, la capital de Indonesia, las cosas no eran tan fáciles, mandatos sociales limitaban su libertad.
Su pelo suelto no podía seguir al viento, ni tener rizos, su piel no podía estar más oscura. Si eso pasara significaría el fracaso en esa gran ciudad donde todo trabajo expuesto al sol es menospreciado y un destino que evitar a toda costa. Cualquier signo relacionado con otro estrato social la excluían de circulo natural en la metrópolis.
Durante sus días en Bali, ella recorría libremente toda la isla, amiga de extranjeros que llegaban a conocer la Isla de los Dioses, era feliz mostrando y redescubriendo su pequeño gran paraíso.
Playa, cervezas, fiestas, yoga y surf contra una metrópolis asfixiante y salvajemente competitiva que la esperaba con su título de nobleza.