Esa tarde había florecido todo el jardín y desde la ventana de su habitación podía apreciarlo. El aroma de las rosas, de los nardos y orquídeas, el perfume fortísimo del limoncillo que junto al muro se levantaba imponente, todos los olores inundaban el espacio tan profusamente que el olor de la pintura y las acuarelas pasaba inadvertido. Movida por la necesidad de inspiración, queriendo llenarse los ojos y los pulmones para verter las imágenes en el lienzo, salió al jardín que lindaba con kilómetros de bosque indómito. Sintió que era acariciada por el viento, el mismo que estremecía la arboleda y suspendía las aves. Cerró los ojos y quedándose inmóvil por varios minutos creyó volverse más delicada y amplia, como una frágil planta conectada a la infinidad del suelo que abrazaba con su raíz. Entró sin notar que el hombre que diariamente la observaba realizando su rutina la miraba como de costumbre desde su propio jardín.

Fuente: Archivo personal

El lienzo, limpísimo y amenazador, comenzó a tener para ella contornos, sombras, destellos, movimientos, una mariposa y ramas espinosas, un ave perdida, un brote ajeno a las ramas, una oruga verdiazul. Pronto el pincel le pareció poco y los dedos se le llenaron de colores, el descuido le salpicó el cabello y el rostro. La tarde avanzaba y ella, agotada por el continuo esfuerzo, decidió estudiar lo hecho. A pesar de ser una composición hermosa, no estaba conforme; algo faltaba y era tan notoria su ausencia que la pintura perdía sentido completo. Antes de poder preguntarse qué faltaba, la voz que tarde tras tarde acompañaba su trabajo artístico ocupó la habitación y su atención misma.

Escuchaba todas las tardes al mismo hombre que la observaba con detenimiento. No sabía él que lo escuchaban, ni ella que era vista. Se recreaba en la melodía que muchas veces no llegaba a ser palabra. Identificada por los estremecedores tonos del cantante, se percibía sonora, casi nota desvalida. Esa tarde, como muchas otras, hubiese trascurrido entre la práctica puntual del vocalista y el ejercicio inconcluso de la ilustradora si la naturaleza no hubiera intervenido sin medirse. Como primer mediador el viento: más clara llevó la voz del hombre a la habitación, untándola con madreselva, con sabor a fruta cálida, le dio a la voz tono de hoja tierna.

Si un día abres tu puerta
si ese regalo me dieras
te daría la primavera
de este amor que me condena

No fue insensible la mujer que al escuchar la canción se irguió trémula, ni las flores que abrieron sus pétalos para mirar con detalle, ni la pintura que en el lienzo se deslizaba serena. La fragancia del jardín, aun suspendida en la habitación, fluyó guiada por la voz; fue perfumada la mujer hasta humedecerse su piel con rocío de néctar. Con un suspiro profundísimo respondió al frescor que la cubrió, acompañado del zumbido de abejas maravilladas por el nacimiento de la desarraigada flor-mujer.

Fuente: Archivo personal

Gracia tu boca, tu pecho
gracia el vibrar de tu alma
que se expande, se dilata
si te pienso yo en mi lecho

Sin poderse resistir más, se dirigió directo al jardín que parecía palpitar junto con ella. Dejaba mariposas aun líquidas en las paredes (les fue imposible esperar en el lienzo fresco y en el frenesí de la canción revolotearon turbadas hasta estrellarse). En el cielo nocturno solo había florecido una única estrella y la luna, conmovida por la iniciativa de la tierra, permanecía expectante mientras iluminaba con un halo de ternura a la mujer que caminaba segura al borde del jardín. En el linde encontró al hombre. Él la presintió en el aire, sintió su olor de selva fértil y el mismo viento que guió su voz hasta ella lo encaminó al límite del bosque donde se unían los patios.

Ahora te quiero abrazar
soy tu roble, soy tu abrigo
el ave busca su nido
como buscas mi cantar…

Terminado el verso, se vieron por primera vez de frente. El bosque todo calló, silenciado ante el suspenso del encuentro. El primer beso produjo la ovación de la bóveda arbórea; la caricia tímida arrancó leves gemidos de un fluir de agua cercano; no se resistieron las plantas, las ramas bajas, la tierra despoblada, las enredaderas móviles, la brisa fría, las flores que aguantaban el sueño… todo el espacio abrazó a los amantes en su abrazo y fueron tres que fueron uno.

Fuente: Archivo personal

La aurora los encontró dormidos, casi rocas que por años descansaron. El bosque entero resoplaba satisfecho. Una melodía suave corría de planta en planta y los dedos de la mujer habían dejado marcada una mariposa en la espalda del amante.