El Beso de la Muerte.

La muerte camina alrededor de las calles.

Está en el ocaso del día, en los insectos que pululan en la calle, en el aire frío de la noche y en los indeseables que se ocultan bajo el manto oscuro del cielo y la luz tenue.

La muerte asecha los rincones con presente omnisciencia, con un sordo bullicio, con benevolente malevolencia.

La muerte, sobre todo, está en el lecho de Fabio Rivera, quien yace moribundo mirando al techo en medio del delirio de la enfermedad que lo recorre y lo hace suyo, sin nada que pueda hacer al respecto.

Podría tomar este espacio para narrar a detalle los altibajos de la vida de Rivera hasta la culminación de sus días. Decir que fue el hijo devoto de una madre amorosa y un padre alcohólico que los confundía a él y a su mujer como cenicero. Que a veces los golpeaba y les decía cosas amargas. Decir que se fue de la casa a los dieciocho y se internó en un monasterio. Decir que se dedicó al estudio de las ciencias aplicadas en búsqueda de algo grande. Decir que se enamoró a los 35 y tuvo un hijo a los 36. Decir que años después, víctima del estrés y la depresión ante su búsqueda fútil de algo fantástico, se hundió en los pecados que se juró a si mismo nunca caer. Decir que se volvió el retrato de su padre y que un día, en uno de esos extraños momentos de lucidez, se dio cuenta de la atrocidad de sus actos y huyó lejos para autodestruirse y no destruir a los demás. Decir que sus acciones son las que le hicieron yacer ahí, luchando entre la consciencia y la inconsciencia,en un vano intento de seguir intentando.

Pero esta historia no es acerca de Fabio Rivera. No es acerca dela deplorable habitación en la que está, ni sobre la ropa barata que está usando. No es acerca de las circunstancias que los llevaron a ese momento. Ni siquiera es una historia acerca de la muerte, quien lo mira con abrupta delicadeza.

Es acerca del momento.

Es acerca del ahora, porque Fabio Rivera encuentra sus ojos con los de la muerte y todo está en silencio. Porque la intoxicante y divina presencia del dios de las almas le mira de vuelta. Le mira a los ojos callando las voces de su mente, callando el aire y la respiración errática que exudan sus pulmones.

Es acerca de este preciso momento, donde ambos se sumen en una dimensión indecentemente íntima y la muerte acaricia con sus dedos fríos la cabeza del hombre que se ha quedado sin palabras.

Rivera sabe que debe asustarse. Sabe qué es lo que viene. Sabe que no está preparado. Pero la esencia (¡Oh!, ¡La misteriosa esencia!) del ambiente que lo consume es demasiado tentadora,demasiado fuerte, simplemente demasiado como para no querer querer.

Y es entonces cuando el mundo se vuelve tan contradictorio como la vida misma, y Fabio Rivera siente el frío recorrer su cuerpo,pero un cálido ensueño apoderándose de su corazón. Y la muerte(¡Oh! ¡Benevolente y malevolente!) lo toma entre sus brazos, como aun niño perdido, y rompe las cadenas de su cuerpo, liberando su alma.

Es el beso.

El beso que se roba el aliento de las mujeres, de los niños y de los hombres. De los ricos y de los pobres. De los bienaventurados y de los malditos.

Es el beso de toda una vida. El que haz esperado todo el trayecto. Que te hace pensar, sólo por un instante, que todo ha valido la pena.

Es el beso que Fabio Rivera siente en sus labios, para luego no sentir nada más.

(Escultura: El Beso de la Muerte, Johan Fontbernat)